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Cuando llegó la siguiente mañana, Elías informó a Adeline que habría un consejo. Ella lo miró con sorpresa. ¿Por qué no la avisó con anticipación? Tenía tiempo de sobra para decírselo. ¿Era esta otra de sus pruebas para demostrar su valía como Reina?
Elías se estaba vistiendo, abotonándose la ropa con facilidad. Ella observaba su gran silueta que siempre la dominaba. Sus hombros eran anchos y cómodos, su presencia letal y cruel. Era extraño que tuviera tantas contradicciones.
Parecía tratar a todos sin piedad, a todos excepto a ella.
—¿Piensas quedarte ahí toda la mañana? —musitó Elías, girándose.
Los hombros de Adeline cayeron inconscientemente en decepción. Él ya estaba completamente vestido ahora. Pero luego ella parpadeó, preguntándose, ¿qué esperaba?
—Podrías haberme dicho ayer —dijo Adeline—. Me habría preparado.
—Hm, pero ¿dónde estaría la diversión en eso? —dijo Elías—. Me gusta ver cómo reaccionas bajo circunstancias estresantes e inesperadas.
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