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—Padre, ¿dónde has estado? —El que lo recibió fue Martín.
—¿Qué haces aquí? —Federico le espetó. Recordó que le había dicho que fuera a curar a los soldados que estaban sufriendo por la marea.
—He estado buscándote. Tu ayudante me informó que fuiste al mercado negro —Martín sonó abatido.
—¿Y qué? —Federico se sentó en su silla y miró fijamente a su hijo—. ¿No me dirás que ni siquiera puedes manejar a esos soldados? —preguntó.
—No es por eso que estoy aquí —dijo Martín—. No puedo curar a todos esos soldados. Yo— La marea es interminable. Yo no.
—¿Así que viniste a quejarte? —Federico preguntó.
—Quería saber por qué las bestias aparecerían cuando es de mañana. ¡El sol está arriba! ¿Cómo podría pasar algo así!? —dijo Martín.
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