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Una larga lengua

Estaba respirando de la boca de un experimento que horas atrás se comió un corazón. Pero qué más daba. Mientras mis pulmones se sintieran menos ansiosos y él no intentara arrancarme la boca en un instinto caníbal, todo estaría en orden.

¿Qué demonios estaba pensando? No, claro que no. Nada estaba en orden en el laboratorio.

El terror aún seguía vivo comprimiendo mis músculos, y no era porque el noveno me mantuviera presionara a su cuerpo o que sus brazos se enroscaran aún más alrededor de mí como un manto caliente. Sino por la presión del agua que se había sentido más fuerte, tanto que, me hice lo más pequeña que pude en el cuerpo de Rojo nueve, con el temor de que alguna parte de aquel experimento, rozara conmigo. Que si eso sucediera, estaríamos muertos.

Yo estaría muerta sabiendo que Rojo nueve tenía más probabilidades de sobrevivir.

Rápidamente, capté el sonido reptil del exterior, y tan solo sentir las vibraciones del suelo tan estremecedoras, mis huesos se sacudieron de bajo de mi piel. Esa cosa estaba pasando junto a nosotros, y poco faltaba, tal vez, para que se percatara de nuestra temperatura.

Solo esperaba que no fuera capaz de ver nuestras temperaturas como Rojo nueve.

Imaginé a esa criatura con el tamaño del experimento 05, quizá más alto pero voluminoso, ancho, fuerte, aterrador con sus grandes colmillos manchados de sangre y con esos ojos negros que penetraban a cualquiera.

Horrible.

Peligroso.

Peligroso como todo el laboratorio infestado de monstruos.

No podía pensar en nada más que su aspecto y el contar sus pasos, uno tras otro, lentamente en mi mente como quien lo haría cuando cuenta los segundos antes de su muerte. Tormentosos pasos que llevaban una gran diferencia de sobrevivencia mientras más se contarán.

Las vibraciones disminuyeron hasta un punto en que el agua, incluso, dejó de temblar y balancearnos en su interior. Cuando esperé varios segundos y no escuché ni un solo ruido más, rompí la conexión entre nuestras bocas y me empujé fuera de su agarre, anhelando respirar profundamente. Pero no logré siquiera alejarme un centímetro de su cuerpo, y el empuje solo hizo que la ansiedad volviera a mí.

Siguió en esa posición, incluso, nos inclinó aún más en el suelo del agua. Me pregunté qué era lo que haría, tal vez esperaría a que no hubiera más peligro, tal vez... había visto algo más acercarse.

No, no, no iba a resistir por más tiempo. Si no noria asfixiada moriría congelada. Lo frio del agua y la falta de aire solo me empeoraban, comenzaba a afectarme incluso la movilidad.

Abrí los ojos con desesperación, con el propósito de poder ver algo olvidándome nuevamente de que estábamos rodeados por la oscuridad del túnel. Entonces, inesperadamente, Rojo nueve nos impulsó a la superficie.

Tan solo saqué el rostro fuera de toda esa agua helada, mi boca instintivamente se había abierto y mis pulmones jalado todo el aire a mi interior en una fuerte exhalación de la que me arrepentí de inmediato. Pero era imposible no respirar con esa frenética necesidad después de tanto tiempo soportándola.

Giré en busca de que esa cosa no volvería, a pesar de que todo estaba oscuro. Tampoco tardé en estirar mi mano para aferrarme a la pared mientras me reponía del oxígeno.

Lo único que estaba fuera del agua, era toda mi cabeza que mantenía lo más posiblemente estirada.

—V-va-v-vamo...nos—tartamudeé. Estaba haciéndome trizas la temperatura del agua. De puntitas empecé a caminar todo lo que pude para poder llegar a un piso más alto, solo si había uno más alto.

Una mano rodeando mi cintura me exalto, me puso los nervios de punta, pero reconocí su tacto. Rojo me sostuvo de tal forma que la mitad de mi cuello dejara de estar bajo el agua y nos empujó por toda la pared hacía el otro túnel.

— ¿N-nos está siguiendo? — apresuré a preguntar, atenta a cualquier solo sonido que se escuchara, apretando las tijeras.

—La temperatura del agua es un problema— explicó.

