Nora estaba tan pálida como una sábana. Pensó en ese día, cinco años atrás, cuando entró en trabajo de parto antes de tiempo...
Recordaba muy bien que en ese momento estaba en una clínica privada. Las paredes blancas estaban dañadas y había muy poca luz en la sala de partos. Sólo había un médico y una enfermera, y su aspecto era muy poco profesional.
Se tumbó en la fría cama de partos sin una pizca de dignidad. Ya no recordaba el dolor de las contracciones. Lo único que recordaba era la manita inquieta que asomaba por la manta que envolvía a su hijo cuando su padre se lo llevó.
Era tan pequeño... como si fuera del tamaño de su dedo. Quería levantarse y detenerlo, pero las contracciones no pararon.
El líquido amniótico de su bolsa estaba casi agotado. Si detenía el proceso de parto, el bebé que aún estaba en su vientre moriría asfixiado…
Sintió como si todo el aire de su pecho hubiera sido succionado y no pudiera respirar.
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