La familia Horton había estado ocupada desde la mañana.
Cuando Keira se despertó y salió, vio a Lewis inesperadamente sin haber ido a trabajar temprano, sino sentado en el sofá de la sala.
Se estiró perezosamente y se acercó, levantando una ceja para preguntar:
—¿No tienes que ir a la oficina hoy?
Acababa de despertarse. Sus mejillas bien descansadas estaban brillantes y resplandecientes sin maquillaje. Su piel era clara, y sus labios carnosos y rojos.
En su ropa de estar por casa, era la viva imagen del confort relajado.
Lewis apartó la mirada, miró la hora y dijo indiferente:
—Tengo una reunión a las diez, algo que hacer a las tres de la tarde y estaré de vuelta para la cena.
Keira asintió:
—Entonces, ¿por qué no te has ido aún?
Lewis carraspeó y se levantó:
—La abuela quiere que nos probemos la ropa primero.
Keira parpadeó sorprendida:
—¿Eh?
Lewis se acercó, su alta estatura imponente conforme se aproximaba, y con una ligera tos dijo:
—Sígueme.
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