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5: Algo para mí (Parte 1)

Aquella proposición fue arriesgada, temió por un momento asustarla, aunque en realidad sólo deseaba ofrecer auxilio y más al saberla en semejante situación, le haría saber que podía contar con él a través de actos, no se lo diría directamente, actuaría. La joven agarró sus manos sintiendo el calor que irradiaba su piel con la mirada llena de agradecimiento le sonrió y Jean comprendió que la sana sonrisa de ella cumplía con el objetivo de enternecer su corazón, bajo ningún concepto excluyendo la decisión que tomara permitiría que pasara necesidades, lo tendría para cualquier situación.

— Gracias. No tengo dudas de que eres una persona muy amable, tus buenas intenciones me... — cogió aire —... me conmueven, mis esperanzas crecen — afirmó casi con los ojos llorosos, sabía que no había morbo en la mirada de él, agachó la cabeza para que no se le notara, sus sentimientos la traicionaban.

Para Jean era un verdadero desafío contener las ganas de envolverla, desconocía su historia, resultaba duro no poder hacer nada. La iría conociendo y dejaría que fuera ella la que abriera su corazón. Quizá se había excedido con la propuesta, de todos modos, sintió un alivio al ver que no la había espantado. Sus cálidas, así como suaves manos envolvieron la suya, sintió una conexión desconocida, le gustó. Aunque en el fondo se amonestó a sí mismo, pues desde que la había visto tendida en sus brazos medio inconsciente las moléculas de su anatomía figuraban alborotadas. No poseía el control suficiente para acallarlas, seguía siendo algo que difícilmente había sentido otras veces.

— No nos conocemos tanto como para vivir juntos, igualmente espero estar bien aquí — confesó apenada, se le formó un nudo en la boca del estómago al verlo con la mirada algo perdida, sus ojos color miel la mareaba por la profundidad que transmitía —. De todas formas, muchas gracias. — Mostró su apreciación.

Él soltó un lento suspiro.

— No te preocupes. Contarás con mi apoyo en todo momento — respondió y le dedicó una rápida mirada. Después de un largo silencio entraron al centro, decidió acompañarla.

La joven se presentó y explicó que era nueva en la ciudad. Resumió su situación sin entrar en detalles, mostró el papel que le habían entregado horas atrás en comisaría. La recepcionista registró los datos y detalló minuciosamente cada dato del refugio, explicó que el establecimiento ofrecía ayuda para buscar trabajo, vivienda para más adelante, también contaba con buenos especialistas en cocina y limpieza. La estancia allí sería óptima al menos por unos pocos meses, o hasta que pudiera tener la oportunidad de vivir en su propio departamento.

Jean no había rehusado acompañarla, no permitiría retirarse hasta despedirse de manera apta. Se hallaban en la supuesta habitación donde se iba a acomodar por un tiempo, ella se mostró agradecida.

Parecía que el universo mostraba la posibilidad de barajar las cartas, ¿sería esa una señal? Sacudió la cabeza decidida a no hacerse ilusiones, no podía abarcar algo más que una amistad.

No...

Tenía asuntos más importantes por atender, como el tribunal de Dylan que era en cuarenta y cuatro horas, su media mitad estaba en un calabozo, se sintió mal por no haberle dado lugar en su mente.

— Hey — la voz grave de él instó a que abandonara el conjunto de ideas que formaba su cabeza—. Te dejo descansar, me voy, ¿de acuerdo?

— Está bien, Jean- Philippe.

— Llámame Jean.

— Vale — sonrió y agachó un poco la cabeza, se vieron solos en aquel pasillo que daba lugar con más habitaciones. Jean metió el dedo en el hueco de la camisa, con eso buscó liberar la tensión —. Bueno... — Miró hacía los lados. No sabía cómo despedirse, quería pedirle una información de contacto, pero algo le decía que no debía hacerlo, aunque tenía una deuda que saldar —. Supongo que... Adiós Jean.

El corazón le bombardeó con una fuerza superior a la suya descolocando más de la cuenta la caja torácica, la atmósfera se hizo pesada.

