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«Felices los que lloran, porque recibirán consuelo».

Mateo 5: 4.

 

 

 

 

 

 

Por primera vez, en mucho tiempo, David durmió cómodamente las siguientes horas. Faltaban quince minutos para las once cuando lo despertaron. 

—Oye, dormilón, ya tenemos que irnos.

Con unas leves sacudidas despertó con los ojos entrecerrados por la luz del Sol. Miró de mala gana a su tío quien estaba vestido de manera formal, un traje elegante que tenía unos genuinos gemelos de diamantes.

—¿Ya vas a trabajar? —Bostezó mientras se reincorporaba en la cama.

—David... —Lo observó con cierta incredulidad—. Acabo de regresar de trabajar.

—¿Quién trabaja a las tres de la mañana? —Frunció el ceño.

—Mejor levántate y vámonos, que quiero ir a desayunar.

—¿No podemos ir después? Realmente dormí muy bien en esta cama —confesó encantado, dejándose caer nuevamente sobre el colchón.

—¿Ah, sí? Entonces, para Navidad te obsequiaré una. —Lanzó un atuendo sobre la cama y volvió a dirigirse a él—. Nos tenemos que ir, ya hice cita con un doctor. Vamos, andando, de todas formas te quedas hasta el domingo.

—¿Qué es una cita en estos tiempos, tío Lucas? —Se acurrucó entre las almohadas, abrazando la más grande—. Vive rápido, muere joven y deja un lindo cadáver. Ahora, suena perfecto —murmuró complacido antes de suspirar.

—Nalgas te van a hacer falta cuando termine contigo —murmuró, antes de quitarse el cinturón con la intención de azotarlo.

Poco después de treinta minutos Lucas y David se encontraban en el auto. El viaje fue silencioso como era costumbre entre ellos, con la pequeña diferencia de que Lucas se estaba lamiendo la sangre del contorno de su labio, después de haber sido aruñado por su sobrino luego del castigo que le aplicó; en cambio, David estaba en la parte trasera del vehículo, recostado a lo largo y sintiendo que sus glúteos palpitaban cada vez más. 

Ni Esther o Benjamín le habían levantado la mano a lo largo de su vida; pero ese día David comprendió que Lucas no soportaría el más mínimo incumplimiento. Ordenaba y se debía hacer. Lo único que David deseó en esos momentos fue que el cinturón no hubiese sido de un materia tan fino, de esa forma, tal vez hubiese resistido mejor.

—Pediré una hamburguesa —David comentó luego de revisar el menú al lado de su tío; por claras razones, no podía sentarse.

—¿Estás loco? Es el desayuno, no el almuerzo. Pide algo más sano —le exigió seriamente antes de centrarse en el mesero—. Hoy se me antoja una ensalada, pero con mucha piña.

—Entonces... pediré la crepa de moras azules —David exclamó hambriento, señalando la figura.

—¿Se lo apunto, querido? —Preguntó el mesero con un delicado tono de voz.

—Sí, eso sí. Gracias, Rubén, es todo por ahora. 

Luego de entregarle los menú el mesero se retiró de forma rápida a la cocina; en cambio, Lucas comenzó a leer el periódico y David estaba paralizado en su lugar. No demoró mucho en reaccionar instantáneamente en cubrir sus posaderas. 

El local era muy lindo y colorido. Las paredes estaban pintadas de un tono crema, los entornos que bordaban las mismas eran de un suave rosa; los banquillos más cercanos a la barra, enfrente de la cocina, estaban pintadas de turquesa; los sillones donde se encontraban ellos eran esponjosos y cómodos. Todo el restaurante tenía fachada de ser una imitación casi idéntica a los locales antiguos estadounidenses –asumiendo a un papel de las cafeterías de los '50–, pero había algo de lo que David no se percató hasta que Rubén habló.

—Tío Lucas —susurró, sin descubrir su retaguardia al verse rodeado de un par de meseros más.

—¿Qué?

—¿En dónde estamos?

—En mi restaurante retro preferido. —Detuvo la lectura para verlo fijamente—. ¿Acaso no viste el letrero al entrar? Estas en un local familiar.

—Sí, sí, pero...

