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Capítulo 9: Un Día de Descanso en Honor a Sancha: Parte 2

El sol despuntaba en el horizonte cuando el mayordomo secundario, Don Rodrigo, iniciaba su jornada en el castillo.

Su labor de administración y supervisión en la despensa es crucial para el funcionamiento ordenado de la mansión señorial.

Con paso firme y mente concentrada, se dirigía hacia la despensa, donde gestionaba los suministros para la cocina y supervisaba el abastecimiento de víveres.

Cada saco de harina, cada barril de vino, pasaba por su escrutinio meticuloso, asegurando que todo estuviera en orden y se cumplieran los estándares de calidad establecidos por la señora del castillo.

Llevaba a cabo sus responsabilidades con esmero y eficiencia, consciente de la confianza depositada en él por parte de la familia noble. No solo se encargaba de la administración de la despensa, sino que también coordinaba el trabajo de los criados y supervisaba el mantenimiento de las dependencias del castillo.

A cambio de sus servicios, Rodrigo recibía una compensación justa: 60 de plata al mes, lo que equivalía a 1 dinar de oro y 10 monedas de plata. Para él, esa suma no solo representaba un salario, sino también el reconocimiento de su valiosa labor y su posición en la jerarquía del personal del castillo.

Con diligencia y dedicación, continuaba desempeñando sus tareas, sabiendo que su trabajo era fundamental para el bienestar de todos los habitantes del castillo.

Tras haber completado sus labores matutinas, con una sonrisa de satisfacción, recordó que hoy, en honor al cumpleaños de la joven Sancha, se les había otorgado a los sirvientes unas horas libres durante la mañana y la tarde. Esta noticia llenó de alegría su corazón, pues significaba una pausa bien merecida en su rutina diaria.

Decidido a aprovechar este tiempo de libertad, Rodrigo se decidió a dar un paseo por el mercado local.

Quería explorar las diferentes mercancías disponibles y ver si había algo que despertara su interés. Además, pensó que sería una buena oportunidad para relajarse y disfrutar del ambiente animado del mercado.

Se dirigió hacia su habitación en el segundo piso del castillo, donde residían los sirvientes.

La estancia, de aproximadamente 50 metros cuadrados, ofrecía un espacio cómodo y acogedor para el mayordomo secundario. Al entrar, se sintió envuelto por la tranquilidad del lugar, un refugio privado en medio del bullicio del castillo.

Dirigiéndose al armario, seleccionó cuidadosamente una vestimenta más casual para su salida al mercado.

Optó por una túnica de lino en tonos terrosos, adornada con bordados discretos que reflejaban su posición respetada en la mansión señorial. Completó su atuendo con unos pantalones ajustados y unas botas de cuero bien pulidas, adecuadas para caminar por las calles empedradas del pueblo.

Una vez vestido, Rodrigo ajustó su túnica y pantalones con cuidado, asegurándose de que estuvieran impecables y cómodos para su salida al mercado.

Una vez satisfecho con su aspecto, se encaminó hacia la puerta principal del castillo, listo para disfrutar de unas horas de descanso y exploración en el mercado local.

Antes de salir, se aseguró de que todo estuviera en orden en su habitación antes de cerrar la puerta con llave. Con paso decidido, bajó las escaleras y salió hacia el bullicioso mercado.

Rodrigo se adentró en el bullicioso y perfumado mercado, donde el aroma de especias y productos frescos llenaba el aire. Mientras caminaba entre los puestos, observaba con curiosidad las diversas mercancías que se ofrecían: telas de colores brillantes, herramientas de trabajo, utensilios de cocina y más.

A su alrededor, escuchaba el murmullo de la gente regateando precios y realizando sus compras. Algunos discutían animadamente sobre la calidad de los productos, mientras que otros se apresuraban de un puesto a otro en busca de lo que necesitaban.

Entre la multitud, divisó un puesto de frutas, donde un vendedor exhibía una variedad de manzanas, peras, uvas y otras delicias. Decidido a comprar algunas frutas frescas, Rodrigo se acercó al puesto y comenzó a examinar los productos cuidadosamente.

