En las noches, Pei Ziheng acariciaba las heridas en su tobillo con sus delgados dedos. —Xiao Ling, ¿por qué te pones en esta situación? Si me hubieras escuchado, no te habría tratado así—decía con un suspiro suave.
Ella temblaba en sus brazos, temerosa de que él fuese a notar el dolor que escondía, su odio y asco por él, y cuán desesperada estaba de escapar de esa pesadilla.
Si él se daba cuenta, la torturaría horriblemente.
Por lo tanto, nunca se atrevió a escribir la letra de su canción.
Sólo podía gritarla en su cabeza. Sin embargo, le costaba componer la melodía. En una ocasión, Pei Ziheng consultó con profesionales para analizar sus manuscritos, pero los psicólogos y científicos fruncieron el ceño y dijeron que no eran partituras, sino el resultado de alucinaciones producidas por el cautiverio prolongado.
Así, Pei Ziheng aclaró sus dudas.
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