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Ya habíamos quedado de acuerdo en lo que haríamos al bajarnos. El tiempo se iba volando, o así se sentía. La angustia nos estaba consumiendo por dentro. Akira estaba pensativo y Kanji también.

—Por lo que veo me está declarando la guerra directamente a mí también— comentó Kanji.

—Lo peor es que no sé quien pueda ser— dijo Akira.

—Esto será un problema muy complicado de resolver, y más ahora que debiste haber matado a John, Akira.

—Tenía que salir de dudas, no podía arriesgar más a mi familia.

—Eres demasiado impulsivo y eso es un problema, Akira. Tienes que aprender a controlarte o acabarás estropeando todo— le dijo Kanji.

—No necesito de tus consejos, Kanji; así terminarás tú también, si sigues colmando mi paciencia — Kanji sonrió con malicia y Akira ignoró su existencia en todo el viaje. No soporto cuando se ponen en ese plan los dos, parecen dos niños pequeños.

Llegamos a Ohio y nos fuimos en un mismo auto; preguntamos por todos lados a cualquiera que veíamos de camino a la biblioteca. Anotamos los tres hospitales más cercanos que nos dieron para ir directo a ellos, luego de que Kanji imprima la dirección de los demás hospitales. Según salió, Akira tomó el mapa y fue marcando los más cercanos.

—Hay demasiados.

—Sí, y quedan algo distante de algunos.

—Vamos a perder mucho tiempo si estamos todos juntos. ¿Por qué no nos dividimos y marcamos a los hospitales que vamos a estar visitando, y así hacemos una lista con la mitad?— sugerí.

—No te voy a dejar sola, lisa.

—Yo puedo ir con ella, Akira. No voy a intentar hacer nada indebido, no te preocupes.

—Ni en tus sueños, pendejo.

—Ya dejen de hablar así. Tenemos que encontrar a nuestra familia, y si siguen cómo van, solo van atrasar la búsqueda. ¿Pueden dejar de discutir por un maldito momento?— pregunté molesta.

—Ya escuchaste a tu mujer, controla esos celos, Akira.

—Akira, tenemos que encontrarlos y esta es la única forma de ganar tiempo, no nos queda mucho.

—¡Maldita sea! — luego de una pausa continuó—. Toma mi arma.

—Yo tengo la mía, tu quédate con la tuya, la vas a necesitar por cualquier cosa.

—Esta bien, voy a preparar la lista— Akira preparó la lista y me la dio—. Por favor, protégete, princesa. Te prometo que vamos a encontrar a nuestros hijos — me dio un beso en la frente.

—Tu también protégete, mi amor— le di un beso de vuelta.

—Tenemos que irnos. Luego que terminemos la lista, nos encontraremos aquí, y si los consigues, hay que sacarlos del hospital — dijo Kanji.

—Cuidado lo que haces, Kanji— advirtió Akira.

—Todo estará bien, tenemos que irnos— me despedí nuevamente para irme con Kanji.

No hubiera querido dejarlo solo, pero nuestros hijos nos necesitan. Si Kanji pudiera ayudarnos sería de mucha ayuda, pero no puede hacerlo. Los dos nos dispusimos a ir al primer hospital. Preguntamos por varios de ellos, pero no había nadie registrado con sus nombres, ni con el de mis hijos ni menos el de mis padres. Aún no se quién está en el hospital, y eso me tiene también en angustia. Fuimos de hospital tras hospital, y no encontramos a nada. Estuvimos largo tiempo entrando y saliendo a hospitales, y mi angustia iba incrementando cada segundo.

—¿Cuánto tiempo falta?

—Según mi reloj, aproximadamente unas dos horas.

—Dios mío, Kanji.

—Relájate, vamos a encontrarlos.

Nos subimos al auto, y en ese preciso instante, sentí unas manos alrededor de mi cuello y otra en la boca. Estaba forcejeando con esas manos para poder respirar, pero estaban ejerciendo mucha fuerza. Traté de aguantar la respiración mientras trataba de coger el arma de mi muslo, pero mi cuerpo se estaba sintiendo muy pesado y cansado. Mi visión se iba lentamente nublando. No puedo quedarme así. Traté de mirar a Kanji, pero él estaba con su cabeza recostada del guía. Mi cuerpo no resistió más y caí en un sueño profundo.

Akira

—¿Yukine Yama, es la paciente que tienen recluida?— pregunté.

—Sí, señor. ¿Es usted familiar de la paciente?

—Sí, ¿En qué cuarto se encuentra?

—¿Me permite un momento?— buscó en su computadora y respondió—. Se encuentra en el 408.

—Gracias.

Subí al piso que se encontraban y vi a Jefferson en el pasillo.

—¡Jefferson!— grité.

—Akira, ¿Qué haces aquí?

—Viejo maldito. ¿Qué has estado haciendo con mis hijos?

—Con tus hijos nada, ellos están bien, están en la casa donde nos estamos quedando. ¿Qué haces aquí?

—¡Tenemos que salir de aquí ahora! Hay una bomba en este hospital, no puedo explicarte los detalles ahora.

—No puedo dejar a mi esposa aquí, está dormida.

—Tenemos que salir, ¿o quieres que vayamos a morir todos aquí?

—Esta bien, la despertaré y bajaremos. Hay que avisarle a los demás.

—Esta bien, yo me encargo.

2 horas después el hospital detonó como ese maldito advirtió, no habíamos desalojado a todo el mundo, pues era muy poco el tiempo con el que contabamos a nuestro favor. Jefferson y Yukine pudieron salir ilesos. Me los llevé de ahí para el lugar de encuentro que acordé con lisa y Kanji, pero aún no habían llegado.

—Esto es extraño...

Lisa

5 horas después…

Cuando volví en mí, escuché unas voces a mi alrededor. Me encontraba en una camioneta, estaba atada con las manos a mis espaldas. Traté de fijar mi mirada a las personas que estaban al lado mío, pero estaban enmascarados. Algo estaba cubriendo mi boca, no podía hablar o preguntar quienes eran.

—Despertaste demasiado pronto — escuché la voz de una mujer y fijé mi mirada en ella, no podía ver quién era, su voz tampoco me sonaba familiar—.  ¿No te es familiar este lugar? — jaló mi cuello bruscamente y me pegó a la ventana para que mirara a donde habíamos llegado. Mi cuerpo sintió un escalofrío y comenzó a temblar, al volver a este lugar donde pasé mis peores desgracias. Vi a través del cristal el edificio donde Kanji me mantuvo encerrada. ¿Cómo llegue aquí? Mis recuerdos se descontrolaron, mi cuerpo era un manojo de nervios, mis lágrimas comenzaron a bajar por mis mejillas, sentí un desespero dentro de mí de querer bajarme e irme. Tiré patadas con todas mis fuerzas, quería salir de ahí a toda costa, estaba desesperada, no podía pensar en nada más—. No te desesperes, querida. La gira apenas esta comenzando— escuché su risa malévola, que erizó mi piel de tal forma, que estaba a punto de perder la cabeza.

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