Angélica observaba la enormidad del oscuro castillo. Ni una sola ventana estaba iluminada, como si nadie viviera allí. Tenía una sensación fantasmal y entendía por qué la gente lo llamaba el castillo maldito.
El castillo maldito donde vive el hombre maldito. Donde se ocultaba la bestia. Donde el monstruo acechaba a las mujeres.
—¿El monstruo?
Su hermano no podría haberse referido al Señor Rayven. Así es como la gente lo veía. No su hermano. Guillermo siempre había sentido afecto por el Señor Rayven. No tenía motivos para llamarlo monstruo.
Fuese lo que fuese lo que su hermano quiso decir, el destino la llevó hasta aquí. Había rezado a Dios para que le mostrara el camino y si este era el camino, entonces debía continuar y seguir luchando. Si tenía éxito, el Señor Rayven sería su espada y su escudo.
No tenía nada que perder. Esta era su última salida y este era el único hombre que no la deseaba. Ahora temía más a los que sí lo hacían que a los que no.
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