—En-to-tonces no pu-puedes verlo— musité con preocupación. Y solo para calentarme, me acerqué un poco más a él.

—No, no puedo verlo— afirmó en un murmuro muy cerca de mi oído para que pudiera escucharlo. Asentí, echando aun así una mirada detrás de mi hombro—. Pero tampoco escucho nada del otro lado— murmuró sin un poco de tartamudeo por el frio. ¿Si quiera sentía frío? Era extraño pero el cuerpo de Rojo nueve estaba tibio, cálido. Me llegué a preguntar si era a causa de lo que él mencionó en el laboratorio. Que la temperatura de los contaminados aumentaba más que la de una persona.

Si la temperatura aumentaba, poco faltaba para que mutara, eso fue lo que dijo, algo así, pero sus palabras fueron claras. La mutación, ¿le afectaba a él también si su temperatura subía?

Me golpeé mentalmente, no era tiempo ni de pensar en eso más que salir de toda esta oscuridad cuanto antes o, lo más impórtate, saber que no nos encontraríamos con ni otra criatura. Eché, alertada, una rápida mirada cuando escuché nuevamente la gotera en algún lado del túnel.

Odiaba no poder ver nada.

Rojo me soltó justo cuando mis pies encontraron un piso donde se plantaron firmemente y, poco después, unos escalones que no tarde en subir con velocidad con tal de estar fuera de la heladera. Y cuando lo hice, abracé instantáneamente mi cuerpo cuando el frio se estancó con más fuerza en mis huesos y músculos, contrayendo a mi cuerpo en un horrible temblor.

—Ha-ay que lle-llegar a u-un lugar c-c-con luz, rápido— avisé con el descuido en el volumen de mi voz. Maldición, sentía tanto frio que no solo se me complicaba hablar, sino mover mis piernas.

Seguí sin parar, lo más rápido y silenciosa que pude para estar fuera del agua: ahora el agua solo cubría por debajo de mis pantorrillas, y eso era un milagro. En tanto caminábamos, apreté mucho mis labios para no tiritar de frio o hacer algún quejido que pudiera escucharse cuando...

Algo muy delgado se deslizó alrededor de mi tobillo y me jaló.

Mi cuerpo azotó contra la poca agua y solté un estruendo grito de dolor en cuanto fui rotundamente arrastrada de regreso a los escalones. Sacudí los brazos en busca de donde sujetarme y la mano de Rojo se enredó en mi muñeca, o eso pensé que era cuando sentí que algo tibio salpicaba en mi cara y poco después, sus dedos se estiraban a lo largos de mi brazo y pasaban por detrás de mi hombro, casi, instantáneamente.

Mi cuerpo, entre el agarre de ambos se estiró dejándome a centímetros de tocar el agua, el dolor me hizo ahogar un fuerte gruñido, sintiendo como los músculos y tendones de mi pierna derecha se tensaban y rasgaban. Iban a rompérmela, estaba segura, pero aun así no quería soltar a Rojo. No quería que aquello que me tenia del pie, me llevara con él.

No quería morir.

—No me sueltes— rogué, llevando mí otra mano a su agrandado agarre para aferrarme más a él. Sintiendo más de sus tentáculos paseando velozmente sobre mi cuerpo hasta mi tobillo... me estremecí cuando escuché un lejano gruñido en el que mi pierna fue liberada enseguida.

Me hundí en el agua cuando ambos me soltaron y, a pesar del dolor acalambrando mi pierna, gateé como pude lejos de los escalones y me levanté. Tropezando con los tentáculos de Rojo nueve.

—Corramos antes de que vuelva— pedí, buscando con mis brazos su cuerpo. Sabía que estaba cerca de mí. Pero por raro que sonsera, su presencia era lejana. ¿A caso se alejaba de mí tacto?

—Corre— escuché decirle, su voz grave y dura rompió en un débil eco en el túnel. ¿Qué yo corriera? ¿Sola, y sin él? Sí como no.

—Vámonos— insistí cuando al fin encontré su brazo humano. Ni si quiera había pasado unos segundos de mi libertad cuando en ese instante, otro jalón, más rotundo que el anterior, se llevó esta vez a Rojo y a mí, de sobra—. ¡No!

