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Qi Shuai podía soportar todas las maldiciones de Yi Lan, tantas como ella quisiera arrojarle. Pero oírla decir que otro hombre era más capaz que él para cuidar de ella, hizo que se le erizaran los pelos de la nuca.
Sus mandíbulas se apretaron fuertemente junto con su agarre de la bolsa de la compra. —¡Él no es tu novio, Yi Lan! ¡Deja de jugar ya! —dijo, todo irritado.
Feng Yi Lan se quedó atónita por un momento. No porque pensara que la habían pillado con las manos en la masa, sino porque no podía creer que alguien pudiera tener tanta confianza en las decisiones y la vida de los demás.
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