—Aquí tienes tu orden —Rubén anunció con una sonrisa dejando el plato de David; este tuvo que rodearlo notoriamente para pasar a sentarse—. Lucas, deberías cuidar del pobre niño con mejor dedicación —demandó con seriedad, antes de volverlo a ver para encontrárselo comiendo con voracidad—. Mira lo pálido que está y las manos, ¡están pelándose! Necesita beber más agua.

—Rubén, solo vino de visita unos días —informó, antes de atraerlo hacia él rodeando su cintura con el brazo—. Por cierto, David, tal vez no te acuerdes porque eras un mocoso, pero él solía ser tu doctor.

—No le hagas caso a Lucas —protestó entre risas—. De niño, eras un encanto muy tímido, pero tremendo cuando entrabas en confianza.

—También era un llorón y dramático de primera.

—Eso no te lo negaré, sí lo era —confirmó antes de llevar su mano sobre la de Lucas—. Por cierto, tesoro, si necesitas trabajar para conseguir un poco de dinero en las vacaciones tenemos un nuevo servicio de car-wash.

—Gracias... —Murmuró a media voz con solo escucharlo hablar—. Lo tomaré en cuenta.

—¡Andando Rubén! —Lucas gritó divertido antes de darle una ligera palmada en la cintura—. Tengo hambre; además de que este ya está reservado, así que, deja de coquetearle.

Los dos observaron apenados a Lucas. Sus rostros estaban sumamente rojos y sus labios temblaban por no poder decir nada en contra de lo que dijo; ya que ninguno de los dos deseaba alargar más la discusión con él. 

Rubén se retiró rápidamente, mientras tanto, David desvió la mirada y decidió probar la crepa que había estado evitando –comiéndose solo las moras del entorno–. El primer bocado le dio un dulce sabor en el paladar, estaba perfectamente cocinado. No se sentía muy grasoso como en otros lugares.

—¿Te gusta? —Lucas preguntó con una pequeña sonrisa.

—Realmente se siente muy sano —respondió sorprendido buscando a cortar otro trozo más.

—David. —Se acomodó en el asiento para luego inclinarse y hacer más privada la conversación—. Si lo habrás notado, este restaurante tiene empleados diferentes a los que conoces.

—¿Todos son gays? —Bajó la mirada, al igual el tono de voz.

—Hay, como Rubén, pero no todos lo son. Creo que no lo notaste o hubieses hecho un escándalo para no entrar. —Señaló, chocando el dedo contra la ventana—. Tienen todas las banderas del colectivo para que las personas entiendan a dónde vienen a desayunar; aunque la visibilidad de sus banderas no es para excluir a las personas cis heterosexuales, sino para...

—No lo noté. —Se llevó una mora a la boca, reaccionando nervioso al saber en dónde se encontraba—. Tienes razón, no hubiese entrado. —Se metió una más, antes de observar a su alrededor—. Es más, ¡quiero irme! La suerte me odia, es probable que Levi ande por aquí.

—Tranquilo, come con calma que ya presiento que te vas a atragantar.

—¿Cómo es posible que este lugar este abierto? —Tragó con algo de dificultad.

—Porque te dije que eran mucho más profesionales —respondió nostálgico—. Este local, si te soy honesto, tiene más años que yo y desde hace mucho que tienen complicaciones con los discriminadores. Al principio solo era un lugar exclusivo para la comunidad gay. Te podrás imaginar que las vestimentas antes eran más... exóticas.

—Por Dios, Lucas, estoy comiendo.

—Bueno, bueno. A finales de los sesentas hubo una masacre que a nadie le importó ya que pensaron que era mejor de esa forma; pero sí hubo un grupo de personas que se levantó a defenderlos y fueron todos los amigos, familiares y aliados quienes exigieron que ya no hubiese más muertes. 

—Debió ser muy difícil...

—¡Por supuesto que sí! Con el tiempo no funcionaban las cosas, el local había sido cerrado por el temor de seguir en el mismo pleito; sin embargo, si nadie haría nada entonces ellos mismos se defenderían.

—¿Siguieron los vestuarios?