Me aferré a su brazo humano sin intención de soltarlo, porque no lo iba a soltar pese al miedo que tenía. Con mis pies clavados en el suelo, hale de él y al no lograr nada, de un rápido movimiento enreden mis manos alrededor de su cintura.

—Suéltame—dijo entre dientes. Me aferré más a él y tiré de su cuerpo para evitar que se adentrara el agua, pero está ya estaba llegando de nuevo por encima de nuestras pantorrillas—. Suéltame ya.

Abrí mis ojos en grande, no, no fueron a causa de sus palabras sino de esos movimientos rutinarios en su espalda, que se sentían como si bichos de todos los tamaños le estuviese recorriendo debajo de su piel. Recordé lo que había visto antes de que sus dedos explotaran frente a mis ojos en el laboratorio, era como ver largos gusanos negros que le recorrían desde el centro de su estómago hasta sus manos.

Le saldrían más tentáculos.

Dejé que mis brazos lo desenvolvieran y que mi cuerpo retrocediera todo lo que pudiera para estar apartada de ellos. Aunque no podía ver nada, lo que escuché a continuación no estuve segura si fueron sus gruñidos o los de aquel experimento, pero sí estaban claros los chapuzones del agua, y esos agudos sonidos como si algo proyectara hacía las paredes.

Una parte de mí se tentó a salir corriendo, lista para escapar, pero no lo hice. Me quedé ahí, inmovilizada, aterrada, esperanzada.

Rojo nueve tenía que salir con vida. Tenía que matar a ese experimento.

Me exalté cuando otro golpe más intenso que los otros en la pared en la que me hallaba aferrada, tembló bajo mis manos: amenazando con trozarse o agujerarse. Poco después, un alargado gemido que desvaneció con los segundos me dejó congelada. Alguien estaba siendo aplastado contra esa pared. Cientos de preguntas se construyeron en mi cabeza, sin cesar, una tras otra pidiendo respuesta. ¿Quién estaba ahí? ¿Quién estaba siendo asesinado por quién? ¿Rojo nueve estaba bien? ¿Y sí esa cosa lo estaba matando?

Tragué saliva y la garganta me ardió.

Había un pasmoso silencio, un ambiente repleto de miedo y horror. Mis labios se abrieron, querían pronunciar palabra, llamarlo a él. Pero sentía que si lo hacía estaría cavando mi propia tumba.

Me aparté unos centímetros de la pared, y con los dedos crispados y mi cuerpo tembloroso seguí observando a la nada hasta que ese último golpe seco en el agua me dijo que ya había llegado a su fin. La incógnita era saber, quién había ganado.

Esperé su voz, esperé a que dijera algo, pero nada surgió del silencio. Con nerviosismo, tambaleé la mirada a los alrededores mientras retrocedía, cada vez más insegura. Y, repentinamente, ese leve, sonido como si se estuvieran rozando algo con la roca de la pared, me hizo respingar.

Atenta, con las tijeras en la mano, seguí retrocediendo. Mis oídos captando todo tipo de sonoridad, crujidos y zumbidos. Alguien se acercaba a mí, alguien o algo, pero venía en mi dirección, de eso estaba segura. Parecían pasos, movimientos lentos y lejanos, como de una persona normal, eso me hizo parar pensando en las miles de posibilidades de que sea Rojo nueve, después de todo él era fuerte, ¿no? Le había ganado al experimento.

Pero cuando escuché esa fuerte exhalación en la que un rugido débil se emitió, era demasiado tarde para echarse hacia atrás.

Retuve el aliento.

Estaba frente a mí, a tan solo centímetros y ni siquiera me había dado cuenta antes. Su aliento con olor a podredumbre se impregnó en mí piel, todo mi cuerpo se zambulló en escalofríos y sentí como toda mi presión bajaba en un santiamén. No, no era él, no sabía que tenía frente a mí, pero definitivamente no era Rojo nueve.

Él era más alto y su boca no era tan grande como para que su aliento llegara no solo en todo mi rostro, sino en mi cuello también.

Una mano se ancló a mi hombro, mi cuerpo la analizó de inmediato; era una mano promedio pero esas largas garras que rozaron con mi brazo decían todo lo contrario.

