Después de despedirse de Shyvana, quien decidió quedarse en su hogar en el bosque, Quetzulkan y Zoe emprendieron su viaje hacia la capital de Demacia. El camino era largo y arduo, serpenteando a través de densos bosques, colinas ondulantes y prados bañados por el sol. Cada paso los llevaba más cerca de la ciudad amurallada, pero también más profundamente en el corazón de una nación que desconfiaba de la magia y de aquellos que la practicaban.
A lo largo del viaje, las conversaciones entre Quetzulkan y Zoe variaban desde estrategias para el futuro hasta recuerdos compartidos de sus aventuras pasadas. A pesar de los desafíos que sabían que les esperaban en Demacia, ambos se sentían fortalecidos por el amor y la confianza que se habían confesado la noche anterior. La compañía del uno al otro les brindaba consuelo y seguridad en medio de la incertidumbre.
El paisaje cambiaba lentamente, pasando de los frondosos bosques a las vastas llanuras demacianas. La presencia de guardias y patrullas se hizo más frecuente a medida que se acercaban a la capital. Los estandartes de Demacia, con su emblema del león, ondeaban orgullosamente en las torres y murallas.
Finalmente, al llegar a las puertas de la capital, fueron detenidos por un grupo de guardias demacianos. Los ojos fríos y desconfiados de los guardias se posaron en Zoe, con su apariencia flotante y mágica, y en Quetzulkan, cuya naturaleza vastaya era evidente. Las preguntas comenzaron rápidamente, llenas de sospecha y desconfianza.
"¿Qué negocio tienen aquí, mago y vastaya?" preguntó uno de los guardias, su tono brusco y desafiante.
Quetzulkan mantuvo su compostura, mirando directamente al guardia. "Hemos venido en busca de audiencias y para aprender más sobre su cultura. No somos una amenaza."
El guardia frunció el ceño, evidentemente no convencido. "Demacia no es un lugar para los que practican la magia. ¿Qué pruebas tienen de sus intenciones?"
Zoe, flotando ligeramente, sonrió con amabilidad, pero su voz llevaba un tono firme. "No necesitamos pruebas. Estamos aquí en paz y simplemente deseamos explorar y entender mejor su nación."
Otro guardia intervino, su mano descansando peligrosamente cerca de la empuñadura de su espada. "¿Cómo sabemos que no son espías o que no planean causar problemas? Los magos y los vastaya no son bienvenidos aquí por razones obvias."
"Estamos aquí por voluntad propia y con buenas intenciones," replicó Quetzulkan, su voz serena pero firme. "No queremos causar ningún problema."
El guardia que había hablado primero dio un paso adelante, su expresión endurecida. "Las buenas intenciones no significan nada aquí. Necesitamos hechos, pruebas concretas de su lealtad y de que no representarán una amenaza para Demacia."
Antes de que la situación pudiera escalar más, una figura familiar apareció entre la multitud de guardias: el príncipe Jarvan, todavía mostrando signos de sus heridas, pero notablemente recuperado. Su presencia imponente y su autoridad eran inconfundibles.
"¡Deténganse!" ordenó Jarvan, interrumpiendo el interrogatorio. "Estos dos son mis benefactores. Gracias a ellos, estoy aquí, vivo y de regreso en Demacia."
Los guardias se retiraron rápidamente, inclinando la cabeza en señal de respeto y obediencia. Jarvan se acercó a Quetzulkan y Zoe, su expresión agradecida y amable.
"Me alegra verlos de nuevo," dijo Jarvan, su voz llena de gratitud. "No tuve la oportunidad de agradecerles adecuadamente por salvarme."
Quetzulkan y Zoe asintieron, agradeciendo sus palabras. "Estamos contentos de ver que estás recuperado, príncipe," dijo Quetzulkan.
Jarvan continuó, "Estoy de camino a un pueblo cercano donde se ha avistado un dragón. Voy con mis guardias personales para encargarnos de la amenaza."
Quetzulkan y Zoe intercambiaron una mirada significativa antes de contarle a Jarvan sobre su reciente batalla junto a Shyvana contra un dragón de fuego que había atacado una aldea.
"¿Así que han enfrentado a un dragón y ayudado a nuestros ciudadanos?" preguntó Jarvan, sorprendido y claramente impresionado. "Y mencionaron a otra ayudante, una vastaya mitad dragón... ¿Shyvana, dijiste?"
Zoe asintió. "Sí, Shyvana fue crucial en la batalla. Deberías conocerla algún día."
