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II

[DIPLOMA.jpg en el primer comentario]

El padre de Jorge le dio a él unas palmadas en la espalda, lo sujetó del hombro y lo acercó a su lado con fuerza.

—¡Muy bien, m'hijo! ¡Así me gusta: con excelencia y todo!

—Es que tiene mucha capacidad —dijo la madre.

—¿Cómo no? Si salió igual que su padre. Todo un cerebrito. O ¿apoco no, profe?

El profesor rio cortésmente.

—Claro —dijo—. De verdad que Jorge es alguien muy capaz.

—Y aparte eligió la mejor carrera de todas, igual que su padre.

—Sí —el profesor asintió—, y además hay mucha oferta laboral para nosotros.

—No, pues ofertas le van a sobrar —dijo el padre, y después se volvió hacia Jorge—. Pero si quieres le hablo a mi compadre para que te ponga en un buen puesto.

Jorge negó con la cabeza (él no necesitaba que le consiguieran un empleo. Con sus logros académicos lo único difícil sería elegir el mejor lugar para trabajar).

—¡¿Dónde está mi cerebrito?! —exclamó alguien que poco a poco se abrió paso hacia el salón. Sí, era la tía Esther. Ella, en cuanto vio a Jorge, se acercó a él y le plantó un beso en la mejilla que se le quedaría marcado hasta el día siguiente—. ¡Ay, mi amor, felicidades! ¡Y qué galán! ¿Para cuándo la novia, eh? —ella le pellizco la mejilla y se dirigió al padre—. Y ¿cómo le fue?

—Pues ¿cómo le iba a ir? —el padre le entregó el diploma. La tía Esther lo leyó.

—¡Qué bárbaro! —la tía Esther abrazó a Jorge—. Ahora sí me sorprendiste. Se nota que le echaste muchas ganas.

Jorge sonrió cortésmente (aunque, en realidad, no se había esforzado tantos como todos pensaban. La universidad le pareció mucho más fácil de lo que todos decían).

—Jorge —lo llamó Fede, uno de sus compañeros.

El padre soltó a Jorge y le dio unas palmadas en la espalda.

—Ándele. Váyase con sus compas.

Jorgito asintió con la cabeza y se fue. A su alrededor había adultos que nunca había visto en su vida y compañeros de clase con los que nunca había hablado. Como siempre, los ignoró y siguió caminando hasta encontrarse con Fede. Él estaba rodeado de un grupo de compañeros.

Jorge se les acercó. Ellos hablaban de sus planes o de sus trabajos.

—Y lo peor es que salen con la mamada de que te pagan con experiencia —se quejó Ricardo—. Si la experiencia llega sola, y yo no trabajo por experiencia, trabajo por dinero.

—Pues ¿qué esperabas? —preguntó Sandra—. ¿Qué ya te dieran el sueldo de graduado?

—No, pero hasta la de la limpieza gana más que yo.

—Pues es que ella trabaja más que tú —respondió Fede, y todos los presentes rieron.

—Y ¿cómo quieren que trabaje si ni me pagan? —preguntó Ricardo, y a partir de ahí, todos comenzaron a hablar menos Jorge (interrumpir a los demás es de mala educación, y todos estaban hablando al mismo tiempo. Además, a él no le interesaba hablar sobre trabajo; él aún no había buscado uno y no entendía la necesidad de trabajar antes de graduarse cuando iba a trabajar por el resto de su vida). Así que Jorge, como siempre, se limitó a escuchar lo que decían (aunque lo único que escuchaba era una lista interminable de quejas sobre trabajos que prácticamente odiaban, pero que ellos juraban amar).

—¡Jorge, vámonos! —exclamó Fede, y Jorge fue con él—. Vente, vamos a ponernos bien estúpidos.

Y ellos, junto a todos los demás compañeros, salieron del salón y se dirigieron a sus respectivos autos. Jorge y varios de sus compañeros se fueron con Fede,

Como siempre, Jorge se sentó en el asiento del copiloto, y Fede arrancó. Jorge observó por la ventana los automóviles que pasaban por las calles a las que Jorge ya estaba tan acostumbrado. A su alrededor sus compañeros bromeaban y reían, pero él se mantenía inexpresivo (y es que no comprendía por qué la gente se empeñaba en celebrar las graduaciones. Todos habían cursado las materias y pagado las colegiaturas. Era obvio que iban a graduarse. Además, fue bastante sencillo, y si el resto de sus compañeros no concordaban con él fue porque ellos se pasaron la mayoría del tiempo en pedas, con sus respectivas parejas y en cualquier otro lugar menos el salón de clases. Y aun así se graduaron, ¿no? Así que ¿de qué se quejan?).

—¿Qué pasó, Jorge? —Fede se volvió a Jorge y le dio unas palmaditas en el hombro. El auto estaba detenido, y frente a ellos había un semáforo en rojo—. ¿Ahora sí te vas a poner hasta el culo o qué?

Jorge sonrió y no dijo nada (él no entendía por qué ellos confundían celebrar con embriagarse hasta perder la conciencia. Se suponía que ellos eran felices, ¿no? Entonces ¿por qué se empeñaban tanto en distanciarse de la realidad? ¿Por qué su gusto por hacer cosas de las que se iban a arrepentir al día siguiente?)

—Lo vamos a dejar hasta la madre —aseguró Ricardo—. Hoy no se salva.

—Sí es cierto —dijo Sandra—. Yo nunca te he visto pedo, Jorge.

—Es que como oyó que el alcohol mata neuronas, casi no toma —dijo Fede, y Sandra rio.

—Ay, pero como si le hicieran falta —dijo Ricardo—. Ha de tener más que todos nosotros juntos.

—Y sí —dijo Sandra—. Pásame unas, Jorge, que no sé cómo le voy a hacer en el trabajo sin que me expliques qué hacer.

—Pues hazle un favorcito —le sugirió Ricardo—, y a lo mejor así se te pega un poquito de su inteligencia.

—Ay, si se pudiera pasar la inteligencia ya se le hubiera chupado toda.

Tanto Fede como Ricardo rieron al oír esto. Jorge, por su parte, sonrió, se ruborizó y no dijo nada.

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