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—Hola, Mi Amor —habló con un tono suave y debilitado Arturo.
—No, Arturo. Conserva tu fuerza, no hables —suplicó Derein.
—No tengo mucho tiempo. Lo siento, mi cuerpo se está desvaneciendo —habló Arturo, su voz apenas más fuerte que un susurro.
—No, No, No... ¡Curanderos, hagan algo! —Derein gritó desesperada.
—Reina Derein, ¿puede venir aquí un momento? —la Gran Madre la llamó.
—No vayas, ella te dirá lo que ya sé. Mi tiempo se acaba —Arturo le agarró la mano para detenerla.
—No, eso no es, Arturo —Derein trató de razonar, pero la Gran Madre la interrumpió.
—El Rey Arturo tiene razón. Su final está cerca y no hay manera fácil de decirlo. Lo siento, pero es la verdad —dijo la Gran Madre sombríamente.
—¿Cómo puede morir? Hay más de dieciséis curanderos aquí, ¿y me estás diciendo que aun así morirá? —Derein preguntó, su enojo filtrándose a través de sus palabras.
—Derein, por favor, cálmate —intervino Grok mientras tomaba su mano.
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