Adeline insistió en cambiarse ella misma. Estaría absolutamente mortificada si las criadas descubrieran que su falta de ropa interior era la razón por la que necesitaba un nuevo atuendo. Después de cambiarse más rápido que la velocidad de la luz, prácticamente corrió por los pasillos, sorprendiendo a los sirvientes que pasaban.
Elias no se encontraba por ninguna parte, pero no le importaba. Sus pensamientos estaban ocupados por Lydia Claymore y la alegría de ver a su amiga casi todos los días. En la Mansión Marden, Adeline estaba estrictamente prohibida de ver a Lydia Claymore.
—¡Liddy! —Adeline exclamó en cuanto los guardias le abrieron la puerta.
Lydia Claymore estaba caminando en círculos, mordisqueando sus uñas, cuando escuchó el llamado extático de su amiga. Su corazón estaba cargado con aún más culpa. Adeline parecía más feliz que un niño en la mañana de Navidad, lista para abrir regalos. Sus ojos estaban fijos en la brillante sonrisa de Adeline y el resplandor de su mirada.
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