Kiba observó la escena en el restaurante durante un minuto. Las familias felices, las parejas románticas y los solteros indiferentes.
Giró la cabeza hacia la calle y continuó el camino de regreso a la posada.
Kiba y Ashlyn caminaron uno al lado del otro y, como antes, no había conversación. Ya se había acostumbrado a su personalidad silenciosa y no le parecía extraño. Había algo seductor en su silencio que la hacía más atractiva.
El sol se desvaneció en el horizonte y la oscuridad envolvió el cielo mientras llegaba la noche. La tenue luz de las estrellas parpadeantes ofrecía poca visibilidad.
Unos minutos más tarde, Kiba y Ashlyn llegaron a la Posada Ángel Garrick. Regresaron a sus respectivas habitaciones para refrescarse. Él tomó una toalla y se metió en la ducha.
—Mañana es la subasta —pensó Kiba bajo la cálida ducha—. Mi último día en la feria.
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