Tras morir, Damien se encontró en un lugar más oscuro que la negrura, donde vagaba sin rumbo. Estaba sordo y ciego, incapaz de ver u oír cualquier cosa. Tampoco podía reunir ninguna fuerza, ni siquiera una onza de ella.
Para él, el silencio era como un fantasma.
Lo atormentaba, y el vacío circundante de luz presionaba sobre él como una presión invisible, empujándolo más y más profundo en un hoyo de profundidad inimaginable.
No podía regresar de él. Eso era cierto.
—¿Es esto el más allá? Si es así, es realmente aterrador.
Se esforzó con todas sus fuerzas, intentando escapar de él. En el fondo de su corazón, sabía que era como un barco roto hundiéndose en la profundidad del océano y que cada intento de escapar sería en vano. Tarde o temprano, se perdería en él, sin embargo, no se rindió.
Aunque no tenía poder para hacer nada en esta situación, se negaba a rendirse ya que tenía mucho por hacer aún.
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