Los tiempos se acortan con medios mágicos, aunque la falsa Milennia parecía no entender los plazos en los mundos de fantasía.
Un buen escritor no haría sufrir a sus personajes de una forma tan cruel, al menos no en algo tan simple como un viaje por un portal.
Desde el punto de partida, un caballo desenfrenado tardaría ocho días en el recorrido. Gracias a los tótems, llegan en siete horas.
Por lógica narrativa, desde su posición actual hasta la mansión del General Javier Pillón, el resto del trayecto es de solo cinco horas.
Darius y Milennia son los primeros en salir del portal.
La mujer se desmayó, aferrada con fuerza a los brazos del emperador.
Tuvo un mal viaje.
Los cuatro caballeros también se descompensaron. Gracias a esas cuerdas, llegaron con vida amarrados a sus caballos.
Tanto humanos como animales se desplomaron al dar el primer paso fuera del portal.
Por supuesto, eso no ocurriría con el joven consejero y el valiente escolta.
—¿Estás bien? —pregunta Maurice, acomodándose los lentes.
—Sí, ¿y tú? —responde el joven de cabellera rubia, con los ojos un poco desenfocados.
—Bien, pero no veo a nuestro señor.
Aún con la mano en su caballo negro, voltea a observar el lugar. La mirada del adolescente se torna ansiosa.
—Allí, mira. —Señala el hombre, indicando la tienda a unos metros de distancia.
Philip acomoda su postura y aprieta los dientes con molestia.
—¿A dónde vas? —Lo toma del brazo, interrumpiendo su andar—. Philip, tienes que ayudarme con los demás.
—Solo voy a corroborar que estén bien —dice inclinando la cabeza hacia abajo.
Maurice percibe la tensión en su voz.
—Si sucediera algo grave, nuestro señor nos informaría. —Jala un poco del brazo del muchacho, pero este no cede.
—Es solo un momento, seré breve.
—Philip, mírame —suspira el hombre.
El adolescente ladea la cabeza hacia atrás, mostrando molestia en su rostro.
—Lo estoy haciendo. Si me sueltas, podré comprobar que todo está bien. Hecho eso, volveré a ayudarte.
—¿Qué te sucede? —pregunta sorprendido, soltando el brazo del joven.
—No sucede nada.
—No puede ser... —murmura con desconcierto, frotando su frente con la yema de los dedos. Tras un breve silencio, un pensamiento llega a su mente—. Ya veo, lo entiendo.
—¿Qué es lo que entiendes?
—Bueno, siempre estás detrás, y la realidad es que su belleza es majestuosa, pero nunca imaginé que tenías esos sentimientos.
El adolescente no se avergüenza; al contrario, lo reafirma:
—Sí, es cierto y por eso necesito saber si está bien.
—Pero, Philip. —Se acerca unos pasos y lo mira con tristeza—. Sabes mejor que nadie que no es correcto.
—¿Por qué no lo sería? ¿Acaso no soy un buen candidato?
Los ojos café de Maurice se abren ante esas palabras. Sabe que el adolescente es demasiado orgulloso, pero necesita bajarlo a la realidad.
—Es imposible y lo sabes.
—¿Cuál es el motivo para decir esto? No lo entiendo. Ambos somos libres, podemos estar juntos si me confieso y me acepta.
Maurice le toma la mano con suavidad.
—Eres joven aún. Creo que debes madurar primero. No quiero que te ilusiones con algo que no tiene futuro.
Philip se suelta de su agarre y lo mira con rabia.
—¿Joven? ¿Estás bromeando conmigo?
Al verlo en ese estado, Maurice prefiere evadir el tema.
—Hablemos en otro momento. Debes estar confundido por alguna fantasía que viste en el túnel. Philip, acompáñame y ayúdame.
—¡No, vamos a hablarlo ahora!
El hombre lo toma de los hombros con suavidad y explica con calma:
—No estás bien, estás alterado, tus ojos están rojos. Necesitas descansar.
Pero el adolescente retira la mano con un golpe.
—No es de tu incumbencia cómo estoy. Si no quieres hablar, bien, pero iré a esa tienda en este momento.
