—¡Maldición! ¿No ves que estoy intentando actuar con arrogancia? ¿Por qué piensas tanto? ¡Soy tu esposa, desgraciado! —lo maldijo en su corazón mientras él levantaba una ceja pero no tomaba ninguna iniciativa de sostenerle las manos o al menos con un asentimiento sería suficiente.
Pero si se negaba delante de Diana, juró que se vengaría. Ya había tanto rencor contra él que no sabía qué haría si aumentara.
—Mis pies también me duelen, Rafael, no puedo estar de pie tanto tiempo. Si no me ayudas, podría caer pronto —deliberadamente trasladó su peso de un pie a otro mientras lo decía. Sus ojos le decían que iba a armar una escena si no cedía a sus caprichos, cuando finalmente él suspiró.
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