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Marissa llevó a los niños al supermercado porque pensaba que disfrutarían la experiencia, pero todo lo que hacían en la tienda era hablar de Rafael. El entrenador de salud de Marissa le había pedido que dejara que los niños hablaran de su padre.
Pero ahora eso estaba afectando su salud mental.
Las niñas le contaban a Georgie cómo su padre les compraba todo excepto esos dulces saborizados. Una sonrisa amable aparecía en los labios de Marissa.
La última vez, mientras estaba en la caja, trató a Rafael como si no lo conociera cuando él sacaba todos esos paquetes de condones del carrito.
Espero que puedas volver. Solo una vez, Rafael. Solo una vez. Juro que no me quedaré allí como una desconocida, sin importar cuán embarazosa sea la situación.
—¡Señora! ¡Señora!
Marissa volvió a la realidad cuando Georgie le sacudió la mano —Tía Marissa. Es tu turno ahora —Marissa miró hacia atrás y encontró a las personas que estaban detrás de suyo mirándola de manera extraña.
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