El seguía mirándola sin detenimiento sabiendo que la atracción era mutua. Lanzó una sonrisa y extrajo del bolsillo una tarjeta para entregársela.

— Aquí aparece mi información de contacto.

— Bien — afirmó y tomó la tarjeta como si fuera un tesoro, eso era lo que deseaba, parecía que le había leído el pensamiento. La atmósfera pesaba, Lana contenía la respiración y Jean pensaba en cómo despedirse.

— Lana Brown Williams, ¿verdad?

— Sí — asintió preguntándose por qué mencionaba su nombre y apellido completos —. ¿Pasa algo?

Él deseó decirle que no, que por dentro estaba experimentando una atracción tan fuerte como si las galaxias internas trataran de encontrarse por causa de la gravedad, sin embargo, contestó lo siguiente:

— Estoy grabando tu nombre en mi cerebro.

Abrió los ojos perpleja, expectante.

— ¿Di- disculpa?

— Voy a entrar a tu vida con tu permiso, solo espero que esté bien para ti. Me iré y volveré golpeando la puerta como si tuvieras algo para mí, Lana — tomó la mano derecha y depositó un cálido beso sin dejar de sostener la dulce y felina mirada de la joven sonrojada.

¿Cómo debía sentirse después de eso? Pensó mientras las mejillas se le teñían, Dios... cada gesto era más elegante al anterior.

— Te consiento el permiso — respondió finalmente con tono coqueto. Él esbozó una tierna sonrisa, pero de pronto de tierna parecía insuficiente más bien se convirtió en una traviesa, y, cargada de unas intenciones lejos de ser nobles.

— Descansa, sobretodo come bien y bebe mucha agua — más que una recomendación parecía una pauta médica andante — puso las manos en los bolsillos —. Adiós, Lana.

— Adiós, Jean — le devolvió el despido, todavía asfixiada, puso la mano en el pecho cuando desapareció por las escaleras.

Abrió la puerta torpemente y cuando cerró se apoyó en esta —la frase no cesaba, seguía pululando — recordó lo que había dicho momentos antes de marcharse y observó la tarjeta con los dedos temblorosos era; color granate y poseía un gran encabezado que recalcaba «Lachance Wines», aunque lo que más llamó su atención fue el nombre y apellidos completos «Jean- Philippe Lachance Jeong».

Varias preguntas surgieron, estaba claro que por su forma de vestir y por el coche debía mantener un cargo importante, quizá fuera perteneciente a una gran empresa de vinos o algo por el estilo.

Pero... ¿Cuántos años tendría? ¿vendría de familia europea y asiática? El primer apellido Lachance y el segundo Jeong dejaba evidencia. Habitaba lógica; por sus ojos ligeramente rasgados, debía tener sí o sí ascendencia oriental. Dejó a un lado a Jean y trató de concentrarse en ella misma.

Cerró los ojos agotada, apreció lo que el campo visual alcanzaba; una cama, un escritorio, una mesita de noche y un pequeño armario.

Quería tumbarse, pero el hambre se apoderaba de forma descomunal, llevaba por lo menos desde la tarde anterior sin probar bocado. Fue directa a la puerta que daba entrada al baño, se espantó al ver su reflejo en el espejo; el cabello castaño color chocolate se sujetaba a duras penas haciendo de ella un aspecto más desaliñado, ojos enormes pero apagados por el cansancio, apenas se notaban sus iris verdosos- avellanados, nariz diminuta y labios resecos. Juró sentirse como un bicho de ojos enormes. No, no era así, la chica que se reflejaba en el espejo no podía ser ella. Se desconocía. Giró la cabeza preguntándose qué tanto observaba Jean; sabía que era de su agrado, pero no descartaba que quizás sintiera lástima. Un pequeño insulto escapó de sus labios mientras soltaba la melena que caía por su espalda en forma de cascada para volver a enrollarlo en un moño. Se lavó la cara con agua fría y después arrancó la pulsera del hospital, todavía la llevaba consigo.

Puso especial atención al baño completamente blanco; el WC estaba situado en la esquina, justo enfrente estaba ella en la pica y el espejo arriba, a su izquierda la pequeña ducha con cortinas azules. El espacio sin duda era acogedor.

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