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Los ojos del chico centelleaban, aún así, continuaba mirando el suelo mientras esperaba a que el subastador aceptara la oferta.
Se oían jadeos y la sorpresa se dibujaba en la cara de todos.
—¡Un... un millón de monedas de oro por nuestro estimado invitado! ¿Hay alguien que quiera ofertar más? Un millón, uno —el subastador recorrió toda la sala, aunque ya conocía la respuesta.
La cantidad era suficiente para comprar más de diez esclavos. Entonces, ¿por qué alguien la malgastaría en un solo esclavo?
Siempre podrían tener más esclavos de físico fuerte. Aunque el chico viniera de los oscuros bosques de Amora, seguía siendo débil y desnutrido.
—Un millón, dos.
—Un millón, tres —sonó la campana—. ¡Y vendido!
—Verás, cuando necesitamos que las reglas que hicimos se rompan fácilmente —frunció los labios y miró hacia otro lado ya que no quería discutir con él.
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