—En ese momento no me entró el pánico. Si el hotel cerraba, cambiaría de trabajo. Fui al hotel a solicitar el puesto de guardia de seguridad otra vez. Claro, tuve éxito, pero después de trabajar medio mes, el hotel cerró de nuevo. No tuve más remedio que entrar a la fábrica a atornillar. ¿Quién iba a decir que solo una semana después, la fábrica de electrónicos también cerraría...? —dijo Max.
—... —se limitó a decir Helena.
—... —repetía Amelia.
—¿Y? —preguntaron Helena y Amelia al unísono, agachadas junto a la puerta de la prisión y apoyando la barbilla en sus manos.
—No me quedó más remedio que ir a la prisión a ser limpiador. La prisión no puede cerrar, ¿verdad? Pero quién iba a decir que realmente cerraría la prisión... —contó Max.
—??? —expresaron Helena y Amelia, desconcertadas.
—La ciudad hizo un nuevo plan. Resulta que la prisión ha sido planeada para otro uso y ya no me quieren —explicó Max.
Amelia lo encontró sorprendente. —¿Y? —preguntó.
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