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El vampiro seductor y su cruel cazador [BL]

Los vampiros siempre existieron, al igual que los cazadores. Eternos rivales, que se enfrentan a muerte hasta el final de los tiempos. Es imposible llevarse bien... O eso pensaban. Resulta que en el fondo no se odiaban tanto, pero sus propios naturalezas y su papel en el mundo eran un gran obstáculo.. Y en algún momento la persecución se volvió una especie de seducción y cortejo, el peligro y lo prohibido la chispa, que avivó ese extraño fuego, mezclado con sangre y espadas. Sus destinos estarán atados para siempre, sin importar cuántos siglos pasen, sin importar sus diferencias....Ninguno podrá escapar de esta pasión prohibida.

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Capítulo 1: Perdóname ¿sí?

«1840, noviembre. En algún lugar de Inglaterra»

El olor a humedad y el atardecer pintaban ese abandonado callejón de melancolía...

—Qué horror—murmuró Carl Berwell al ver a la pobre mujer.

—¿Con que hicieron esto? —su compañero tocó la mandíbula del cadáver y la movió para hacer más visible el cuello.

Una mujer muerta, con el lado izquierdo del cuello destrozado, como si la hubieran apuñalado con una aguja múltiples veces.

—Parece que la mordió un perro.

—Mm....pero ¿por qué sólo el cuello? —observó de nuevo su compañero, Marco Jholam.

La mujer tirada en el frío piso aún tenía los ojos abiertos, sus gruesos labios ligeramente separados y sin un zapato.

La escena del crimen era custodiada por dos oficiales que la rodeaban, y otros dos que estaban inspeccionando el cadáver.

Acababa de llover y el clima era fresco, el día era espléndido, excepto por la persona muerta claro.

—¿Crees que alguien quiso robarle? ¿o quizás intentó...?

—No lo creo—interrumpió un hombre mientras se acercaba a paso lento. Pero fue detenido por los oficiales.

—No se acerque señor, es una escena del crimen—informó con firmeza y lo detuvo con una mano en el hombro.

Pero el hombre sólo miró al policía de reojo sin mayor interés.

—Estoy persiguiendo a la persona que hizo eso—dijo con seriedad—también soy...soy una especie de investigador privado.

Y tras escuchar eso Carl y Marco lo observaron de pies a cabeza.

Un hombre alto, esbelto, pero de semblante fuerte, de cabello negro y ojos verdes, afeitado, con la mandíbula tensa y una mirada verdaderamente intimidante. Un traje negro, con un saco largo que le llegaba hasta las rodillas, una camisa blanca y un chaleco ajustado.

—Dice... ¿que conoce a la persona que hizo esto? —recalcó Marco, de baja estatura y de complexión robusta.

—Así es señor. Mi nombre es John Leegray—respondió el recién llegado.

—... Déjenlo pasar—ordenó Carl y devolvió la mirada al cadáver.

Los oficiales, de mala lo dejaron pasar. John se acercó al callejón, y el sonido de sus botas en la calle mojada hizo eco.

—Hace dos noches él atacó en el distrito ocho—comentó John sacando un cigarrillo de su saco, uso el encendedor y dio una lenta calada, con una expresión que denotaba mal humor.

—Es verdad Carl, hubo un caso similar hace dos noches, pero se supone que sólo la policía tendría que saber—exclamó Marco con desconfianza.

—Le dije que era un investigador—John exhaló con desgano y lo miró fijamente.

Caminó hacia la víctima y se puso en cuclillas, mordió su cigarro, se quitó los guantes negros de cuero y tocó su ensangrentado cuello.

—Ese maldito sólo mata a mujeres feas, solas y de noche, pero las deja intactas, sin ningún indicio de violación o abuso de algún tipo—cerró sus ojos e hizo una mueca extraña—les destroza el cuello, y luego limpia su sangre.

Tocó el piso, y en efecto, no había ningún charco de sangre, apenas habían algunas gotas, pero su ropa si estaba manchada horriblemente, un completo desastre.

—Ahora que lo dice, todas eran mujeres y también...poco agraciadas—comentó Carl tratando de no ser muy ofensivo hacia las damas fallecidas.

—Pero ¿por qué lo hace? —Marcó observó a John mientras esperaba su respuesta.

—Por las ansias de...matar. No puede controlarlo—se puso de pie y se alejó del cadáver—y el porqué de las mujeres feas...no lo sé—añadió entre dientes.

—Usted...

