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El volcán (4)

Henry Havik, con los ojos entornados amenazadoramente, los labios apretados de tal manera que parecían el filo de una navaja y la nariz cubierta de hollín, se abalanzó sobre su hija.

¡Zorra! gritó. ¡Te dije que te quedaras dentro! Parry se interpuso entre Havik y Bonnie.

Si la pega, no tardaré ni diez minutos en meterle en la cárcel advirtió. Havik se detuvo, pero no aflojó los puños.

¡No sé quién es usted, manco estúpido, pero será mejor que se aparte! ¡Está interfiriendo entre padre e hija!

Ella es mayor de edad y puede irse cuando quiera repuso fríamente Parry. Luego, manteniendo la vista clavada en el granjero, añadió en voz alta: ¡Bonnie, decídase y me la llevo conmigo al pueblo! Y no haga caso de sus amenazas. Nada puede hacerle mientras tenga protección. O testigos.

¡A él no le importa que me vaya o no! dijo ella. ¡Y yo tengo miedo de irme! ¿Qué voy a hacer sola por ahí?

Parry la miró; sentía por ella una gran compasión y, a la vez, cierta repugnancia.

Bonnie dijo finalmente, tiene usted suficiente sentido común como para saber que por mala que sea la situación en que vaya a encontrarse, siempre será mucho mejor que la actual. Tenga el valor, las agallas de hacer lo que su buen sentido le dicta.

¡Pero si me voy se lamentó, nadie hará nada para saber qué le ha ocurrido a Juan!

¿Qué? gritó Havik al tiempo que intentaba golpear a Parry, aunque se hizo evidente que su primer objetivo había sido su hija. Parry paró el golpe con el brazo y le dio una patada en la rodilla, mientras Malone hundía su puño en el plexo solar del granjero. Este cayó, agarrándose la rodilla con ambas manos y haciendo esfuerzos por respirar. Un instante después, los dos hijos, seguidos de cerca por el sheriff Huisman, aparecieron por una de las esquinas de la casa. Huisman ordenó a todo el mundo que se quedara quieto y todos obedecieron excepto Havik, que se retorcía de dolor en el suelo.

Después de que todos se pusieran a hablar a la vez, Huisman exigió, y obtuvo, silencio. Pidió a Bonnie que explicara lo ocurrido.

¿Así que es usted detective privado, Parry? dijo tras haberla escuchado. Bueno, pues no tiene autorización para ejercer aquí.

Cierto respondió Parry, pero esto no tiene nada que ver con la actual situación. Represento a la señorita Havik (¿no es así, Bonnie?), y ella desea abandonar este lugar. Tiene más de veintiún años y, por tanto, es legalmente habré de

hacerlo, el señor Havik nos ha atacado (tengo dos testigos que pueden ratificar esta declaración), y si no se calla, le voy a acusar de

¡Están en mi propiedad! exclamó Havik. En cuanto a usted, patas largas Parry tomó a Bonnie del brazo.

Vámonos dijo. Ya enviaremos a alguien a buscar su ropa.

Los hijos miraron a su padre. Huisman frunció el ceño y se puso el puro entre los dientes. Parry sabía lo que estaba pensando. El sheriff era consciente de que la hija estaba en su derecho. Además, había allí un periodista de Nueva York ¿Qué podía hacer, en el caso de que quisiera hacer algo?

Lo pagarás caro, desagradecida amenazó Havik, pero sin hacer nada para evitar que su hija se fuera. Temblando y caminando tan sólo porque Parry la obligaba y dirigía, la muchacha salió de la granja en dirección al automóvil de Parry.

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