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Prefacio del autor

A aquellos que no se rindieron.

Prefacio del autor

Aquellos que no hayan leído los anteriores volúmenes de la serie del Mundo del Río, A vuestros cuerpos dispersos, El fabuloso barco fluvial, El oscuro designio, y El laberinto mágico, deberán acudir a la sinopsis general al final de este libro. Allí el lector podrá encontrar las referencias a algunos acontecimientos y datos que en el libro que tiene en sus manos sólo son relacionados en passant. He escrito ese breve resumen para evitar una más larga recapitulación. Además, aquellos familiarizados con la serie puede que deseen leer también ese ligero esbozo para refrescar sus memorias acerca de algunos asuntos.

En el cuarto volumen, El laberinto mágico, afirmé que aquél sería el último libro de la serie. Mi intención era esa, pero pese a todo dejé una puerta ligeramente entreabierta en el último párrafo. Mi inconsciente sabe más que mi consciente, y el diablo travieso me hizo instalar esa puerta allí y entreabrirla unos milímetros. Algún tiempo después de la aparición de ese cuarto volumen, empecé a pensar en los enormes poderes que poseía ahora la gente que había entrado en la torre, y en lo tentadores que estos poderes podían llegar a ser.

Además, como yo sabía muy bien y algunos lectores señalaron, las verdades reveladas en el cuarto volumen era posible que no fueran las verdades definitivas, después de todo.

Las opiniones y conclusiones acerca de economía, ideología, política, sexualidad, y otras materias relativas al Homo sapiens varían de acuerdo con los conocimientos e inclinaciones de los personajes. No son necesariamente las mías. Estoy convencido de que todas las razas poseen un idéntico potencial mental, y que el mismo espectro de estupidez, mediocre inteligencia y genio recorre cada una de ellas. Todas las razas, estoy convencido, poseen un idéntico potencial para el bien o el mal, el amor o el odio, y la santidad o el pecado. Estoy convencido también, a través de sesenta años de mucha lectura y cercana observación, que la vida humana ha sido siempre a la vez salvaje y cómicamente absurda, pero que pese a todo no somos una especie carente de redención.

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