"Sin duda lo haré," respondió Jarvan con una sonrisa. "Enviaré exploradores para asegurarme de que no haya más nidos de dragones cerca. No podemos permitir más sorpresas."
Con el problema de su entrada resuelto, Jarvan invitó a Quetzulkan y Zoe a ser sus invitados en la ciudad. Les mostró los majestuosos edificios de mármol blanco, las amplias avenidas y los ciudadanos diligentes, orgullosos de su herencia demaciana.
Mientras caminaban, Jarvan les contó más sobre la ciudad y la situación actual. "Demacia ha estado en paz durante un tiempo, pero las tensiones siempre están presentes. Especialmente con los magos y los vastaya. Hay mucho miedo y desconfianza, alimentados por siglos de conflicto."
"¿Hay alguna esperanza de cambio?" preguntó Zoe, curiosa.
"Eso espero," respondió Jarvan con un suspiro. "Mi padre es un hombre fuerte, pero sus opiniones sobre la magia están muy arraigadas. Estoy trabajando para mostrarle que no todos los magos son una amenaza, pero llevará tiempo."
A medida que se adentraban en la ciudad, se toparon con una escena que turbó profundamente a Zoe.
Un grupo de cazadores de magos estaba encadenando a varios niños y algunos adultos, todos con expresiones de miedo o desafío. Los grilletes brillaban bajo el sol, simbolizando la opresión que Demacia ejercía sobre sus magos.
"No puedo permitir esto," susurró Zoe, sus ojos llenos de determinación.
Antes de que Quetzulkan pudiera detenerla, Zoe se acercó a los cazadores. "¿Qué están haciendo? ¡Libérenlos!"
Uno de los cazadores de magos, un hombre corpulento y de semblante severo, se volvió hacia ella. "Estos magos están bajo arresto por practicar hechicería en contra de las leyes de Demacia."
Zoe levantó una mano, su magia chisporroteando en el aire. "¡Esto es inhumano!"
Antes de que los cazadores pudieran reaccionar violentamente, Quetzulkan intervino, colocándose entre Zoe y los cazadores. La tensión se palpaba en el aire, con ambos bandos listos para enfrentarse.
"¡Alto!" La voz de Jarvan cortó el aire como una espada. "Estas personas están conmigo. Hablemos antes de actuar precipitadamente."
Los cazadores retrocedieron, pero no sin mostrar su descontento. Jarvan miró a Quetzulkan y Zoe con una mezcla de comprensión y tristeza.
"Entiendo su indignación," dijo Jarvan, su voz grave. "Las leyes de Demacia respecto a la magia son estrictas y a menudo crueles. Yo mismo no estoy de acuerdo con cómo se trata a los magos aquí, pero cambiar las leyes es algo que solo mi padre puede hacer, y él necesita convencerse de la necesidad de ese cambio."
Zoe, aún furiosa, miró a Jarvan con ojos llenos de lágrimas. "No podemos dejar que esto continúe. Esos niños... merecen algo mejor."
Jarvan asintió solemnemente. "Lo sé, Zoe. Haré todo lo posible por cambiar las cosas, pero por ahora, necesitamos ser estratégicos."
Mientras se alejaban de los cazadores de magos, Zoe se acercó a Quetzulkan y le susurró con firmeza. "Debemos salvar a esos niños. No podemos dejar que esto siga así."
Quetzulkan la miró, sus ojos reflejando la misma determinación. "Estoy contigo, Zoe. Planearemos algo, pero debemos ser cautelosos."
En susurros y silencio, comenzaron a planear su próximo movimiento. Sabían que liberar a los niños no sería fácil, pero estaban decididos a hacerlo. El amor y la justicia guiaban sus pasos, y con Jarvan como aliado, tenían esperanza de que, algún día, Demacia sería un lugar donde la magia y los magos no fueran temidos ni perseguidos, sino aceptados y valorados.
Con su plan en marcha, Quetzulkan y Zoe se prepararon para la noche, cuando el manto de la oscuridad les daría la cobertura necesaria para liberar a los niños y hacer justicia en un mundo que a menudo parecía olvidarse de ella. La aventura, sabían, solo acababa de empezar.
-------------------------------------------------
Con su plan en marcha, Quetzulkan y Zoe se prepararon para la noche, cuando el manto de la oscuridad les daría la cobertura necesaria para liberar a los niños y hacer justicia en un mundo que a menudo parecía olvidarse de ella. La aventura, sabían, solo acababa de empezar.
