—¡Arre! —ordenó Alvaro a los lobos de fuego y las dos bestias levantaron la cabeza hacia el cielo. Un aullido fuerte escapó de su boca.
—Auuuuu!
Al segundo siguiente, la llama en sus patas parpadeó y los lobos dieron un enorme salto hacia el frente. Ese simple impulso cubrió 5 metros en un instante.
La carroza blanca se sacudió. Las robustas ruedas pateaban las piedrecillas y el polvo alrededor, formando una larga cola llena de polvo fangoso.
En un respiro, la gran figura de la carroza se hizo más y más pequeña, dejando solo tras de sí el rastro de polvo y piedrecillas.
El originalmente abarrotado patio delantero de repente se sintió vasto sin la carroza y los dos lobos.
El silencio llenó el patio delantero, ya que el Abuelo Yofan era la única persona de pie allí. El viento sopló su barba blanca... y el olor de la naturaleza le hizo cosquillas en la nariz.
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