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La verdad.

Narra Emir

Mi pie se movía por inercia en el suelo, estaba inclinado sobre mi eje. Levanté la mirada y vi cómo mi chófer entraba en la sala de espera del hospital.

Me levanté para recibir al chófer y cuando llegó le indiqué que nos encontráramos en otro lugar apartado del hospital. No sabía cuándo llegarían las autorizaciones, pero quería adelantarme a no ser que quisiera permanecer en prisión por el resto de mi vida.

—¡Qué bueno que ya has llegado! —le dije. Nos quedamos en el parqueo y abrí la puerta del copiloto, acción que también hizo él.

—¿Qué es lo que pasa? —cuestionó con confusión. Tragué saliva y respiré profundamente antes de hablar, esto era algo demasiado delicado e inesperado para mí.

—Embaracé a Alekxandra —revelé seriamente— no sé cómo diablos pasó, pero ella está embarazada.

El hombre se quedó en silencio analizando la situación. Ni siquiera se sorprendió, y no quería que me dijera nada sobre mis acciones, ya sabía cómo estaba actuando. Solo quería soluciones, no reproches.

—Sabía que esto iba a traer problema —mencionó.

Silencio de mi parte y cuando captó la señal, paró de decirme lo que ya sabía y cambió de tema.

—¿Estás seguro que el hijo que espera es tuyo? Puede que sea de alguien más.

Recordé cuando le inyecté el anticonceptivo y la duda caló hondo en mi cabeza. Entré en una especie de trance. Pero era imposible que ella hubiera estado con alguien más. Yo le hice daño, la hice mía cuando ella ni siquiera había estado con nadie más.

—Creo que es mío —dije no muy seguro—. Ella no se ha visto con alguien más, sabes que siempre la hemos tenido vigilada.

—No pensará tenerlo, ¿o sí?

—Por supuesto que quiero interrumpir su embarazo. Pero tenemos un problema, Ali, ella no quiere abortar.

Negó con la cabeza.

—¿Y qué esperabas? Ella es cristiana y ellos respetan la vida por encima de todo. Ella tendrá que hacerlo, no es cuestión de querer o no. No puede arriesgarse a perderlo todo. Debe tener en cuenta que si su padre se entera de esto, no lo beneficiará en nada. Perderá la dirección de la empresa por haberse acostado y embarazado a una mujer cristiana.

No podía creer que esta historia se estaba repitiendo. Tuve un déjà vu, mi mente se fue a ese momento en el cual Janette me dijo que estaba embarazada de mí. Ni siquiera sabía qué hacer y ella lo reveló a los medios de comunicación y lo publicaron en exclusiva.

Mi padre se enfureció y me maldijo tantas veces por haber sido infiel a mi esposa y no obstante eso, embarazar a mi amante católica. Por suerte no era mío.

Pero este hijo sí era mío, lo sabía. Alekxandra solo había estado conmigo y lo sabía porque era una chica inexperta que no sabía nada acerca del sexo y porque ella era virgen, yo fui el primero.

—No quiero hacerle daño... —cerré los ojos y me talle la cien— no sé qué voy a hacer.

Resopló.

—Debe hacer lo correcto, y lo correcto es interrumpir ese embarazo. Luego dejar ir a la chica.

—No quiero dejarla ir —repliqué — debe haber otra forma. Si la dejo ir, Murad va a asesinarla junto a su madre. No pienso dejarla desprotegida.

—Puede protegerlas desde la distancia, no tiene por qué involucrarse con ellas. Ya no la vea más, la está poniendo en riesgo de morir a manos de su padre que no es más que un fanático religioso.

Narra Alekxandra Bezborodko.

Emir Evliyaouglu era un obsesivo maldito. Iba a hacer todo lo necesario para mantenerme a su lado como si fuera su esclava. Parecía que nunca iba a tener fin esta maldita pesadilla.

