Un temido sentimiento se apoderaba de Layla, algo que había experimentado muchas veces antes, pero en esta etapa, en este punto y tiempo, no pensaba que lo volvería a sentir, la impotencia. Destellos de recuerdos llegaron a su mente, momentos en los que no pudo ayudar a su madre, momentos en los que no pudo ayudar a Erin y a Cia.
Justo frente a sus ojos, estaba siendo testigo de lo peor, su hijo, su propia carne y sangre que había sido creada entre ella y Quinn iba a ser arrebatado. Lo que Mundus planeaba hacer con el niño, ella no quería saberlo.
Al observar toda la escena, sintió algo mientras extendía la mano.
—¡Espada! No me importa lo que me pase, puedes controlar mi cuerpo, tomar lo que quieras, mi alma, toda mi vida, pero haz lo que puedas para detener a esa persona —gritó Layla.
La espada pudo sentir la fuerte voluntad de Layla y, a su vez, respondió a ella.
—Muy bien —respondió la espada—. Hagas lo que hagas, no sueltes.
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