Se registró en el cerebro de Aarón que sus labios ardían. Realmente necesitaba llevarla a un hospital y, sin embargo, se encontró besándola apasionadamente. Su autocontrol desapareció junto con su camisa.
Era demasiado cruel. Aparte de ese beso accidental por el que Keeley le pegó, no había disfrutado del sabor de sus labios en unos treinta años.
Sabía que necesitaba parar pero no quería. Esto no era justo para ella.
No estaba consciente de sus acciones. Si se enterara de esto después, probablemente estaría horrorizada y nunca más le volvería a hablar. Ese pensamiento lo trajo de vuelta a la tierra justo cuando ella intentaba desabrocharle el cinturón.
—Keeley —suspiró contra sus labios.
—¿Mm?
La agarró por los hombros y la sostuvo a unos seis centímetros de él. —Detente. No estás en tus cabales. No quieres esto.
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