Intentaba ser optimista, pero no valió de nada serlo porque el pequeño rayo de luz al final del túnel que había estado encendido se apagó para convertirse en una oscuridad tenebrosa.

Cuando él salió de la habitación, mis lágrimas comenzaron a derramarse, y Zhera se acercó y tomó mis manos. Estaba perturbada, al igual que yo. Al parecer vio una faceta de su patrón que nunca imaginó.

La única esperanza que tenía era que ella se apiadara de mi persona y me ayudara a escapar; al menos, no estaba loca, al menos tenía moral y sabía lo que estaba mal y lo que estaba bien.

—Ayúdeme —le supliqué bajo su mirada apenada—. Por favor, necesito que me ayude.

—Debes ser paciente —intentó no parecer asustada. Pude ver lástima en su mirada, tal vez ella estaba imaginándose cuánto daño me habían hecho.

Me vi tan frustrada que ya estaba desesperada.

—Él me violó y me embarazó. ¿Qué más puedo esperar? ¿Morir? Si es así, no me voy a quedar sentada esperando.

—Lo sé, cariño —apretó mis manos—, pero no puedo hacer mucho ahora. Te prometo que te ayudaré, pero ahora es conveniente que te quedes con él porque estás delicada de salud.

Pensé en ese bebé y maldije en mi adentro. Por un momento pensé que me iba a acostumbrar a la idea de estar embarazada, sin embargo, tenía una guerra interna en mi mente. Pensaba que él no tenía la culpa de mi calvario, pero también pensaba que era un estorbo. Me sentía demasiado culpable por sentir cierto rechazo por él.

—¿Sabes? No estoy de acuerdo con lo que está haciendo Emir, y yo no lo sabía. Tal vez si me lo hubieras dicho antes, te hubiera ayudado, no lo dudes.

—No podía decirle nada, ese hombre me amenazó —le expliqué—. Se llevó a mi hermano y me dijo que si intentaba algo nunca más me dejaría verlo. Desde que creí muerta a mi mamá, cree que tiene derecho sobre mí. ¡Pero todo es su maldita culpa! Todo es culpa de ella.

La mujer se llevó la mano a la boca, incrédula y sorprendida por lo que estaba escuchando. Al parecer, no conocía de lo que era capaz esa bestia.

—Nunca pensé que Emir se prestaría para eso —dijo—, pero debí prestarle más atención, ya que si lo pienso bien, era muy raro que intentara hacerse cargo de un niño. A decir verdad, nunca le han gustado.

—¿Dónde está mi hermano? —inquirí— Ayúdeme, por favor, necesito que lo traigan conmigo, necesito verlo. No dejé que lo alejara de mí. Es capaz de hacer eso y mucho más.

—Debes estar tranquila —acarició mi cabello—, no es conveniente que te estreses, sabes que tienes una amenaza de aborto.

La puerta se abrió, y fue una mujer castaña quien entró. Respiré agitadamente al no comprender qué estaba pasando. La enfermera llamó mi atención cuando se acercó al suero para revisarlo. Dudé de ella al instante.

—¿Qué está haciendo? —pregunté alterada y me moví inquieta. Estaba tan paranoica que pensé que Evliyaouglu había conspirado con esa enfermera y le había dado la orden de inyectarme alguna sustancia que interrumpiera o pusiera en riesgo el embarazo.

Silencio, no dijo nada. Solo se limitó a inyectarme.

—Tranquila —dijo Zhera—, estás muy alterada.

La enfermera se acercó.

—Debo revisar su presión arterial, la ginecóloga me envió —habló por fin la chica.

Me miró extrañada por mi comportamiento. Zhera se levantó para darle más acceso a la enfermera.

—Extiende el brazo, por favor —me ordenó con frialdad y así lo hice mirándola con atención. La chica acomodó el aparato en mi brazo y luego lo infló. Mi corazón comenzó a martillear en mi pecho cuando sentí esa leve presión en el brazo. Cerré los ojos e intenté relajarme.

