—Su Majestad —dijo Easton, demorándose junto a la puerta que conducía al dormitorio del Rey. Desde que los muebles se rompieron hace tres días, había habido un silencio mortal en la habitación del Rey.
Easton no había visto al hombre entrar ni salir de la habitación. Era como si nadie estuviera dentro de la oscuridad desolada. Su corazón se sentía pesado de emociones. Apoyando la cabeza en la puerta, dejó escapar un pequeño suspiro.
—Su Majestad, al menos debe consumir algo de sangre. Si no, su cuerpo comenzará a perecer —dijo Easton, colocando una botella de sangre fresca en una botella de vino junto a la puerta del Rey.
Nadie había podido entrar al dormitorio sin el permiso del Rey. La única vez que los gemelos tuvieron respuesta del Rey fue ayer, cuando solicitaron que los infantes fueran trasladados al mismo piso, para que el llanto pudiera despertar a Adeline de su coma.
Sus ojos aún tenían movimientos rápidos, lo que significaba que podría escuchar todo, ¿verdad?
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