Me tensé, una humedad muy apestosa se construyó por encima de mi cuello. Tan solo lo sentí, dejé caer mi cuerpo hacia atrás, escuchando el crujir de sus dientes mordiendo solamente aire. Le escuché gruñir: un sondo largo y rabioso. Retrocedí hasta estar de pie y salir corriendo, llevando mi mano al cuello: donde, si no reaccionaba, estaría en su boca. Se enredaron en mis tobillos unos tentáculos, que, un segundo más tarde me hicieron caer. De Inmediato, fui arrastrada y el pánico me entró cuando ni con las tijeras logré cortarlos.

— ¡Rojo! — lo llamé, esperanzada de que sugiere vivo. No podía estar muerto, ¿verdad? Se regeneraba, prácticamente era imposible de matarlo. ¡Se regeneraba, sus heridas sanaban rápidamente así que no podía morir!— ¡No! ¡No, no, no!

Busqué a que aferrarme y mis dedos se anclaron a una grieta en la pared a mi lado: mis uñas quisieron atravesarla, asegurarse en ella cuando sentí el jalón. Ese estirón que me hizo apretar los dientes y seguir luchando con mi agarre. El dolor comenzó a extenderse en mis yemas, desde el nacimiento de mis uñas. Maldita sea, podía sentirlas. No solo se romperían, se separarían de mis dedos.

Apreté los dientes y lancé un grito al sentir esas nuevas garras estrujarse desde la piel de mis pantorrillas hasta la de mis tobillos y tirar tan duro de ellas que me separó de la única esperanza de vida. El resto de mi cuerpo golpeó el suelo y la poca agua que restaba y ni siquiera pude luchar para escapar cuando en otro movimiento en el que me sacudí como un gusano, me volteó. Tan pronto como lo hizo todo mi cuerpo fue sepultado en un líquido espeso y caliente que también lleno el interior de mi boca con un sabor metálico. Ni siquiera me moví aun cuando esas garras se apartaron de mí.

Estaba aturdida por ese aullido bestial que terminó en un chillón gemido a tan poco espacio de mí. Respigue, y respingue más veces que nunca cuando algo pesado y escurridizo resbalo por todo mi estómago hasta caer al agua, otro más y mi estomagó se contrajo imaginando lo que seguramente serian.

Órganos.

No tarde mucho para retroceder e intentar levantarme cuando un infernal dolor encajándose como la hoja de un cuchillo en mis tobillos me lo impidió. Gemí para no soltar el grito, y llevé mis manos a ellos, pero, tan solo toqué un pedazo de piel colgando al inicio de mi pantorrilla las retiré, reprimiendo el llanto en un mordisco de labios. No solo la piel me había rasgado, los huesos me ardían, como si sus garras los hubiesen jalado, quebrado.

La desesperación y el dolor empezaron a nublarme conforme escuchaba el ruido gelatinoso delante de mí. No había salida, no podría huir, seria incluso estúpido arrastrarme con estos pies desangrándose. Sequé mis lágrimas, era insoportable este maldito dolor, y más seria el dolor cuando un sinfín de dientes empezaran colonizar el interior de mi cuerpo.

Escuché esos jadeos roncos y pesados frente a mí, tras los quejidos que eran más de un hombre que de una bestia, escuche un crujir en el agua, luego otro y otro, y no se detuvieron y cada vez eran más cercanos. Y cada vez, más tormentosos, más olorosos a muerte.

Temblequeé.

Era mi fin.

Estaba muerta.

Mi alma quiso salir de mi cuerpo en una entrecortada exhalación. Eso sería lo único que huiría de mí, porque era perfectamente consciente de sus pasos al asecho... y de esos otros tentáculos deslizándose sobre la arrancada piel de mis tobillos.

—Soy yo.

Inhalé con fuerza y retuve todo el aire que pude en mi pecho, su voz se había escuchado cansada, débil, pero sobre todo eso, llena de una esperanza infalible que me devolvió el calor. Estaba vivo, él estaba bien.

—Pensé...—hice una pausa cuando no sabía cómo continuar las palabras, sino sumarle una pregunta: —. ¿Ya no hay más peligro?

—No—respondió con la voz forzada—. No grites, te curaré.