—Te volveremos a hacer un ultrasonido antes de considerar darle el alta —me avisó—, no se preocupe, la presión es moderada.

—¿Cuándo nos podemos ir? —preguntó la señora, llamando la atención de la enfermera. Finalmente la enfermera le dedicó una sonrisa gentil y amable.

—La doctora dijo que podrán irse en cuanto se termine el suero. Ella vendrá y le dará las indicaciones para que no haya ningún problema cuando se encuentren en la casa.

La agarré por el brazo con brusquedad, me sentía muy valiente esta vez y estaba dispuesta a hablar y revelar a todo lo que había sido sometida, tragué saliva. Ella me miró extrañada por mi acción. Pero no podía entender por qué estaba tan débil, y por qué sentía este agotamiento repentino.

Me sentía muy mareada.

—Me siento muy mareada —dije—, creo... Creo que... Me voy a... Desma...yar.

—No te preocupes —escuché una voz distorsionada en eco—, es por tu bien.

Quise gritar, y removerme inquieta en la camilla, sin embargo el cuerpo me pesaba y no tenía fuerzas para levantarme.

No te duermas, no lo hagas. Decía mi conciencia, pero mi cerebro no me ayudó. La enfermera ejercía una presión en mi cuerpo cuando vio que iba a levantarme y logré gritar.

—¿Qué está haciendo? —cuestionó la señora alterada— ¿Qué le dio?

—Si sabe lo que le conviene, manténgase en silencio —advirtió la supuesta enfermera.

—Suelteme —pedí con los dientes apretados—, déjeme ir. ¡Auxilio! ¡Ayuda! ¡Ayúdenme!

Pero fue inútil; el sueño me venció, cerré los ojos y lo único que sentí fueron mis lágrimas derramarse antes de caer en un estado inconsciente.

Narra Emir

Me llevé a Alekxandra a la casa donde ella se estaba quedando anteriormente. Ali se hizo cargo de sobornar a dos doctores del hospital para que la dejaran escapar.

Le di diez millones de dólares, sí, diez y no me arrepentí de hacerlo. Alekxandra era mía y no iba a permitir que me la arrebataran.

Le di ese sedante porque sabía que no iba a dejar que la llevara conmigo, al contrario, iba a llamar la atención de las personas, así que le ordené a una enfermera que le pusiera un sedante a base de engaños.

Miré su cara, todavía tenía las manchas de lágrimas debajo de sus ojos. Me sentía tan cautivado por esa belleza e inocencia que no quería irme y dejarla desprotegida.

Acaricié sus labios y me incliné para probarlos, todavía estaban resecos pero sabían deliciosos. La besé con delicadeza y la recosté levemente en la cama.

Me senté al lado de la cama y me quedé contemplando cómo dormía, jamás había sentido tanto miedo. Desvié la mirada a su pequeño vientre y mi cuerpo se encontraba entumecido de miedo al comprender que yo estaba considerando dejarla tener a ese bebé, si esa era su voluntad. No quería hacerle más daño del que le había hecho. Y ella no estaba dispuesta a abortar, era evidente que si quisiera que lo hiciera, la hubiera tenido que forzar.

Pero el egoísmo pesaba más que los episodios de raciocinio. No existía poder de la mente más grande que el deseo que sentía por ella.

Cada vez que mi mente pensaba en dejarla desprotegida, sentía en mi pecho una presión fuerte. Imaginarme cómo jamás iba a poder poseerla era una maldita tortura, porque yo estaba enfermo de deseo por esa chiquilla.

No sabía lo que era el amor ni tampoco pretendía llamarlo de esa manera, sin embargo, a pesar de mi ego, y mis deseos carnales, y mi manera tosca de tratar a las personas, incluyéndola a ella, iba a dejarla ir... Pero lo iba a hacer después de asegurarme de que Murad estuviera lejos de ella.

Se movió lentamente y fue abriendo los ojos muy despacio, acostumbrándose a la luz tenue de la habitación. Cuando me miró a los ojos, se sorprendió al saber que se encontraba de vuelta.