Gracias a la intervención del príncipe Jarvan, Quetzulkan y Zoe consiguieron un tipo de pase o licencia para andar libremente por Demacia sin ser detenidos. Esta licencia, respaldada por el propio Jarvan, les otorgaba un estatus especial y añadía un valor considerable a su presencia en la ciudad. Con este documento en mano, pudieron moverse sin levantar sospechas entre los ciudadanos y las autoridades, lo que les permitía enfocarse en su misión.
Quetzulkan y Zoe encontraron un lugar donde quedarse, una pequeña posada acogedora cerca del centro de la ciudad. La posadera, una mujer amable y de confianza, les dio la bienvenida sin hacer muchas preguntas, atraída por el emblema real que portaban.
Esa misma noche, Zoe estaba inquieta. La visión de los niños magos prisioneros no la dejaba en paz. Se revolvía en la cama que compartía con Quetzulkan, su mente llena de pensamientos sobre cómo liberarlos. Finalmente, incapaz de soportar la espera, se levantó y comenzó a vestirse silenciosamente.
Quetzulkan, que apenas había cerrado los ojos, la siguió. "¿A dónde vas?" susurró, aunque ya sabía la respuesta.
"Tenemos que hacer algo ahora," respondió Zoe con determinación. "No puedo esperar más."
Quetzulkan asintió. "Lo sé. Vamos."
Gracias a la magia que Zoe le había enseñado, Quetzulkan también podía flotar. Aunque tenía alas, prefería volar utilizando la magia porque era más silencioso y le permitía mantener un perfil bajo. Zoe le había mostrado cómo manipular la energía mágica para elevarse y desplazarse sin hacer ruido, y él había aceptado la enseñanza con gratitud y entusiasmo.
Esa noche, mientras volaban por encima de Demacia, la ciudad parecía tranquila. Sin embargo, ambos sabían que bajo esa calma aparente se ocultaban muchas injusticias. Volaron en silencio, sus siluetas apenas visibles contra el cielo nocturno.
Mientras buscaban la ubicación de los niños magos prisioneros, vieron un brillo tenue de luz mágica en las afueras de la ciudad, en una zona boscosa. Era casi imperceptible, pero Zoe y Quetzulkan, con sus sentidos agudizados, lo detectaron al instante. Se miraron y decidieron investigar.
Cuando llegaron al lugar, encontraron a una joven practicando magia. La joven tenía una apariencia angelical: cabello rubio dorado que caía en suaves ondas hasta sus hombros, ojos azules brillantes llenos de determinación y una expresión serena pero decidida. Vestía una túnica blanca y azul con bordados dorados, y sus manos brillaban con energía mágica.
La joven al darse cuenta de su presencia, intentó ocultar su magia, pero era demasiado tarde. Al ver a Quetzulkan y Zoe flotando, comprendió que también eran practicantes de magia. Se acercó a ellos con una mezcla de precaución y esperanza.
"Soy Luxanna Crownguard," dijo con una voz clara y firme. "¿Quiénes son ustedes?"
Quetzulkan y Zoe intercambiaron una mirada antes de responder. "Yo soy Quetzulkan, y esta es Zoe."
Lux asintió, mostrando un gesto de reconocimiento. "He oído hablar de ustedes. ¿Podrían enseñarme magia? Quiero ayudar a los magos nacidos en Demacia a ser libres."
Zoe, con su espíritu alegre y decidido, habló primero. "Estamos aquí para liberar a los magos prisioneros. No podemos permitir que sufran más."
Quetzulkan intervino, su tono más calmado y estratégico. "Necesitamos un plan. No podemos simplemente irrumpir sin pensar."
Luxxana asintió con fervor. "Entiendo. La vida en Demacia es dura para los magos. Nos escondemos y vivimos con miedo. Quiero cambiar eso."
Quetzulkan y Zoe vieron la sinceridad en sus ojos. No había engaño ni mentiras, solo un deseo ardiente de hacer el bien. Decidieron confiar en ella y le contaron sobre su plan para liberar a los prisioneros.
"Tenemos que ser cuidadosos," explicó Quetzulkan. "No podemos arriesgarnos a una confrontación directa que ponga en peligro a los niños."
Zoe, emocionada y llena de determinación, añadió, "Usaremos la oscuridad y la magia para entrar sin ser vistos. Debemos asegurarnos de que todos escapen seguros."