—No. —Evitó soltar una carcajada ante su expresión de espera a una afirmación—. Los primeros homosexuales en la policía abolieron la ley, consiguiendo que cualquiera pudiese aplicar a ser policía. Lejos de aquí ya hablaban de transexuales, bisexuales y travestis; aquí, en cambio, ellos seguían protegiéndose porque muchos ya no se expresaban luego de la última masacre.

—¡Qué terrible! Pero ¿lograron saber quién fue el responsable?

—Voy a ser sincero contigo y no es por meterte miedo... —Posó su mano en el hombro del contrario—. Fue un grupo de una iglesia.

—¿Qué?... —Su mirada se amplió. No podía creer en una realidad tan atroz.

—David, no todos los religiosos son malos como no todos los homosexuales son buenos. Hay feligreses con quienes te puedes llevar muy bien, al igual que hay homosexuales que fácilmente podría ser responsable de algún asalto. No puedes meterlos a todos en el mismo saco. Todos somos diferentes aunque se pertenezca a un mismo grupo.

—Señor Lucas, aquí traemos su ensalada —hablaron cantarines dos meseros.

—¡Al fin, ya me moría de hambre! —Exclamó apartándose para dejar que los meseros dejasen un gran tazón de cristal con ensalada de fruta—. Se ve tan deliciosa —canturreó hambriento.

—Que disfrute —expresaron alegres antes de retirarse.

—¿Te vas a comer todo eso? —David preguntó incrédulo luego de que se fueran. Era realmente un plato muy grande.

—Me como esto todos los días.

 

[. . .]

 

David terminó de comer sintiendo el mismo dulce sabor con cada bocado. Parecía como hecho en casa con mucho amor y dedicación. 

Inspeccionó el lugar viendo lo limpio que lo mantenían a diferencia de otros restaurantes que había visitado; sin embargo, no pudo evitar imaginar la escena de la masacre y pensar que tal vez él pudiese estar en la misma situación donde sus asesinos fuesen sus padres. 

Rubén estaba charlando con un robusto hombre cerca de la entrada con lo que David sospechó que se trataba de su pareja, solo verlos observándose fijamente y sonreír, con uno que otro roce de sus manos daba mucho para pensarlo así. David bajó la mirada a su plato en búsqueda de una distracción, este carecía de la cubierta grasienta del aceite –que normalmente quedaba al final por todos los demás platillos que se servían con la misma–. Se preguntó si la cocina era tan limpia como el resto del lugar.

—Gus, aún no termino turno. —Escuchó la dulce voz de Rubén e inconscientemente, volteó a ver la escena—. Hoy tengo que trabajar hasta las dos.

—De acuerdo, bebé, vendré por ti para que vayamos a ver una película. Están estrenando la que esperabas desde el año pasado.

—Te amo mucho —confesó, pero sin permitir un beso en horas laborales—. Osito, estoy trabajando y sabes que no me gusta cuando te pones así.

La pareja de Rubén era completamente opuesta al mismo. Era un hombre extremadamente fornido que por solo ver el casco que colgaba de su brazo era de esperarse que tuviese una motocicleta. Su cabello era largo y rizado, aunque no era comparado con su frondosa barba. David se quedó hipnotizado observándolos.

—¿Qué ves? —Preguntó Lucas mientras se giraba—. ¡Gustavo! ¡¿Qué cuernos haces aquí?! ¡Te tengo trabajando en el área de audiovisuales!

—¡Señor Knight! —En un instante el hombre estaba nervioso, aunque siempre manteniendo su rudeza intacta con su profunda voz.

—Lucas, por favor, no regañes a mi osito, ¿sí? —Pidió amablemente Rubén, haciendo un puchero—. Solo vino de visita nada más en su hora de almuerzo porque no me lo dejas descansar mucho —informó berrinchudo, uniendo sus manos para apoyar su mejilla en el dorso de la misma—. Te aseguro que él tendrá listo su trabajo en menos de lo que te esperes o yo pagaré por sus consecuencias.

—Cinco minutos, nada más —sentenció flexible, algo que sorprendió a David—. Estoy tomando tiempo, Rubén.

—Gracias —expresó cantarín, tomando unos segundos para regresar con Lucas y besarle la mejilla, antes de retirarse con su pareja.