Escuché un extraño sonido seguido de otro quejido proveniente de él. Luego, sentí como se dejó caer de rodillas junto a mí, y como una de sus manos— la única con forma humana—, se atrevió a tomar un primer tobillo y a apretarlo de tal forma que, el dolor subiera por toda la trayectoria de mi pierna hasta mi cabeza y me hiciera ahogar una gorda exclamación.

Cubrí mi boca y dejé que mi cabeza se golpeara en el suelo para resistirlo, para soportarlo. Pero no, no podía, sentía quemarme. Los huesos iban a reventarse, yo explotaría en gritos histéricos. Mi pecho saltó en un llanto ahogado cuando su mano subía por mi segundo tobillo con la piel abierta. Rasgando hasta mis entrañas, porque el dolor se duplicó de una tortuosa manera que terminó desorientándome.

Al dejarme los tobillos, lo único que podía sentir era mi respiración y mi corazón agitados en lo alto de mi garganta. El dolor era algo que ya empezaba a disminuir, aun así seguía perdida, poco faltaba para que perdiera la conciencia. Pero no lo hice.

— ¿Sientes dolor? —su voz al principio fue lejana, pero el aliento rozando en mi rostro me hizo saber que lo tenía justo frente a mí. A centímetros, seguramente.

—Solo un cosquilleo—debatí a responder en una voz cortada—. ¿Estas... tocándome?

—Sí, te toco.

Negué con la cabeza en respuesta, el agua me entró en uno de mis oídos con el movimiento lento.

—No siento tu tacto—comenté con preocupación—. ¿Es malo?

Hubo un silencio un poco perturbador, me pregunté que estaba empezando a hacer, si seguía tocando mis pies o no. Pero varios segundos después, ese cosquilleo dejó el interior de mis pantorrillas y se transformó en unas caricias cálidas de unas garras que me congelaron.

Me senté como pude con la mirada estancada en ninguna parte, solo sintiendo ese toque que enviaba escalofríos a todas partes de mí con ese leve temor de que fueran despellejados mis tobillos otra vez.

— Te siento.

—Lo sé, te estas estremeciendo—respondió forzado sin dejar de acariciarme esa parte. Ahora no sabía dónde se encontraba su rostro, pero no era lo más importante.

—Hay que seguir.

(...)

Silencio, silencio, y más silencio a nuestro alrededor. El ambiente seguía aferrado al miedo y a lo desconocido, pero la luz había dado señales al fin. Estaba frente a nosotros, a varios metros del final del túnel, poco a poco comenzaba a alumbrar nuestro alrededor, haciéndonos capaces de ver hasta nuestros aspectos.

La sangre manchaba en gran cantidad la tela de mi suéter y la de mis jeans. Miré de reojo mis pantorrillas y mis tobillos donde pedazos de tela se ondeaban conforme me movía. No había más herida, ni mucho menos dolor. Era como si nunca me hubieran abierto la piel, estaban impecables, sanas y fuertes.

Entorné la mirada a Rojo nueve terminando un tanto desconcertada. En toda la anterior oscuridad nunca me di cuenta de su aspecto, pero ya que había sido alumbrado por las farolas, podía reparar en él y darme cuenta de lo que pasaba. No había herida en su cuerpo, pero la manera en la que estiraba mucho sus labios, como si algo le doliera, o la forma en que se apretaba el estómago debajo de toda esa bata ensangrentada, con esas garras largas y negras decía que él...

—Tienes hambre.

Sus orbes enigmáticos se clavaron en mí, recorrió cada franja pequeña de mi rostro y volvió a mis ojos con un brillo más intenso.

—Sí—sinceró, retiró la mirada y me dejó contemplar su perfil, como se sombreaba cada vez más—. Pero no comeré hasta que estés a salvo.

En ese instante, se me ocurrió bajar más la mirada, sobre todo en los bolsillos de la bata. Estaban llenos por demás y oscurecidos, y un líquido rojizo goteaba de los agujeros pequeños de estos. Pero no quise preguntar qué era lo que tenía guardado en ellos cuando, con solo una mirada de rabillo, pude ver esos pedazos de carne.

Sentí náuseas y tuve que sostenerme el estómago para no vomitar. Retiré la mirada incapaz de seguir curioseando, y arrepentida de haber visto. A pesar de que me ponía nerviosa y temerosa de que trajera carne en sus bolsillos, entendí que era la mejor manera. Una parte de mí se sentiría tranquila mientras él se mantuviera con el estómago lleno.

