A medida que el telón del escenario de la subasta se levantaba suavemente, una exquisita y hermosa pieza de arte humano se reveló a todos los presentes. Parecía un ángel descendido a la tierra, su rostro pintado en magníficos y sagrados matices de polvo de oro y azul profundo, resplandeciendo con un brillo encantador. Su postura era elegante y misteriosa, su expresión imbuida de una santidad y solemnidad inefables. Lo particularmente cautivador era la astuta disección y exhibición hacia fuera de sus escápulas, asemejándose a un par de hermosas alas de mariposa en vuelo. Esta pieza de arte, una representación de la muerte, servía como un ataúd eterno, preservando para siempre la belleza de la feminidad en su forma frágil y etérea, provocando suspiros de asombro.
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