—¿Quieres hablar? De acuerdo, hablemos.
—Dime —replica con desdén, cruzando los brazos—, ¿qué argumento tienes para impedirme actuar?
—Que Elysiam me dé paciencia —murmura alzando la vista al cielo. Exhala con cansancio y finalmente le habla con cariño, como a un hermano menor—. Aunque correspondiera a tus sentimientos, sabes el caos que provocarías en el Imperio. Philip, eres un muchacho impulsivo e ingenuo. Todavía no sabes lo que es el amor y todo lo que conlleva.
—Pensé que eras mi amigo, que estarías de mi lado.
—Precisamente, como tu amigo tengo que orientarte —dice, poniendo una mano en su hombro.
—Tú, orientarme. —Se burla con sarcasmo—. El hombre maduro de veintitrés años que nunca ha besado a una mujer.
—Eso no viene al caso —dice con decepción, sintiendo un nudo en la garganta—. Debes buscar a alguien de tu edad y abandonar esta idea de amor que te has imaginado.
—¿Por qué banalizas mis sentimientos? Tú qué sabes, no lo entiendes.
—Cálmate, te estás comportando como un niño pequeño —reprende, intentando mantener la calma.
La mandíbula del adolescente se tensa, sus ojos púrpuras se anclan en el hombre de enfrente.
—Niño... niño... —gruñe con rabia—. ¡No soy un niño! ¡¿Por qué todos me dicen lo mismo?! —La frustración y el enojo emanan de su cuerpo. Avanza hacia Maurice, que retrocede sorprendido—. ¿Un niño cabalgaría hacia la muerte si su emperador se lo pide? ¿Un niño le traería a su señor las cabezas de decenas de sus enemigos? ¿Un niño le arrancaría los ojos a los asesinos de sus padres? —Se detiene, las venas del cuello se hinchan. El pecho sube y baja—. ¡Yo no soy un niño! ¡Tú y él lo saben muy bien!
Maurice ya no aguanta más, y aunque le duela herir a su amigo, tiene que decirle la verdad.
—Bien, de acuerdo. Ve, inténtalo, ve ahora, dile lo que sientes. Pero cuando nuestro señor te rechace, no vengas a llorar a mi lado.
Philip se queda en silencio, intentando procesar lo que el otro acaba de decir. Solo suelta un:
—¿Eh?
—Lamento decirte que el emperador te ve como un hijo, un hermano. Le rompería el corazón saber que tus sentimientos hacia él son de esa forma.
Philip está pálido, niega con la cabeza sin poder creer la estupidez que acaba de escuchar.
Maurice recupera su elegante postura y con sus delicados dedos acomoda un mechón de su cabello que se había desalineado hacia su frente.
—Te entiendo. Es normal confundir los sentimientos. Y si en el caso de que fuera un amor real, no creo que nuestro señor te corresponda —afirma con una sonrisa triste—. De hecho, creo que no le corresponde a nadie. Tú bien sabes las veces que he tenido que retirar mujeres y hombres que se escabullen a sus aposentos. Incluso tú mismo me has tenido que ayudar en algunas ocasiones.
Exhala profundamente e intenta mostrar toda su empatía posible, ganada por la experiencia similar.
—No niego que en la juventud uno puede tener una fantasía con nuestro señor. Es un hombre único e inigualable, pero siempre se muestra reticente a esos asuntos, no le corresponde a nadie.
—Puedes detenerte un momento. —Interrumpe Philip, con voz angustiada—. No es, yo no me refería...
Pero Maurice no lo deja continuar.
—Veo que ya entraste en razón. No te preocupes. Guardaré el secreto. —Hace un gesto con los dedos sobre sus delgados labios para demostrarlo.
La piel blanca de Philip se pone verde.
Una voz masculina que proviene de atrás interrumpe esta amistosa conversación.
—¿Cómo los trató el viaje?
Los hombres se inclinan en un saludo formal. Darius se acerca a ellos, se cruza de brazos y los observa.
El primero en hablar es el fiel consejero:
—Mi señor, unas molestias sutiles, nada de qué alarmarse. —Observa de reojo a Philip—. ¿Usted se encuentra bien?
