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En este momento, Altea estaba descansando en su sala de estar, compartiendo tiempo con los niños.
—Crecen tan rápido... —murmuraba Altea mientras rodaba a sus bebés en la cuna. Claramente solo tenían un mes de edad, pero ya estaban a punto de gatear. (Bueno, si arrastrar el pequeño trasero para moverse contaba como gatear).
—Hnghbgmm... —murmuraba Pequeña Pimienta, sus claros ojos azules mirándola, mientras Pequeño Albóndiga babeaba por todos lados.
—Ghamnnngh... —Albóndiga babeaba tanto que algo empezó a fluir hacia donde estaba Pimienta.
Pequeña Pimienta sintió la humedad y su cara se arrugó, se giró, arrastrando su cuerpo —casi gateando— boca abajo.
Altea soltó una risita.
Se inclinó para dar besos a los dos bebés y se preguntaba si debía guiarlos en su aventura de gatear o dejar que la naturaleza siguiera su curso.
Sin embargo, antes de hacerlo, una alarma estridente sonó por todo el territorio, seguido por la vibración de las paredes al ser golpeadas.
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