Revisé adelante, dejando esos pensamientos en paz para llenarlos de muchas preguntas. A unos pocos metros un transporte de seis asientos daba por finalizada las vías, mostrando una escalerilla de pocos peldaños que... llevaban a la ubicación de la luz. Provenía de un enorme pasillo grisáceo, repleto de muchas puertas a los costados, y ventanales gigantes que ocupaban casi todas las paredes.

Subimos los peldaños metálicos sin provocar sonido. El pasillo estaba más alumbrado que los pasillos del laboratorio del área roja. Y no era ni peligroso, ni mucho menos seguro. Miré cuanto pude, un poco cegada por la luminosidad y, sobre todo, por ese cuerpo arrumbado en el suelo. Con inseguridad fui recorriéndolo. Revisando el cadáver incompleto que se hallaba a pasos de la primera puerta en el pasillo.

Por la palidez de su piel, y sus parpados con un color más morado que rojo, podía decir que llevaba pocos días muertos, seguramente horas.

Tragué con fuerza y me animé a revisar también el interior del ventanal, cuyo cristal estaba completamente roto. Era un nuevo panorama, repleto de escritorios y sillas de secretarios. Más adelante, podía encontrar archiveros y una puerta abierta que al parecer daba a otro lugar. Me encaminé al siguiente ventanal que daba a otra habitación, encontrándome con más escritorios y sillas, pero con la única diferencia de que en está habían más cadáveres.

— ¿Cuántas personas estaban aquí abajo? — mi pensamiento salió por la boca. Desvié nuevamente la mirada, estaban todos destrozados, ver tanta sangre era insoportable.

Parecía que el pasillo estaba lleno de oficinas, al menos el primero, porque cuando llegamos al final, tres pasillos se dividían a nuestro alrededor: uno enfrente y los otros lados a nuestros costados. Los analicé con demasiada inseguridad, era mucho camino por recorrer y desde aquí, definitivamente no sabía por dónde ir. No sabía cuál nos llevaría al área naranja, porque al final, tomamos otro túnel.

—Está vacío de temperaturas—Sus palabras me tranquilizaron. Pero aun así seguí preguntándome cual pasadizo tomar.

Recorrimos el pasillo de enfrente, y los siguientes tres. Eran interminables, diría que habíamos estado caminando alrededor de diez horas, no estaba segura, pero mi cuerpo sí, los músculos empezaban a pesarme y la tensión a cargarse en mis hombros. Estaba cansándome, también tenía hambre.

Su nuevo quejido me hizo girar rápidamente. Con sorpresa vi cómo se hallaba recargado en la pared, con una de sus manos engarradas cubriendo toda su boca.

Imaginé eso largos colmillos que le torcían los labios. Esos que rozaron la piel de mi cuello y estuvieron a punto de encajarse. De probarme.

— ¿No vas a comer? —quise saber, dando solo un paso sin estar lo peligrosamente cerca de él.

—No, esperaré a que encontremos un lugar.

—Puedes comer ahora que no hay peligro—continué, viendo su estado. Toda su frente estaba surcada de sudor, y grandes mechones de su cabello se pegaban a ella. Además de eso, sus mejillas estaban sonrosadas. Tenía fiebre—. Tienes que comer cuanto antes.

Levantó la mirada para posarla en mí, observé sus orbes carmín, ese rojo intenso y endemoniado que me producía todo tipo de nervios. Sentí un poco de temor por la forma tan fija en que seguía viéndome, tal como esa vez en el laboratorio.

Hallé instantáneamente la razón de porque no quería comer, no solo era porque encontrarais el lugar ya que él mismo dijo que no había nadie cerca —al menos vivo—, sino porque no quería que le temiera. Era eso, y si no era eso, no importaba la razón entonces.

—Si es porque crees que te voy a temer—hice una pausa para completar: —, no te preocupes. No te temo.

Me tomó por sorpresa que se apartara de la pared y dejara que mis ojos miraran como esos largos colmillos de un tamaño aún diferente a los que me atormentaron antes en el laboratorio, se encogieran y empezaran a esconderse detrás de sus labios.