—Emir —su voz suave y pastosa llegó a mi zona auditiva y se me estremeció la piel.

—Estoy aquí —respondí. Se tocó el vientre y me miró con temor al comprender que perdió la noción del tiempo.

—¿Qué le hiciste a mi bebé? —preguntó desorientada.

—Nada —respondí—, todavía está dentro de ti.

Comenzó a llorar con desconsuelo. Abrí mis brazos y cuando se unió conmigo en ese abrazo, acaricié su pelo por encima de su cabeza. La abracé a mi pecho y pegué mi mandíbula a su cabeza, dejando un camino de besos sobre su cabello.

Mi cuerpo vibró al sentir esa temperatura tibia. Ella era tan pequeña, tan frágil, tan delicada que temía romperla en dos.

—Haré lo que quieras Emir, pero por favor no mates a mi bebé —sollozó y mi garganta ardió al verla tan derrotada y suplicándome.

—Tranquila... —murmuré—, lo estuve pensando y no haré nada que tú no quieras.

Gimió angustiada, pude sentir ese miedo correr por sus venas, su lenguaje corporal delataba lo invadida que se encontraba de pavor.

No quería sentir esta sensación, no quería sentirme sensible, y mucho menos sentir este maldito sentimiento de desesperación, pero a quien engañaba, seguía siendo humano, aunque aparentemente me mostraba como una bestia.

—Alek.

Me separé levemente de ella y acaricié su barbilla suavemente con gentileza. Podía sentir como su corazón estaba martilleando en mi pecho, adicto a esa preciosa mujer.

—Ya no llores —limpié sus lágrimas. Mi pecho se contrajo al verla tan vulnerable. Recordé cómo la había tratado horas atrás y me sentí como un monstruo.

—¿Cómo pretendes que no llore si eres tan cruel conmigo? —sollozó— ya no sé cómo pedirte que me dejes ir, pero tú no entiendes. Y es frustrante.

—Yo solo estaba intentando hacer lo que para mí era correcto y lo que para mí era normal —continué acariciándola y poco a poco sus sollozos dejaron de ser intensos.

—Entiende que esto no es una decisión que solo te pertenece a ti, porque no es tu cuerpo. Ni siquiera pude llegar virgen al matrimonio y es tu culpa. ¿Ahora me quieres condenar al infierno, me quieres convertir en tu cómplice?

Me quedé en silencio intentando analizar lo que decía.

—Sé que no quieres a este bebé, solo lo quieres tener por tus creencias religiosas, Alek. Lo sé por cómo lo concebimos. Yo... te abusé— se puso cabizbaja y rompió a llorar nuevamente—Y por eso creía que ibas a estar de acuerdo conmigo.

—Eres una desgracia para mi vida— golpeo mi pecho con violencia—¡te odio, te odio tanto!

Mi cara se desencajó de dolor y agarré sus delicados brazos deteniendo sus leves golpes y la volví abrazar contra mi pecho.

—Lo siento, Alek, lo siento tanto, preciosa. Siento tanto la clase de hombre que conociste.

Intentó soltarse de mi agarre y lo logró. No podía sostener la mirada por tanto tiempo porque su rostro lleno de lágrimas y su mirada llena de cólera me recordaba que no había perdón para mí ni para lo que le hice.

—¡Tú no eres un hombre, la palabra hombre te queda demasiado grande!

Se limpió las lágrimas.

—Lo sé... Por eso te dejaré en libertad— pronuncié.

Volví a acariciar por última vez sus tiernas mejillas y tembló ante ese toque. Sus ojos aceitunados se encontraron con los míos. Me acerqué lentamente hacia ella y volví a poseer sus labios... Y ella me correspondió...

Los iba a extrañar, de eso no me cabía la menor duda.

