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Capítulo II

El Hilichurl que portaba la ballesta, observando a la dupla de invitados inesperados—y, realmente, indeseados—disparó la flecha directo hacia la cabeza de Sora, sin titubeos.

— ¡Cuidado! —gritó Paimon, tirando con todas sus fuerzas de la capa de su compañero, únicamente para escuchar el sonido de la carne rasgándose ante el paso del tosco proyectil fabricado con una rama de arbusto y una punta de piedra afilada, atados con una cuerda casera.

— ¡Agh! —masculló Sora, sujetándose el brazo izquierdo con la mano derecha. Un delgado riachuelo escarlata bajaba por su extremidad, deslizándose por su guante izquierdo hasta caer en pequeñas gotas que manchaban el césped de la ladera.

— ¡Waaaah! ¡E-E-Estás herido! —exclamó Paimon, no pudiendo ocultar su preocupación por su amigo.

— ¡Paimon, retrocede! —la riñó Sora, extendiendo su brazo derecho. En su mano, aquel resplandor dorado volvió a formarse, alargándose hasta hacer aparecer su espada de color plateado.

"Esta cosa apenas tiene filo… Es útil contra Slimes o monstruos individuales, ¿pero funcionará con tres Hilichurls a la vez?".

Abalanzándose sobre sus oponentes, el viajero blandió la espada hacia los Hilichurls. Esquivando otra flecha, logró atravesar a uno de los monstruos con su espada. Sangre negra se derramaba por la plateada hoja, brotando de la herida en el abdomen de la criatura. Sujetando la espada con ambas manos, tiró con fuerza a la vez que presionaba al Hilichurl con su pie derecho, sacando el arma de la fatídica herida.

Al voltearse, apenas pudo evitar que el otro monstruo golpeara su cabeza con el garrote que portaba. Tras esquivar el golpe, lleno de furia, Sora blandió nuevamente su espada, impactando contra el cuello del monstruo.

El aventurero desconocía el funcionamiento anatómico de aquellas bestias, pero por la enorme cantidad de sangre, igualmente negra, que brotó de la herida, dedujo que había cortado el equivalente a la yugular humana para el monstruo, aunque sin llegar a decapitarlo.

"Dos muertos… Solo queda ese arquero infeliz…", jadeó.

— ¡Yaaaaagh! —gritó, lanzándose sobre el último Hilichurl. Éste, pese a portar la máscara típica de su tribu, denotaba cierta sorpresa al ver a aquel invasor aproximarse tan rápido. Comenzó a cargar nuevamente su ballesta, apuntando a la garganta de su enemigo.

No obstante, su visión fue repentinamente bloqueada por aquel resplandor plateado que aún salpicaba los restos de sangre de sus compañeros.

Antes de darse cuenta, su cabeza se hallaba atravesada de lado a lado por la espada. El mismo líquido oscuro y tibio brotaba de la herida y, antes siquiera de poder presionar el gatillo de su ballesta, expiró.

Con dificultad, Sora sacó su espada desafilada del cráneo del monstruo. Extendiendo su mano derecha nuevamente, la soltó, desapareciendo en el mismo destello dorado con el cual había aparecido hacía solo unos momentos antes.

Entonces, sintió un golpe a su espalda. Un golpe pequeño y débil. Al mirar detrás de él, Sora vio una conocida cabellera blanca.

— Lo… Lo siento tanto… —sollozó la pequeña chica—. Es mi culpa que ese Hilichurl te haya herido el brazo…

Sora sonrió. Colocó una de sus manos suavemente sobre la cabeza de Paimon, acariciándola.

— Descuida. Al menos logramos acabar con un campamento de Hilichurls que ni siquiera sabíamos que existía.

— Pero… Pero… —seguía sollozando la pequeña.

— Es solo un leve corte. Se curará pronto.

La chica levantó la mirada lentamente. Sus ojos, como dos pequeñas galaxias estrelladas, estaban cristalizados por la delgada capa de lágrimas que no dejaban de brotar.

— Bueno, el campamento está libre ahora. ¿Te parece si cocinamos la carne que hallaste? —ofreció el joven, dirigiéndose a la fogata, la cual aún no se había consumido.

No obstante, un rugido atronador lo hizo voltearse nuevamente.

— N-No… No puede ser… —masculló Paimon, observando la ladera por la cual habían bajado los Hilichurls anteriores.

Ladera por la cual ahora baja otro monstruo enmascarado, dos o tres veces más grande que un Hilichurl normal.

Era un Mitachurl. Una bestia enorme, con brazos como troncos de árbol. Portaba una gigantesca hacha de hierro, impregnada con una sustancia marrón oscuro con toda la pinta de ser sangre coagulada.

¿Era sangre humana? ¿De animal? Era imposible saberlo. El monstruo se aproximaba al dúo, como un verdugo acercándose a la plaza del pueblo para una ejecución. Conforme se acercaba, iba aumentando el paso poco a poco.

— ¡Huye! —gritó Sora, preparando su espada nuevamente.

"Mierda, esta cosa no le hará ningún daño a esa bestia".

Entonces, la criatura se lanzó sobre el aventurero, con un único deseo en su feroz instinto.

No herir.

No fracturar.

No mutilar.

Únicamente matar, y quizás devorar.

Usaría los huesos de aquellos intrusos para decorar su macabra guarida, donde tantos aventureros y guerreros habían perecido, sin que nadie supiera de su paradero.

Observando cómo el Mitachurl agitaba la enorme hacha, apuntando a su abdomen con el visible deseo de acabarlo de un solo golpe, Sora se lanzó hacia atrás. La ráfaga de viento producida por el brusco y pesado movimiento del arma lo empujó hacia atrás, quedando a pocos metros del risco por el cual había subido hasta allí.

— ¡Sora! ¡Cuidado! —gritó Paimon con voz aguda.

El chico, que aún estaba levantándose, observó cómo la bestia agitaba el hacha ensangrentada por segunda vez. Instintivamente, Sora sujetó su espada con ambas manos, una sobre la empuñadura y la otra sobre la hoja.

El impacto de los metales hizo un ruido sordo, liberando varias chispas.

Sin embargo, y pese a haber sobrevivido al ataque del monstruo, la fuerza de éste fue tal que lanzó al invasor hacia atrás.

Hacia el risco que estaba a varios metros del suelo.

Mientras caía, el silbido del viento en sus oídos le impidieron escuchar el grito de su compañera, quien horrorizada se había lanzado a ayudarle. Tirando de su capa inútilmente, Paimon no tenía suficiente fuerza como para siquiera aminorar la caída de Sora.

Sólo pudo ver, aterrada, cómo su amigo caía al vacío, mientras éste la observaba alejarse más y más hasta que…

… Todo se volvió negro.

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