Despertar en una cama es demasiado cómodo.
Mi cerebro quiere despertar, pero mi cuerpo quiere seguir durmiendo.
Si esta comodidad no es más que una trampa elaborada antes de que me asesinen, llévame ya. Al menos me iré en la dicha.
Despertar en una cama es demasiado cómodo.
Mi cerebro quiere despertar, pero mi cuerpo quiere seguir durmiendo.
Si esta comodidad no es más que una trampa elaborada antes de que me asesinen, llévame ya. Al menos me iré en la dicha.
Un pellizco agudo en mi costado me saca de mis cavilaciones a medio dormir. Entreabro un ojo, entrecerrándolo contra el brillo repentino. Un rostro aparece en mi campo de visión, tan cerca que puedo contar cada arruga grabada en la piel correosa.
—¡Arriba! ¡Arriba, niña perezosa!
La voz es aguda, chirriante, lastimando mis tímpanos. Parpadeo, intentando enfocarme en la dueña de esa voz. Es una mujer, increíblemente pequeña, con la nariz tan roja que podría guiar el trineo de Papá Noel.
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