Aurora observó por la ventana lo que estaba sucediendo.
Los robots estaban pavimentando las calles, mientras que otros estaban construyendo las casas y se encargaban de llevar los muebles para instalarlos.
Eso no era todo, los residentes de este pueblo y aquellos que habían llegado no se quedaron de manos cruzadas y estaban ayudando.
¿Era innecesario con los robots?
Tal vez, pero solo ese entusiasmo demostraba la actitud de aquellos que se encontraban en estas tierras.
Aprendieron que el trabajo duro era lo único que daba resultado… No, aprendieron que trabajar duro era la única forma de seguir viviendo otro día más.
"Te has ido de casa por demasiado tiempo y también has dejado la escuela por bastante tiempo." Dijo una voz pesada y grave que vino de su espalda.
Aurora miró a ese gran hombre que la miraba tratando de dar una atmosfera estricta e intimidante, como la de un padre que estaba regañando a su hija.
Sin embargo, sus ojos revelaban un brillo apacible y preocupado, con temor de lastimarla si indagaba.
"Cariño, si estás preocupado solo pregúntalo." Dijo una mujer sentada en el sofá cruzando sus piernas.
Elegante y joven, con una apariencia en sus treinta y tantos parecía ser su hermana mayor en vez de su madre y esa mujer estaba alimentando a su hermana.
Una bebía té y la otra le cortaba los aperitivos con calma, mirándola atentamente con la misma preocupación.
El gigante se aceró y la abrazó con suavidad.
En sus brazos ella se sintió una niña… Y era muy posible que incluso cuando creciera se siguiera sintiendo como una niña.
Era grande y alto, con brazos fuertes y pesados y tenía sentido que su madre dijera que era su 'peluche'… Después de todo, era un gran oso que era cálido y amable.
"Las extrañé mucho." Murmuró el gigante abrazándola con cuidado y cuando Aurora lo abrazó de vuelta, le dio una mirada y preguntó. "¿Cómo te encuentras?"
Su preocupación y atención fue evidente, pero cuando Aurora trató de abrir su boca para mentir diciendo 'bien', nada salió.
"…"
El silencio se extendió y fue hasta el punto de que Alice dejó de comer como si fuera afectada por su expresión y perdiera todo el apetito.
No se encontraba bien… No estaba bien.
Se despertaba cada noche llorando ante las pesadillas que la trataban de arrastrar al infierno en el que vivía.
Solo esas noches eran suficiente para ponerla en su lugar y dejarle en claro que todo lo que sucedió era real.
Volviendo a traer el sufrimiento.
Quería mentirle, quería decirle que estaba bien y que no se preocupara, pero no pudo.
"Dime, te escucharé" Murmuró el gigante con un tono preocupado y una suave sonrisa palmeando su cabeza.
Si, ante el abrazo de su padre, ella seguía siendo una niña.
Sollozó en silencio en su fuerte abrazo, sin querer que la vieran soltar sus lágrimas, sin querer que ellos se preocuparan demasiado y sobre todo sin querer que sus héroes la vieran llorar.
Si, héroes.
Ellos fueron los héroes que miró por televisión salvando personas y fue por ellos por quienes se convirtió en lo que era logrando levantarse muy alto.
Precisamente fue por su padre que siempre ayudaba a quienes podía.
Ese hombre que parecía en sus cincuenta y tantos, quizás menos por su gran físico y espíritu joven, en realidad se estaba acercando a sus setenta años.
Sin embargo, ese hombre fue quien salía para ayudar a la gente.
Ella lloró desahogando su emoción y cuando no quedaron lágrimas por soltar, ella lo abrazó, hasta que calmó sus emociones.
"Mal… Estoy mal. Cada vez que tomo mi espada, mi mano tiembla." Murmuró en voz baja limpiándose las lágrimas.
El temblor se hacía más evidente, cuanto más y más trataba de escapar de la realidad, cuanto más avanzaba tratando de olvidar… Más temblorosas se volvían sus manos.
Sentía que estaba cubierta de sangre, mucha sangre y a veces cuando miraba sus manos sentía que estaban teñidas de rojo.
Por venganza, asesinó a muchas personas.
No era un número pequeño, asesinó a un número considerable de personas… Malvados, lunáticos, irracionales o simplemente ambiciosos.
Pero en otro sentido, esposos, padres, maridos e hijos de alguien.
No era tan ingenua para creer que lo que hizo estuvo bien y fue similar a ellos que usaban la fuerza y en este caso fue para venganza.
Si al final hubiera valido la pena y algo hubiera cambiado, podría tener una excusa para esconderse, simplemente no sucedió.
Nada cambió y ahora…
"No puedo dejar de tomar mi espada. La sigo tomando y balanceando otra vez, contra monstruos, contra criaturas y bestias mágicas… Y contra todos aquellos que sean mis enemigos." Murmuró Aurora y mirando el pueblo que lentamente se levantaba, agregó. "No importa cuánto tiemble y con cuanta sangre me ensucie… La seguiré tomando."
No podía cambiar.
Si tuviera que elegir a ella o a una persona para salvar… La decisión, ni siquiera pasaría por su mente, se movería de inmediato.
