—¿Por qué estás aquí fuera? —una voz interrumpió los pensamientos de Oriana, haciéndola girar la cabeza—. Maestro.
Observando su inquieta actitud, Erich se acercó a ella, la preocupación marcada en su rostro. —¿Qué te preocupa?
Oriana dirigió la mirada hacia el lugar donde Arlan había desaparecido, luchando por encontrar las palabras adecuadas para explicárselo a su maestro.
—Yo... simplemente salí a tomar aire fresco, pero de repente me sentí inquieta.
Erich estudió su pálida tez. —Has estado trabajando desde la mañana. Necesitas descansar.
—Estoy bien, Maestro —respondió con una sonrisa forzada, como para demostrar su punto. Luego preguntó—. Pero, ¿por qué estás despierto a esta hora?
Erich rascó perezosamente su sien, todavía ostentando signos de sueño y agotamiento en su rostro. —Mi mente ha concebido nuevos medicamentos para el Rey, y necesito empezar a prepararlos.
—Te ayudaré —ofreció Oriana.
Anotando su atribulado estado, Erich aceptó su oferta. —Muy bien. Entra.
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