—Creo que eres inteligente —Adeline finalmente respondió con voz bajita.
Elías rodó los ojos.
—Soy más que inteligente.
—Y sin vergüenza —terminó ella.
Elías resopló. Hizo que sonara como si fuera algo malo. ¿Qué tenía de malo estar orgulloso de los logros? Ser humilde era inútil.
A pesar de sus opiniones encontradas, señaló la puerta con la barbilla.
—Sígueme. Te llevaré a tu sorpresa —dijo.
Adeline asintió. Lo siguió, y una vez fuera de la habitación, se esforzó por alcanzarlo. Siempre caminaba demasiado rápido para ella. Pero siguió adelante, incluso si tenía que parecerse a un pingüino tambaleante. Pronto, estaba a su lado, completamente ajena a su sonrisa tierna, pero divertida.
—Elías no podía creer que estaba haciendo esto. Raras veces tomaba una decisión precipitada, pero esta era una de las más estúpidas. Todo estaba calculado, todo salía impecable. Su vida estaba dictada por la perfección, pues todas sus decisiones eran siempre correctas.
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