El adolescente siente una molestia estomacal luego de presenciar esa mirada sugerente.
—Sí, estoy bien, pero ¿qué tanto parlotean? Los hombres aún están amarrados a sus caballos.
—Lo siento, mi señor. Nos ocuparemos de inmediato.
Philip está ansioso por preguntar, duda un momento, pero al final consulta:
—Mi señor, la señorita, ¿cómo se encuentra?
—Bien —responde con indiferencia.
El emperador está aún molesto por su falta anterior, Maurice lo sabe, así que vuelve a mirar a Philip, invitándolo a callarse.
—Descansamos esta noche aquí. Apenas amanezca, nos retiramos. Te pido que organices todo. Si precisas ayuda, no dudes en decírmelo. Te encargo que las cosas de la señora las dejes en mi tienda.
Los dos hombres se sobresaltan.
—Mi señor, no creo que sea prudente. Pueden surgir rumores equivocados —explica Philip más ansioso que antes.
Darius sonríe.
—Oh, los árboles no esconden secretos, ¿cierto?
Antes de que pueda replicarle, el emperador le da la espalda y se marcha.
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En otro lugar y en ese mismo instante, un hombre de cabello negro y atractivo semblante se sienta entre libros y pergaminos antiguos.
A pesar de su figura robusta y su apariencia intimidante, el General Javier Pillón está absorto en sus lecturas.
De repente, una sensación desagradable lo hace levantar la vista. Solo para encontrarse con un hombre vestido de negro que lo observa desde la puerta.
¿Quién será ese intruso?
No es otro que el perro faldero de Sin Nombre.
Javier se queda perplejo al verlo allí, pero no le da tiempo a reaccionar cuando el enmascarado le arroja una pequeña botella.
—¿Qué es esto? —pregunta, mirando el recipiente con recelo.
—Es una preparación especial —responde el Número Uno, con una sonrisa malvada detrás de su máscara—. Ayudará a conseguir lo que Sin Nombre quiere.
—¿Y cómo sabré si funciona? —frunce el ceño, mientras toma la poción translúcida entre sus dedos trigueños.
—Créeme, funcionará. La diseñé yo mismo. Pero no te preocupes, no te costará nada corroborarlo.
El General Pillón se queda en silencio, su mirada fija en el hombre vestido de negro.
—¿Acaso desconfías de mi capacidad? Recuerde, General, que por algo soy el Número Uno.
Un sudor frío recorre la espalda de Javier. Ya ha tomado la decisión de trabajar con ellos. Después de un momento de vacilación, solo asiente con la cabeza.
—Cuando estén aquí, al sexto día debe utilizarlo. —Se gira para marcharse, pero se detiene de golpe—. General, ¿lo otro ya está listo?
—Claro, claro, claro. Todo bajo control —balbucea, sintiendo un nudo en la garganta.
—Perfecto, Sin Nombre quedará complacido con usted, General del Sur.
Número Uno hace un gesto con la mano y susurra unas palabras. Su cuerpo comienza a desvanecerse en un resplandor azul brillante.
Javier se tapa los ojos con el brazo, cegado por la luz. Cuando los abre de nuevo, no hay nadie. Solo queda un rastro de polvo en el aire.
¡Cof! ¡Cof! ¡Cof!
El polvillo se introduce en sus fosas nasales y lo hace ahogarse.
Esas actitudes infantiles hacen que desconfíe de ese sujeto. Aún así, es cierto que el poder que posee es abrumador.
Luego de un momento, al fin puede relajarse.
Lamenta que a sus treinta años, todavía debe obedecer las órdenes de su padre.
A su pesar, el pacto de sangre que se firmó hace veinte años a favor de Sin Nombre y en contra del anterior emperador sigue en pie.
Ahora que él es el General del Sur, debe continuar con ello.
Una amarga sonrisa brota de sus labios carnosos, mientras deja la pócima a un costado y retoma el libro que estaba leyendo.
—La santa del Templo del Norte —murmura, mientras desliza los dedos en aquellos renglones viciados de información—. Interesante...
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