Su pregunta la dejó muda, y por un fugaz momento, su corazón albergó la esperanza de una causa redentora. Pero no se dejaría desviar. Si sus suposiciones eran correctas, y ella era una topo para otro grupo, entonces, necesitaba sacar la cabeza de las nubes.
—¿¡Qué?! —había genuina confusión en su expresión cuando él hizo la pregunta, pero a este punto, bien podría comer ladrillos.
—No te hagas la jodida tonta. Dime para quién trabajas.
—Matteo— yo no
—No me engañarás dos veces, Stella. ¿Quién te mandó? ¿Salvatore? ¿Donatello?! —al mencionar esos nombres, el reconocimiento surgió en sus ojos, dándoles una especie de vida como si hubiera sido redimida. Eso aumentó aún más su furia.
—Matteo, —empezó ella—, por favor, tienes que escucharme.
—Dame un nombre, Stella. —su voz se volvió de acero con la ira calentándose.
—No sé qué
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