Niran no pudo evitar sonreír suavemente mientras miraba la serena playa que se extendía frente a ellos. Las aguas claras brillaban bajo el sol del mediodía, y el suave choque de las olas contra la orilla traía una sensación de calma que no se había dado cuenta que necesitaba. Su rubor se intensificaba cada vez que sus ojos se encontraban accidentalmente con la intensa e indescifrable mirada de Raúl.
—¿Dónde estamos? —preguntó con curiosidad, rompiendo el silencio.
Raúl la miró, su voz firme. —Estamos en la parte norte de la ciudad capital.
Niran murmuró en apreciación. —Es hermoso —dijo, contemplando la orilla prístina.
Su mirada se desplazó hacia el acogedor lugar cercano, una tienda de campaña con mantas extendidas sobre la arena, canastas llenas de una variedad de frutas, panes y carnes cuidadosamente arregladas.
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