Luxxana asintió, su mente ya trabajando en los detalles del plan. "Puedo ayudarles. Conozco algunos pasadizos y caminos menos vigilados que podrían ser útiles."
Y así, con un plan más claro y una nueva aliada, Quetzulkan, Zoe y Luxxana se prepararon para la noche que les esperaba. Volaron juntos hacia su destino, sus corazones unidos por la determinación de hacer justicia y liberar a aquellos que habían sido injustamente encarcelados.
------------------------------------------------
La noche se deslizaba con una calma tensa mientras Quetzulkan, Zoe y Lux avanzaban sigilosamente por los oscuros senderos que conducían a la fortaleza donde mantenían a los prisioneros. La oscuridad envolvía el entorno, creando un velo misterioso que ocultaba los peligros y las esperanzas que aguardaban en la fortaleza.
Lux, con su conocimiento de la región, se convirtió en su guía a través de la noche. Cada paso era preciso, cada movimiento calculado para evitar la detección. Los susurros apagados y los gestos sutiles mantenían al grupo en perfecta armonía, deslizándose entre las sombras con una destreza casi sobrenatural.
Finalmente, alcanzaron los muros de la fortaleza, una estructura ominosa que se alzaba contra el oscuro cielo nocturno. Aunque la noche envolvía la fortaleza en un manto de silencio, el aire estaba cargado de tensión mientras se preparaban para su incursión.
Antes de que pudieran ejecutar su plan, una visión detuvo sus pasos. Además de los niños, las celdas también albergaban a adultos y ancianos. Algunos lucían abatidos por años de encarcelamiento, mientras que otros mantenían la mirada firme y la determinación en sus corazones.
La determinación brillaba en los ojos de Zoe mientras miraba a Quetzulkan y Lux. "Debemos ayudarlos a todos", dijo con vehemencia, su voz resonando en la noche como un eco de justicia.
Quetzulkan asintió solemnemente. "No podemos permitir que la injusticia continúe. Pero primero, debemos identificar a los verdaderos criminales y a los inocentes".
Con un gesto decidido, Quetzulkan se adelantó, preparado para interrogar a cada prisionero y desentrañar la verdad oculta en sus corazones. Mientras tanto, Zoe, con su magia de dormir, se encargó de neutralizar a los guardias que custodiaban las puertas de la fortaleza, asegurando que su incursión continuara sin problemas.
Entre los prisioneros, se destacaba un hombre demacrado, pero de mirada intensa, que se hacía llamar Sylas. Este hombre había sido privado de su libertad durante demasiado tiempo, pero su determinación de resistir era más fuerte que nunca. Juntos, idearon un plan para liberar a los inocentes y llevarlos a un lugar seguro donde pudieran comenzar de nuevo.
Con el pasar de las horas, los interrogatorios continuaron, cada uno revelando una parte más profunda del oscuro rompecabezas que era Demacia. Algunos prisioneros eran culpables de crímenes verdaderos, mientras que otros eran víctimas de un sistema injusto y opresivo.
Finalmente, con la ayuda de Lux y algunos de los prisioneros inocentes, Quetzulkan logró identificar a aquellos que merecían estar en la cárcel. Pero la tarea aún no había terminado. Ahora debían decidir qué hacer con aquellos que habían sido encarcelados injustamente.
Sylas, con su mirada penetrante y su determinación inquebrantable, se destacaba entre los prisioneros inocentes. Había sido privado de su libertad durante demasiado tiempo, pero en su corazón ardía el fuego de la resistencia. Juntos, decidieron llevar a los inocentes a un lugar seguro donde pudieran encontrar refugio y protección.
Zoe abrió portales dimensionales, transportando a los prisioneros lejos de la fortaleza hacia un bosque oculto, donde estarían a salvo de las miradas indiscretas de Demacia.
Con la fortaleza ahora en silencio y los prisioneros a salvo, el grupo se reunió en el bosque, donde la luz de la luna iluminaba el camino hacia un futuro incierto pero lleno de esperanza. Juntos, contemplaron el horizonte, sabiendo que habían cambiado el destino de aquellos que habían sido olvidados y oprimidos por demasiado tiempo.
Poco después, Quetzulkan, Zoe y Lux partieron hacia el Monasterio Hirana, un lugar de paz y sabiduría en medio del tumulto de la vida. Al llegar, fueron recibidos por Lee Sin, un monje solitario cuyos ojos reflejaban la tranquilidad y la serenidad del lugar.