Rosewisse volaba por los cielos nublados de Niflheim mientras seguía a Viggo y lo observaba avanzar por las diferentes áreas del laberinto de Ivaldi. No era un laberinto en el sentido de que se podía perder, sino que era un laberinto en donde lo podían matar. Ya sea por la niebla mortal, las enormes trampas como paredes que aplastan o cierras dentadas que sin el conocimiento de su movimiento te pueden cortar a la mitad. Además, estaba el hecho de que todas las criaturas que habían quedado atrapadas, ya sea draugrs, wulver, ogros, viajeros o brujas seidr se habían vuelto locos por la sobreexposición a la niebla mortal.
Por otro lado, Viggo llevaba puesta la máscara que Ivaldi había confeccionado para explorar a través de la niebla mortal. La máscara era de construcción lisa, blanca y con dos agujeros a la altura de los ojos. La gran función de filtrar el aire era solo una de sus funciones, ya que al mismo tiempo aparecía información de los alrededores a tiempo real tales como un pequeño mapa del espacio ya recorrido.
Viggo se detuvo delante de una trampa que constituía en una pared móvil que se retraía durante unos segundos y después se movía aplastando todo lo que quedara entre ella y la otra muralla. Al mismo tiempo, la niebla mortal estaba por todos lados, apenas dejando ver lo que había bajo los pies de Viggo. Este último se quedó mirando el suelo y rápidamente se extendió una especie de malla de energía que marco el estado del suelo como los baches y los objetos que quedaban ocultos, como un trozo de armadura muy cerca de la trampa aplastante. Seguramente fue algún tipo que no tuvo la fuerza o velocidad y fue aplastado por las paredes.
—Esto se pone cada vez mejor— murmuro Viggo, miró a la trampa mortal que se había recogido y dejó un largo pasillo que llevaba a una sección más amplia del laberinto. La niebla mortal era espesa, así que apenas se dilucidaban siluetas, pero como Viggo volvió a quedarse mirando más de diez segundos, se volvió a extender la malla de energía y mostro el estado del pasillo, la distancia, la altura y lo que había más allá. Las siluetas seguían sin ser visibles, pero mostraba una clara estructura: draugrs y wulvers.
Una vez más la muralla se extendió y cerró el camino aplastando todo lo que había a su paso. Viggo espero diez segundos, la muralla se volvió a recoger dejando un pasillo y corrió con todas sus fuerzas mientras llevaba el bolso cruzado sobre su pecho y el hacha leviatán en su mano derecha. Iba con la armadura real enana, así que no le tenía miedo de ser encontrado desprevenido.
Viggo logro atravesar el pasillo, tomo su hacha con ambas manos, pero desde el cielo cayeron una serie de bolas de fuego que masacraron a los wulver y draugrs en tan solo unos instantes. Eran pocos, dos wulver y cinco draugrs, pero parece que la niebla mortal afectaba incluso a los no-muertos.
Viggo elevo la mirada al cielo y vio a la valkiria Rosewisse agitando sus alas para después planear en el cielo. Viggo sonrió bajo la máscara y miró una esquina del espacio donde había un tótem de un enano anciano con un bastón. Esta estatua funcionaba como refinador de la niebla mortal.
Viggo camino hasta el tótem, se agacho y gracias a la niebla mortal apenas pudo ver por delante de él, pero una vez más la malla de energía se extendió sobre la visión de la máscara y le mostro el relieve de los alrededores. Se veía claramente la silueta de una tapa metálica con una argolla. Viggo estiro su mano, jalo la argolla y abrió lo que parecía ser un cajón. Adentro había un centenar de pepitas de niebla mortal que al refinarse bajo un estricto proceso se transformaría en la aleación de Niflheim. Viggo abrió el bolso y con las manos cubiertas por los guanteletes de color turquesa y bordes dorados tomo las pepitas de niebla mortal. Rápidamente vacío el cajón y lo cerró.
