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Quema, bebé, quema!

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Las arenas ardientes es el nombre de un desierto a 400 millas al norte del bosque donde Abadón estaba entrenando.

Mientras que los vampiros en Úpir no necesitaban temer a la luz del sol, había otro fenómeno natural que servía para encender su ira y precaución.

Las arenas de este odiado desierto tenían la habilidad de dar a los vampiros la sensación de estar asándose bajo el sol de la mañana.

Aunque no morirían ya que no era la verdadera luz del sol, la sensación de estar quemándose hasta convertirse en cenizas era una que les quedaría para el resto de sus vidas.

Era bastante inusual ya que la gente tendía a evitar esta área, pero hay algunos casos en los que vampiros cayeron en la arena y perdieron la razón en minutos debido al horrendo dolor.

Alto en el cielo, el rey vampiro era seguido por todo su ejército y miraba el paisaje de abajo con una mirada apreciativa.

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