Profundicé el beso y coloqué mi mano en su cintura, y mi lengua invadió su boca en una caricia cargada de deseo, y más que deseo era la intensidad y la desesperación de la despedida.

Narra Alekxandra:

Emir salió de la habitación y me dejó totalmente desconcertada.

Se veía demasiado afectado por esas palabras que me dijo.

Lloré con desconsuelo nuevamente y dejé salir suspiros de alivio porque por fin iba a obtener mi libertad y me iba a poder ir lejos con la poca estabilidad que me quedaba.

Jamás en la vida iba a volver a verlo, iba a rezar por eso y ojalá que nuestros destinos nunca se cruzaran.

Por fin llegué a sentirme tan dichosa que la felicidad no me cabía en el pecho.

Me sequé las lágrimas de dolor e intenté calmar esta ansiedad que me provocaba la situación. Tenía miedo de que regresara y cambiara de opinión.

Escuché el chirrido de la madera y levanté la vista, era ella, Anastasia. Temblé ante el fantasma de mi progenitora y me asqueó su presencia.

Sus ojeras remarcadas, sus labios resecos y su aspecto delgado parecía que estaba sufriendo. En otro momento me hubiera provocado abrazarla, pero ni siquiera lo merecía.

Ella lloró en cuanto me vio y quiso acercarse a mí para abrazarme, sin embargo, la detuve.

—No te atrevas a hacer eso— pronuncié con frialdad— no puedes pretender que las cosas serán como antes, Anastasia.

—Cariño— habló y casi se le rompió la voz, bajó la cabeza, esta situación le afectaba, pero no más que a mí—mi niña, déjame explicarte cómo pasaron las cosas.

—¿Para qué? ¡Ya me han hecho demasiado daño, mamá! ¡Ya no soy una niña! Ese hombre...—temblé y sentí repudio al recordar cómo tocaba mi cuerpo—ese hombre me destruyó la vida.

Se llevó la mano a la boca y lloró nuevamente con desconsuelo.

—Lo siento, tanto— masculló—yo... No pude protegerte...

—Quiero que me digas cuál fue la razón, cuál fue la razón tan grande y tan mala para que dejaras que ese hombre me ultrajara de esa manera. Todavía no comprendo, mamá, cómo fuiste capaz de permitir semejante bajeza.

—Porque estamos sentenciados a muerte... Porque si no lo hacía, ibas a morir tú, Andrés y yo...

Palidecí ante esas palabras.

¿Qué ella quería decir con eso? ¿Acaso estaba hablándome en serio? ¿Quién querría matarla y por qué? Esas fueron las preguntas que me hice durante todos esos meses de agonía. Pero esas preguntas se desvanecieron en el momento en el que ella apareció con vida.

Mi mente viajó a esos días en los cuales Evliyaouglu me decía que quería protegerme. ¿De quién? Había una parte de esta historia que yo desconocía.

—Hija, yo fui la responsable de una persona muy poderosa en el pasado—reveló—yo fui la responsable de esa muerte y su familia quiere venganza.

Temblé ante esa revelación, mis músculos se entumecieron de miedo y tuve que sostenerme de algo para no caer.

—¿Y qué tiene que ver él en esto?

—Es parte de esa familia, linda— respondió, tragó saliva—ese hombre era su suegro. Era el padre de la esposa de Emir.

—¿Por qué lo mataste?—pregunté con voz temblorosa.

—Por ti, mi cielo—se acercó lentamente hacia mí—lo hice por ti.

Estaba sofocada. ¿Qué tenía yo que ver en esto?

—¿Por mí?

Asintió.

—Sí, y si hubiera estado vivo lo hubiera vuelto a hacer mil veces más, y no me arrepiento de nada.

—¡¿Qué tengo yo que ver en esto, mamá?!—la presioné.

—Él fue tu padre biológico.

¿Qué? ¿Mi padre biológico?

—Sí... Tu padre biológico. Quería robarte de mis brazos y someterte a esa estúpida tradición, pero no lo iba a permitir.

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