De esa manera Viggo fue recogiendo todas las pepitas de niebla mortal que los tótems refinadores de niebla habían cosechado durante todos los años en que no hubo nadie para retirarlos. Fue una gran sorpresa recoger tales cantidades porque según el diario de Ivaldi a lo sumo podías recolectar un kilo por año y eso era considerando todos los totem refinadores que había en el laberinto de Ivaldi.
Al medio día Viggo termino de recoger todas las pepitas de niebla mortal y las almaceno dentro del bolso de cuero. Dentro del espacio dimensional no afectaría a nadie y tampoco se esparciría la niebla mortal.
Viggo subió la colina que lo llevaba al gran portal que marcaba el comienzo de la tierra maldita. Una vez que llego bajo el portal, se quitó la máscara y frunció el ceño. Viggo miró la máscara blanca que parecía ser un trozo delgado de algo un poco más duro que la cascara de un huevo. Sin embargo, a pesar de su simplicidad, era la diferencia entre el cielo y la tierra. Para empezar, con la máscara puesta no sentías el terrible olor a cadáver de la niebla mortal.
Viggo guardo la máscara dentro del bolso de cuero y escucho como alguien aleteaba por encima de su cabeza. Levanto la mirada y vio a Rosewisse descendiendo con suavidad hasta quedar a su lado.
—¿Todo bien?— pregunto Rosewisse
—Todo bien— respondió Viggo con una gran sonrisa, había sido una gran cosecha. Ahora solo le quedaba el largo proceso de entrenar los métodos de herrería de Ivaldi
Rosewisse tendió ambas manos como si esperara algo y Viggo la quedó mirando con una sonrisa astuta. Viggo asintió, saco la máscara y se la tendió. Ella tenía que hacerse cargo de un asunto con la valkiria aprisionada dentro del laberinto. Esta era la última y después podrían convocar a la reina valkiria, Sigrun.
Rosewisse tomo la máscara y se la puso sobre su rostro —vaya— dijo con la voz apagada —esto es más agradable de lo que parece—
—Sí, no hueles la peste de la niebla ni te afecta su constante exposición, pero ten cuidado, cada diez segundos extiende una malla de energía sobre la superficie y objetivos. Revela información, siluetas y cosas ocultas por la niebla mortal, pero si te encuentras desprevenida te puede sorprender y hacer que te quedes congelada—
—Eso no me pasara— aseguro Rosewisse
—Eso espero, solo tengo una máscara y la vas a ocupar tú. Así que ten cuidado cuando luches con la otra valkiria, no estaré para acompañarte—
—No te preocupes, venceré lo más rápido posible para que volvamos a Midgar—
—Ve, te estaré esperando—
Rosewisse asintió, saltó al cielo y se fue volando hacia el sector izquierdo del laberinto de Ivaldi, donde había una amplia zona y la valkiria había quedado aprisionada.
Viggo se quedó mirando durante unos segundos, se quitó el guantelete izquierdo, lo guardo dentro del bolso y saco el libro de herrería de Ivaldi. Aquí incluso salía como creo Gungnir, la lanza de Odín. Viggo empezó a caminar hacia el puente con dirección al templo de Tyr mientras leía. Según las indicaciones de Ivaldi, la lanza fue hecha para que respondiera a la voluntad de Odín y potenciara su poder.
Viggo se quedó quieto en medio del puente que conducía al templo de Tyr. En medio de la quietud, con la niebla mortal que le llevaba a los tobillos y el cielo nublado, murmuro —una gran incógnita ¿Cuál es la divinidad de ese tipo?—
—Por fin apareces— dijo alguien desde el cielo, cuya voz sonaba suave, fría y distante, con un toque de tristeza.
Viggo miró al cielo y vio a otra valkiria volar en su dirección. Viggo la reconoció de inmediato, era Brunilda, el dragón, como la llamaba Rosewisse. La valkiria tenía el cabello gris, ondulado, con dos trenzas que enmarcaban su rostro. Llevaba su armadura dorada, pero le faltaba el brazo derecho.
