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6.6

Los pies de Oliver alcanzaron la superficie de la tierra debajo del agua. Ahí se quedó esperando la hora final de su vida cuando una familiar mariposa celeste y brillantesa apareció frente a él.

—No te rindas, Oliver — le dijo mientras revoloteaba de un lado al otro.

El niño ignoró al pequeño insecto porque ya no tenía fuerzas para contradecirla. A continuación, Oliver abrió la boca y dejó que el agua ingresara a su sistema, dispuesto a aceptar su trágico destino. 

—Recuerda que el mundo virtual es parte de una ilusión — añadió la mariposa antes de desaparecer.

«Aquí todo es un engaño», repitió el niño, en su mente.

Oliver abrió los ojos ya lo lejos vio que un conejo robot borroso nadaba en dirección a él.

«¿La alegría debilita y la tristeza fortalece?», recordó.

Conforme Hari se acercaba, Oliver levantó un brazo hacia el robot. A esas alturas, el agua ya estaba impidiendo que respirara. Pronto, sus pies se alejaron del suelo. Oliver alzó la cabeza en el instante en que salía a la superficie. Ya en tierra, el conejo robot posicionó ambas manos sobre la parte alta del tórax del niño y presionó varias veces de manera consecutiva hasta que el líquido salió expulsado. Oliver seguía con los ojos cerrados, aunque su respiración consiguió estabilizarse.

Más tarde, Kiba y Kobat bajaron por la corteza de uno de los eucaliptos y se reunieron con el conejo que continuaba atento al comportamiento del niño.

— ¿Dónde está el robot víbora? — preguntó el koala líder cuando no lo vio por ningún lado.

—Lo dejó al otro extremo del río. Se recuperó del agua que ingresó a su sistema — contestó Hari. 

—Ese robot resultó ser un verdadero inútil —masculló Kiba.

 

Cuando horas más tarde Oliver despertó, el marsupial sugirió que continuara el viaje a las Grutas sin esperar a ningún robot, dadas las precarias condiciones de los histriónicos que lo acompañaban.

—Los robots fueron creados para la guerra, aunque los humanos dicen lo contrario, por lo que no es confiable seguir al lado de un conejo manipulado y un robot víbora desmemoriado — recordó Kiba.

Pero Oliver no tenía opción, más que seguir su instinto y continuar junto a los dos seres que han salvado su vida en distintas oportunidades.

Una vez que reanudaron el viaje, cientos de koalas asomaron sus regordetas cabecitas luminosas de entre las copas de los árboles para saludar a su líder en señal de respeto. Oliver quedó cautivado, al ser testigo de la lealtad de los koalas robots para respaldar a su comandante supremo y proteger su santuario.

En poco tiempo ya se encontraron en los límites del bosque de los eucaliptos, a escasos metros de iniciar con el bosque de oyamel y encino. El niño descendió del marsupial líder de los koalatronicos mientras que Hari bajó de Kobat.

—¡Bien!, hasta aquí termina el viaje, no podemos dejar desprotegido nuestro hogar por mucho tiempo. Hemos cumplido con nuestra parte, ahora les corresponde lograr que ese niño regrese a su mundo — afirmó Kiba erguida en dos patas.

Hari ascendió. El robot víbora, sumergido en sus pensamientos, ignoró al marsupial.

—Este lugar no está hecho para humanos y entre más tiempo su mente se exponga a estos lugares, más rápido perderá la cordura. Lo mismo aplica para la niña Emma — sentencia Kobat mirando al conejo.

No pasó desapercibido para Oliver el hecho de que ambos koalas presentaran fisuras tanto en el lomo como en las extremidades. Se veían deteriorados.

—Entendido — dijo el conejo robot al mismo tiempo que posicionaba la palma de su mano con los dedos hacia la sensación.

Kiba le regresó el saludo militar.

A continuación, Oliver, Hari y Adam partieron rumbo al santuario de la mariposa Nahla. 

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