Mientras caminaban por un sendero empedrado, Bárbara de volteó de repente y miró a Anya.
—¿Qué sucede, Santa? —Anya, que aún estaba sorprendida por la demostración de Bárbara, de repente sintió que su corazón se hundía, como si la hubiesen descubierto.
—¿Sabes... quiénes son esos niños? —los ojos negros de Bárbara tenían las características de los nativos, pero eso no importaba. En realidad, hacía que Anya quisiera acercarse más a ella.
—Deben ser los refugiados y esclavos que huyen del norte, ¿verdad? Se ha vuelto algo común en las últimas décadas. ¡Qué Santa Bárbara los acepte es un acto de bondad! —Anya, lógicamente, sabía de dónde venían esos niños. Desde que se había desatado el caos en el norte, los refugiados y los esclavos en fuga que no podían soportar el trato hostil de los orcos estaban por todas partes.
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