—¿David, sigues ahí? —Chasqueó sus dedos frente al menor.

—Quiero tener una barba así —dijo suavemente, dirigiendo su mirada a Lucas.

—Lo que tendrás es un bigote, mira tu árbol genealógico y lo notarás.

—Pero a ti te crece la barba.

—Porque se hace lo que quiero que se haga —afirmó, acariciándose el mentón.

—¿Ya nos podemos ir? Ya no quiero seguir en este lugar —exclamó con desánimo al saber que habrían muchas más parejas de ese modo y él no estaba en condiciones para sentirse agitado—. Aún no terminas tu monstruo ensalada.

—Buen nombre. —Observó fuera de la ventana—. ¿Por qué no me esperas en el auto? 

—¡Gracias, Lucas! Eso haré.

Para su suerte el techo descapotable estaba puesto, así que podría encender la radio y buscar alguna emisora de su agrado. Lucas vigilaba desde el interior para asegurarse que no tocase nada o que alguien se le acercara; ya que lo menos que quería en ese restaurante, era que David se pusiera histérico.

—¿Lucas, quieres el servicio del car-wash? —Consultó Rubén, retirando el plato de David—. Oh, me alegro de que le haya gustado la crepa, es mi nueva especialidad.

—¿Cuánto me cobran? —Dirigió su atención al contrario, volviendo a atraerlo hacia él.

—La propina —respondió sonriente con solo ver a Lucas tan animado—. Así que depende de ti.

—De acuerdo, si veo que hace un buen trabajo le pagaré muy bien. —Cogió una fresa y volteó de nuevo la mirada al carro, dando leves palmadas a la cintura de Rubén—. Que me hagan el favor de avisarle a David de que lavarán el auto, así no se desmaya con el susto.

—Entendido.

David encontró una emisora donde estaban narrando la Biblia. Decidió dejarla mientras se encogía en el asiento, esperando pacientemente a que una señal se presentase con sus palabras.  

Pensó, nuevamente, en Jonatán, recordando que siempre oraba agradecida al altar, luego de ser escuchada por Dios y todo lo que ella pedía se cumplía. Se preguntaba entonces cuál era el error de él para que una barricada se formase cuando deseaba subir al techo. 

Un pequeño golpeteo en el vidrio lo distrajo de sus pensamientos, justo cuando sintió que las lágrimas volvían a acumularse en sus ojos.

—El señor Knight me pidió que te avisara que lavaría su auto. Puedes quedarte o retirarte, no tengo ningún problema.

—Me iré  —murmuró al reconocer la voz de la persona.

—Espera un momento... —Se agachó sin dejarle la posibilidad de salir del auto, golpeando con la rodilla la puerta para cerrarla—. Vaya, miren que tenemos por aquí, si no es nadie menos que mi querido vecino —comentó ronroneante, esbozando una picara sonrisa.

—Me quiero ir, por favor —titubeó al reconocer que era la primera vez que se encontraba tan cerca de su vecino—. ¡No creo que usted quiera problemas con mi tío! ¡Es un empresario muy famoso!

—¿El guapetón es tu tío? Debí suponerlo, ambos están espléndidos. —Esbozó una sonrisa lasciva—. La diferencia es que yo ya pude ver a tu tío, mientras que aun sigo esperando a que tú entres a mi casa.

—¡Lucas! —Asomó la cabeza viendo que su tío estaba por comerse una uva—. ¡Deja la ensalada y ven aquí! ¡Ahora mismo!

—Vamos, no tienes que hacer tanto escándalo. —Rio por lo bajo, analizando el cuerpo de David—. Todos vienen conmigo, en cualquier momento, siempre soy la primera experiencia de cualquier en Daruema.

—¡Ese no será mi caso!

—¿Qué tan seguro estás de eso? Te ves muy tenso, vecino, solo debes dejarte llevar y te haré sentir mucho mejor.

—Oye, ya. —Una tercera voz intervino en la charla—. No lo molestes más que lo pones nervioso, ¿sí? 

—Solo platicaba con mi vecino. —Alzó las manos en defensa y se encogió de hombros—. Es algo que me gusta hacer, nada más, incluso tú viniste conmigo, Levi —concluyó antes de marcharse.

