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Amigo por correspondencia

—¿Crees que estoy bromeando?

Aries y Abel se miraron en silencio. Los engranajes en su mente giraban a una velocidad inimaginable, pensando si esto era una trampa. Ella entendía sus caprichosos estados de ánimo, pero esto no era un asunto de broma, ni un tema que pudieran tomar a la ligera.

—Es extraño —dijo él después de un tiempo en silencio, posando su pulgar en su barbilla—. Otros seguramente se alegrarían si yo ofreciera a su hija este título, pero tú... ¿no lo quieres? ¿Había algo que quisieras de mí aparte de no matarte?

Abel inclinó la cabeza hacia un lado, parpadeando sin entender. —¿Cómo puedo consentirte si no me pides nada?

—Yo... simplemente no me afianzo a cosas que sé que no puedo —salió una voz suave, los ojos puestos en ese par de rubíes profundamente mortales—. Ser emperatriz está más allá de mis posibilidades.

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