Eso labios que ahora tenían esa singular forma carnosa y alargada, con un par de comisuras bien marcadas que llevaban un color un poco oscurecido. Sus colmillos desaparecieron.

Volví la vista en él, subiendo mucho mi rostro y hallando en sus ojos ese destello oscurecido y peligroso que me alarmó más. Dio un paso, y luego otro sin detenerse en los siguientes, y pensé que se detendría.

Y al darme cuenta de que no se detuvo, quise retroceder. Solo pude dar un paso, cuando su mano me alcanzó.

Y no supe cómo fue que pasó y en qué momento me encontré acorralada contra la pared. Todo lo que podía decir era que ni siquiera logré detenerlo con mis manos cuando gran parte de su cuerpo se pegó al mío y sus piernas separaron las mías con una sutileza inmediata. Pero ese no era el problema, ni mucho menos su mano apretando mi nuca. El problema real era que sus labios poseyeron los míos con desesperación, y yo ni siquiera había hecho nada para alejarlo.

Quedarme congelada y con las manos a mitad del camino, crispadas y endurecidas, fue lo único que pude hacer mientras ambos manteníamos las miradas conectadas: la suya con el mismo oscurecimiento que reconocí como deseo. La verdad es que estaba en shock con las rodillas debilitadas, hechas prácticamente añicos cuando su lengua se adentró a mi boca y, colonizó sin permiso alguno, cada pequeño horizonte de mi cavidad bucal, dejando un sabor metálico. Ardía y quemaba, removía sensaciones que eran difícil describir. Nada de lo que sintió mi cuerpo era normal, ni menos sentido con el aumento de mi temperatura corporal a pesar de mi temor hacia él.

Le temía, y vaya que le temía mucho en ese momento.

Ahogué un gemido al sentir esas impecables caricias de su lengua sobre la mía, juguetona y necesitada. Ladeó un poco más su rostro para tener más acceso a mí, para que, incluso, fueran sus colmillos rozando con mis dientes una y otra vez. Y gemí sonora contra mi voluntad, y solté un ruidoso jadeo cuando retiró su larga extremidad de mi boca: una lengua más larga que la de un humano.

Quedé temblorosa a causa de los nuevos escalofríos, con las extremidades gelatinosas y las rodilla indispuestas, aún en shock. Él no se permitió alejarse un milímetro de mí, solo sus labios rozando los míos, y esa mirada indescriptible y endemoniada que no dejaba de penetrarme, impidiéndome pensar.

— Si no me temes—hizo una pausa rozando sus labios sobre los míos y dirigiéndolos a mi mentón—, ¿entonces por qué tiemblas?

Su tonó grave y ronco recorrió mi cuerpo estremecido.

¿Qué dijo? Fue lo que me pregunté. Cuando al fin se alejó, sin desviar la mirada de mí, pude respirar, recuperar el aliento y un poco la movilidad de mis piernas. Pero seguía ahí, sintiendo su lengua en mi interior, sintiendo el calor de su cuerpo en cada centímetro del mío. Pestañeé y tragué tantas veces pude para encontrar las palabras.

—N-n-no vuelvas a hacer eso— Fue lo único que pude soltar, al fin, sintiendo mis dedos y mis rodillas. Miré el suelo, sintiendo que los ojos se me iban a caer en cualquier momento—. No lo hagas otra vez, ¿entendido?

—No me mientas entonces — La asperidad de su voz, fue algo que tampoco esperé escuchar.

Me animé a lazarle la mirada y notar ese semblante serio que llevaba. A pesar de su fiebre y su agitada respiración, parecía molesto. Indudablemente molesto. No supe que decir a eso, solamente quedé en blanco, aún estupefacta.

—Busquemos un lugar para descansar—dijo, más una orden que una sugerencia. Por primera vez, una orden con esa misma tonada de voz—, y comer.

Inesperadamente me dio la espalda, lanzándome una mirada de rabillo antes de caminar al siguiente pasadizo, dejándome atrás, sola. Observé sus movimientos sin seguirle el paso aún, la forma imponente en que caminaba, con sus anchos hombros y sus puños cerrados era desconcertante. Él tenía otro aspecto en ese momento, esa era otra faceta suya. Otra personalidad que antes no vi.

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