—¿Levi?... —Giró con delicadeza su cabeza para ver al azabache usando una camisa sin mangas y unos pantalones cortos.

—Si no te gustan estos lugares, no deberías ni siquiera asomarte por aquí —articuló sin ánimo, ocultando sus manos en los bolsillos.

—¡Mi tío me trajo y tal parece que no me fue de mucha ayuda llamarlo! —Apreció por un momento a Lucas que aún seguía comiendo, sin atender a su actual grito—. ¿A qué se refería él? —Preguntó molesto, bajando la mirada.

—¿Te molesta? —Interrogó mientras se acercaba a la ventana.

—Solo me daba algo de curiosidad, nada más.

—No es nada malo, de hecho, me ayudó mucho estar con él —admitió, colocándose frente a la puerta—. Al principio, lo ves como un depravado, pero ya cuando inicia con la acción sabes que realmente es todo un profesional.

—¡Qué horror! —De forma casi instantánea se salió del auto y lo observó fijamente con repulsión—. ¿Cómo pudiste? Yo siempre he visto lo que hace ese hombre, es asqueroso y enfermizo porque es casi diario, ni siquiera tiene la delicadeza de cerrar las ventanas.

—David, espera, creo que lo has malentendido.

—¡No, no puede ser, ¿qué más puede hacer ese hombre?! ¡Nada! —Comenzó a hablar rápidamente—. Yo soy su vecino, he escuchado lo que hace y deberás que me he traumado en varias ocasiones, y...

—¡David! —Lo tomó de los brazos con suavidad, solo necesitaba que dejase de hablar—. No me acosté con él. 

—Suéltame —pidió tembloroso.

—Saúl ya me contó que pasó después de que me fui; Jonatán me estuvo hablando de cómo te sentiste cuando te dijo la verdad, ayer te vi con Paris y realmente te puedo decir, con toda honestidad, que me alegro que te esté yendo bien en tu relación. —Lo soltó para retroceder lejos de él—. Solo quisiera pedirte que no lastimes a quienes te quieren de verdad. Te estás quedando solo.

—Levi... —Exclamó con la voz quebrada—. Ya basta, por favor. —Se tomó de la camisa al sentir un punzante dolor en el pecho.

—David, tranquilo. —Lo abrazó cuando vio que estaba por desplomarse en el suelo—. Estás muy ligero... —Expresó con preocupación.

—Levi... —Alcanzó a rodear su cuello entre sus brazos, estirándose para susurrar en su oído—. Paris no es mi novia y jamás lo será.

—¡Aquí estoy, ya llegué! —Exclamó Lucas dejando su empaque para llevar, con lo que le restaba de ensalada, en el interior del auto—. ¡David, no de nuevo! No te atrevas a vomitarle. Disculpa los inconvenientes, muchacho, yo me encargo de él —le dijo ayudando a David a volver al interior. Fijó su mirada en Levi una vez que le colocó el cinturón de seguridad a su sobrino—. Gracias, eso es todo, tal vez a la próxima si pueda hacer que laven mi carro. De todas formas, dile a Rubén que le agradezco el servicio.

Una vez saliendo del estacionamiento David se retorcía en el asiento. Una serie de sensaciones le invadían desde un dolor en el estómago, hasta punzadas en su pecho. Lucas decidió que irían con el doctor primero antes de irse a que le cortaran el cabello, temía más porque le vomitase al estilista que al médico.

—¿Quién era él? Se veía muy preocupado por ti.

—Era Levi... —Dijo, antes de recostar su cabeza en la ventana.

—¡¿Qué?! —Repentinamente frenó, para luego retroceder—. Tenemos que regresar. Quiero hablarle para ver que tal es el muchacho.

—¡No! —Gritó dolorido, quejándose del dolor en su estómago—. Vamos con el doctor, Lucas. Ya no quiero regresar a ese lugar nunca más.

—Hablaremos de esto después, pero no podrás seguir evitándolos a todos sin que te explote algo primero.

—Solo vayamos con el doctor —pidió quejumbroso, encogiéndose más en su asiento en posición fetal—. Ya no quiero ser un lindo cadáver.

 

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