—¡Eh! No maltraten a la señorita —Cassidy regañó a sus hombres mientras entraban a su habitación con Brandy y la empujaban al suelo.
Brandy encontró la mirada del hombre que estaba sentado en una silla con un puro en la mano. El hombre, que rondaba los treinta y tantos años, vestía un impecable traje blanco y lucía limpio y guapo como siempre lo había recordado. A diferencia de los otros señores, nadie adivinaría fácilmente su línea de negocios a juzgar por la forma en que vestía y se comportaba.
—¿Qué quieres? —preguntó Brandy, sintiéndose aliviada y más segura ahora que sabía a quién se enfrentaba. Se alegró de saber que de todos los crueles señores del cártel, había sido Cassidy quien la había atrapado y no los demás. Aunque él podía ser despiadado, sabía que él sentía algo por ella. Después de todo, él había sido el primer hombre al que Jero la había vendido. El que la había desflorado.
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