Brunilda descendió a tres metros por delante de Viggo. Levantó su pequeño y estilizado rostro con el ceño fruncido. Al parecer, no por el enojo, sino por la pérdida de su extremidad y el dolor.
—Déjame ver— dijo Viggo de inmediato
La valkiria dio un paso atrás, pero eso fue todo lo que hizo y después agacho la mirada —no es tu asunto, esposo de Rosewisse—
Viggo soltó un suspiro y le dijo —puedes llamarme Viggo, no es mi asunto, pero no hay daño en que te ayude— él busco en su bolsa de cuero y saco la botella de estus —toma— dijo tendiéndole la botella —te gusto ¿Verdad? Prueba un poco, te hará sentir mejor—
Brunilda lo miró a los ojos, espero durante unos segundos y se acercó con lentitud. Ella tomo la botella esmeralda mientras miraba a Viggo con desconfianza como si la fuera a regañar, pero él nunca hizo eso. Solo la quedó mirando y Brunilda se llevó la botella de estus a los labios. El delicioso sabor del estus lleno su boca y ella se sintió rápidamente aliviada.
Brunilda le devolvió la botella y dijo —gracias—
Viggo recibió la botella, noto que ella tenía un mejor semblante y guardo la botella —de nada— dijo —ahora dime ¿Por qué perdiste tu brazo?—
Brunilda agacho la mirada y respondió —es normal recibir un castigo cuando no haces las cosas bien—
—Un castigo es un castigo— dijo Viggo con un tono de voz serio —pero que te corten un brazo es algo que solo le haces a tus enemigos. No es normal, no hables como si estuviera bien—
Brunilda dio un paso atrás y agacho la cabeza como si hubiera cometido un error —lo siento— dijo
Viggo soltó un suspiro y quedó mirando a la joven valkiria que debería haber tenido la misma edad que Rosewisse. Soltó un suspiro y preguntó —¿Qué dijo el padre de todo?—
Brunilda busco en sus ropas una medalla y se la tendió. Viggo recibió la medalla, la miró y se dio cuenta que tenía un cuervo grabado en la cara y una lanza del otro lado, como una moneda. Viggo soltó una risita y ocupo su clarividencia en la medalla. Entonces pudo escuchar los pensamientos y sentir los sentimientos que poseía el dios cuervo al pasarle esta medalla a Brunilda. Tal como lo pensó Viggo en un principio, Brunilda fue enviada a esta misión con varias intenciones. La primera era matarlos, pero también morir en el proceso e incluso si no moría, Odín buscaría una excusa para castigarla y cortarle el brazo. No era bueno que una jovencita tan fuerte de la raza de los vanir anduviera por ahí como si nada. Cualquiera podría ponerla en contra de Odín y eso solo significaría problemas a futuro. A Odín le gustaban los fuertes y tontos, pero sobre todo los que podía manipular fácilmente. Brunilda parecía ser ingenua, pero si Odín le dijera que atacara a los vanir, nunca lo haría.
—Ok, ningún problema— dijo Viggo, miró a Brunilda y se concentró en los ojos azules que resaltaban gracias al cabello gris. Ella agacho la mirada con un rubor en las mejillas y asintió —pero vas a tener que acompañarme—
—¿Por qué?— pregunto Brunilda, levantó su rostro y lo miró a los ojos —esa medalla debería crear un portal para viajar a donde vive el padre de todo—
—Bueno, resulta que ahora mismo no quiero ver a un anciano molesto— respondió Viggo con una amplia sonrisa, dejando a Brunilda aún más confundida —ven, acompáñame—
Brunilda vio a Viggo caminar y pasar por su lado. Ella se volteó y lo quedo mirando en esa hermosa armadura de color turquesa con grabados y bordes dorados —¿A dónde?—
—A caminar por el puente, esperaremos a Rosewisse y me gustaría conversar con alguien—
—No puedo, no entiendes, debo volver—
—No te preocupes, tú deber es llevarme con el padre de todo ¿No?—
Brunilda frunció el ceño, pero de todos modos lo siguió.