Adeline había leído suficientes libros para entender lo que él quería decir. Le sonrió irónicamente, esperando que eso aliviara la tensión entre sus cejas y más abajo. Pero no lo hizo.
Elías le dio unas palmaditas en la cabeza. —Es casi hora de un almuerzo tardío. Ven, vamos a que te
—¡Su Majestad!
—alimentes —Elías terminó. Un ceño de disgusto torcía sus rasgos perfectos.
Elías soltó un suspiro alto e irritado. Se sentó erguido, con ella aún en su regazo. Metió los mechones de pelo detrás de sus orejas antes de deslizarla fuera de él.
—¿Qué pasa? —ladró hacia la puerta.
—Su Majestad, esa loca Claymore está aquí de nuevo —llamó Weston.
Weston estaba fuera de la puerta, rascándose el cuello. Se preguntaba si ese título estaría siempre vinculado a esa mujer de voluntad fuerte cuyo rostro nunca dejaba de rondar por su mente. Cuando cerraba los ojos, veía su profundo ceño fruncido, y cuando intentaba dormir, escuchaba sus irritantes preguntas.
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