Mientras observaba las manzanas, una mujer cercana mordió una y exclamó: "¡Definitivamente me llevaré una docena de estas deliciosas manzanas!"

El vendedor sonrió y respondió: "Por supuesto, señora. Déjeme calcular el precio".

Mientras la mujer esperaba, el vendedor comenzó a calcular el precio de la docena de manzanas.

Mientras tanto, Rodrigo también se acercó al puesto y comenzó a examinar las manzanas cuidadosamente. Al ver que la mujer ya había elegido algunas y notando que el precio era demasiado alto para ella, decidió comprar solo cuatro manzanas, lo que equivaldría a aproximadamente dos libras romanas.

Después de calcular el precio para la mujer, el vendedor se volvió hacia ella y le dijo: "Cuatro manzanas le costarán 6 de plata, señora".

La mujer asintió y pagó al vendedor, tomando las manzanas con una sonrisa de satisfacción. Agradeció al vendedor y se alejó del puesto, contenta con su compra y

preparada para continuar su recorrido por el mercado.

Después de que la mujer se haya marchado satisfecha con su compra, Rodrigo se acercó al vendedor.

Rodrigo: "Buenos días, ¿podría por favor darme dos manzanas y una libra romana de uvas?"

Vendedor: "Por supuesto, señor. Déjeme calcular el precio."

Después de calcular el precio para las manzanas y las uvas, el vendedor se volvió hacia Rodrigo y le dijo:

Vendedor: "Dos manzanas y una libra romana de uvas le costarán 8 de plata y 55 deniers de cobre, señor."

Rodrigo sacó 9 monedas de plata y las entregó al vendedor.

Rodrigo: "Aquí tiene 9 monedas de plata, pero no tengo deniers. ¿Tiene cambio?"

Vendedor: "Sí, por supuesto, señor, pero veo que no tienes nada en qué llevar las frutas. ¿Quieres que te venda esta cesta por los 45 deniers?"

Rodrigo: "¡Claro, sería perfecto!"

El vendedor entregó a Rodrigo la cesta por los 45 deniers de cobre como cambio. Rodrigo agradeció al vendedor y se alejó del puesto con las frutas cuidadosamente colocadas en la cesta, contento con su compra y listo para continuar su recorrido por el mercado.

Después de haber adquirido las frutas y la cesta en el mercado, Rodrigo decidió dirigirse al horno local para comprar una barra de pan fresco. Con la cesta en una mano y una bolsa de monedas en la otra, se encaminó hacia el horno, donde el aroma tentador del pan recién horneado llenaba el aire.

Al llegar al horno, Rodrigo fue recibido por el panadero, quien estaba ocupado sacando los panes del horno y colocándolos en el mostrador para que se enfriaran. Rodrigo observó con admiración la variedad de panes, desde hogazas rústicas hasta baguettes crujientes.

Panadero: "¡Buenos días, señor! ¿En qué puedo ayudarle hoy?"

Rodrigo: "Buenos días. Me gustaría comprar una barra de pan, por favor."

Panadero: "¡Por supuesto! Tenemos pan recién horneado. ¿Qué calidad prefiere?"

Rodrigo: "La mejor que tengas, por favor."

El panadero asintió y seleccionó cuidadosamente una barra de pan fresco, asegurándose de ofrecer a Rodrigo lo mejor de su producción.

Panadero: "Aquí tiene, señor. Una barra de nuestro mejor pan. ¿Hay algo más en lo que pueda ayudarle?"

Rodrigo revisó su bolsa y sacó tres monedas de plata para pagar por el pan.

Rodrigo: "Muchas gracias. Esto es todo por hoy. Que tenga un buen día."

Con la barra de pan recién adquirida en la cesta junto con las frutas, Rodrigo se despidió del panadero y regresó al castillo emocionado, listo para disfrutar de una deliciosa comida con los productos recién comprados en el mercado y en el horno local.

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