Al igual que se movió para vengarse dejando todo de lado, se movería por su siguiente objetivo… Una y otra vez, aunque eso significara hundirse más.
Perderse en el abismo de la desesperación, tal como ahora.
Su padre suspiró y puso sus manos en sus hombros observando el pueblo, al igual que ella por la ventana.
"Todos nos hemos caído una vez en lo profundo del abismo. Creyendo que no hay escapatoria, caminando sin saber la dirección, tratando de encontrar un poco de luz, tratando de no hundirnos cada vez más a cada paso que damos. Pensando que cada decisión que tomamos solo nos lleva más profundo." Murmuró su padre y con una voz baja, agregó. "Pero si te quedas quieta, te darás cuenta de que la luz no está a tu lado, no está en tus alrededores… Está arriba."
Rodeado de oscuridad y desesperación, en donde ella estaba era el abismo.
Un abismo en el que caminar tratando de escapar daba la sensación que se hundían más, como un pantano arrastrándola a lo profundo.
Y no importa que intentara hacer, no había luz y no importa cuánto caminara, no podía ver luz a su alrededor.
"Has caído en un pozo y necesitas levantarte para salir, pero primero necesitas mirar bien la salida." Dijo su padre y mirando por la ventana señaló el pueblo.
No, no era el pueblo, eran las personas de ese pueblo.
Los hombres y mujeres estaban trabajando, ya sean ancianos y jóvenes, estaban tratando de ayudar lo máximo que podían.
Llevaban materiales de construcción, ayudaban organizando los muebles e incluso algunos se acercaron con Makeba en busca de fortalecerse.
Todo lo que trajo la Empresa Apicius era ayuda humanitaria, así fue llamado por James, pero para estas personas que sobrevivieron esforzándose ya no podían detener su constante esfuerzo.
En otras partes, los antiguos refugiados preparaban la comida para los residentes, los trabajadores y los mercenarios que la Empresa Apicius había traído para protegerse.
Se podía ver a Turay caminando al lado de James, quien organizaba todo con calma.
Aunque no todo era trabajo y eso se podía ver en los más pequeños que estaban divirtiéndose.
Trataron de ayudar, sin embargo, fueron rechazados y quizá por primera vez en un tiempo pudieron divertirse como los niños que eran.
Otro grupo de niños de un grupo reciente de refugiados todavía estaban nerviosos tras salir de la sala médica de emergencia en donde verificaban la salud y ahora miraban desconociendo todo.
Sin embargo, los niños eran niños y se dejaron llevar acercándose para jugar a la pelota o corretear por los alrededores.
Luego en otra parte estaba otro grupo y luego otro… Y antes de que se diera cuenta por la ventana que revelaba todo este pequeño pueblo, había rostros que no conocía.
Parpadeando con lentitud, Aurora se quedó quieta mirando con atención.
En ese momento sintió su cuerpo cansado como si el 'piloto automático' hubiera sido desactivado.
Se dio cuenta de que la aldea que había salvado lentamente había tomado el tamaño de un pequeño pueblo y seguía creciendo.
Faltaba para ser considerado totalmente un pueblo, pero ahí estaba algo levantándose.
"¿Ves la salida?" Preguntó su padre con una voz tranquila.
"No, pero veo la luz." Murmuró Aurora al mirar por la ventana.
La veía, era pequeño, pero allí estaba.
Quizás no era una salida, aunque si un camino.
Eso era lo que se estaba construyendo aquí.
Era pequeño, casi diminuto y tampoco estaba arriba, estaba abajo.
En donde ella se encontraba, en donde la oscuridad predominaba y en donde la desesperación se extendía.
Eran pequeñas motas de luz, al igual que ella, que trataba de escapar de la oscuridad buscando un lugar mejor… Buscando la salvación.
Al reunirlas a todas, logró que algo se formara.
No sabía lo que era, pero entendía que algo se estaba construyendo, era pequeño y frágil, a lo mejor no era el camino para salir de este pozo, pero tal vez… Solo tal vez, era la base para poder levantarse.
Sin embargo, estaban rodeados de oscuridad y desesperación que estaba al acecho esperando hacerla caer, al igual como trataban de tragarla a ella.
Era por eso que necesitaba protegerlo… Aurora quería protegerlo.
Incluso si eso la llevaba a la desesperación y la hundía profundamente, mientras viera esa luz a salvo, iba a estar bien.
Al menos por ahora que no podía ver nada más y estaba perdida, eso estaba bien.
Aun así, lo sabía, tenía que apuntar a algo, aunque estuviera muy lejos y fuera distante.
"¿Qué harás ahora?" Preguntó su padre con calma y tranquilidad.
La respuesta era simple…
"Levantarme." Respondió Aurora.
Aunque tuviera que hundirse en lo profundo, aunque parezca perdida y tuviera que gatear, necesitaba volver a levantarse encontrando su camino.
"Entonces, que nadie te detenga para alcanzar tu objetivo." Anunció su padre dándole palmaditas.
Era un objetivo a largo plazo que ni siquiera en este momento era visible, pero ahí estaba.
Todavía estaba en lo profundo de la desesperación y todavía tenía demasiados problemas por delante, sin embargo, necesitaba avanzar.
Esta vez sin moverse mecánicamente.