—Déjame vestirte. El clima es frío y no quiero que te enfermes. Tu salud es algo que ambos debemos cuidar —dijo Leo, antes de ayudarla a ponerse el camisón. Al meterse en la cama, la ayudó a dormirse con la mano rozándole el pelo y el cuero cabelludo hasta que sus ojos, que ya estaban pesados, comenzaron a cerrarse.
Cuando finalmente se durmió, Leo aún no había cerrado los ojos. Había logrado dormir a su amada, pero había cosas que ocupaban su mente. Su pensamiento se remontó a la época en que había matado a sus padres. No olvidó esa noche, cada escena y cada palabra que dijo estaba grabada en su mente.
El miedo en sus ojos brillaba ante él, similar al de la persona que yacía en sus brazos en la cama, no sentía culpa. Leonard había sido educado con virtudes morales por sus padres sobre lo que estaba bien y lo que estaba mal. Seguir el camino donde el sol brillaba.
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