—Lo más probable es que ataque en estos días, y por esta misma zona—giró su cabeza y dijo antes de irse—será mejor estar alerta. Yo vigilaré la zona por mi cuenta, y si él aparece yo también lo haré...Nos veremos pronto.

Dejó caer su cigarrillo, lo aplastó y se fue, dejando a los policías pensativos.

"¿Quién demonios es este sujeto?"

Pensó Carl al perderlo de vista.

[...]

Los faroles iluminaban las oscuras calles, acababa de llover y eran alrededor de las diez y media de la noche. Las casas de color lúgubres y las piedras negras de la calle, y la luna, que brillaba detrás de unas ligeras nubes grises...

Un gran grupo de la policía vigilaban las calles solitarias, escondidos en la oscuridad. Carl y Marco estaban en una calle estrecha poco transitada, esperando la venida del asesino.

—No me gusta esto, si en verdad hay una mujer sola no deberíamos arriesgar así su vida sólo para atrapar a ese tipo—musitó Marco, con su revolver en mano, alerta y en cuclillas detrás de unos basureros.

—Tampoco me gusta esto, pero no quiero que haya más víctimas. Y cuando él quiera atacar lo detendremos, no dejaremos que haga algo.

—Mm—contestó John. Quién estaba detrás de ellos.

Marco lo miró de reojo y le dijo a Carl al oído:

—No me gusta ese tipo.

—Si no te gusto lárgate de aquí, yo llegué primero—sentenció John con sus afilados ojos verdes, que lo miraban con desprecio.

Su saco negro se miraba más grueso y pesado que el anterior, igual que sus botas, y debajo de él traía una camisa negra, ajustada hasta el cuello, con cinturones de cuero alrededor de su dorso y pecho. Pero el saco los ocultaba casi por completo, dejando apenas visibles un poco de ellos.

Su cabello negro estaba peinado hacia atrás, con algunos mechones más cortos sueltos por su rostro y frente.

—No me molesta que esté aquí—dijo Carl con seriedad y lo observó—pero si se interpone en nuestro arresto tendré que detenerlo.

—No se preocupe—miró hacia la calle, que sólo tenía un tenue farol—él será todo suyo. Yo simplemente quiero que sea atrapado, estaré feliz sólo con eso.

—¿Por qué? —interrogó Marco sin entender—¿acaso mató a alguien importante para usted?

—...Si.

—Entonces es algo personal—comentó Carl sin bajar la guardia.

—Muy personal—sus ojos se encendieron en ira y su mandíbula se tensó—pero como dije, pueden tenerlo, yo sólo estaré ahí para ayudar.

"Claro, será suyo...si pueden atraparlo."

Pensó John mirando las espaldas de ambos junto con una mirada perversa.

—No te preocupes, será un sujeto fácil, sólo busca mujeres indefensas, es un debilucho y un cobarde—dijo Marco con una expresión victoriosa.

—Eso crees—se burló entre dientes y Marco se giró para mirarlo.

—¿Acaso ya lo has enfrentado antes o lo has visto?

—Sí, y es un tipo difícil de tratar...—desvió los ojos hacia la esquina de la izquierda y susurró—silencio, alguien viene.

Los tres se pusieron alerta y esperaron.

Y a los pocos minutos apareció una pareja. Una mujer con ropas y un rostro común, de ojos pequeños y cara redonda, y junto a ella un hombre.

Rubio, de ojos azulados con tonos celestes, piel pálida, labios delgados y ojos seductores. Alto, con un cuerpo fornido y esbelto, con un aire de elegancia, vestido con un hermoso traje azul marino, un hermoso chaleco, un delicado pañuelo atado al cuello y sobre el un colgando, con una piedra verde muy bella y brillante.

—Creo que fue suficiente charla—dijo el hombre rubio con una voz tan encantadora y sensual, que pondría los pelos de punta a cualquiera.

La empujó contra la pared y la aprisionó.

—¿Que está haciendo? —exclamó con espanto—usted dijo...

—Mentí—contestó con una sonrisa coqueta, mostrando sus bancos dientes—tu vida se acaba hoy...—musitó con maldad.

Sus hombros estaban apretados contra la fría y húmeda pared, y él miraba su escote con locura, lleno de deseo desbordante.

—Ahora—susurró Carl y ambos salieron de su escondite.

El hombre los miró con una expresión simple y sin ninguna emoción, suspiró y los ignoró.

—Alto, deja ir a esa mujer con cuidado—amenazó Marco apuntando su arma.

—Qué mala suerte tengo el día de hoy—balbuceó el rubio, giró su rostro y los encaró—¿o eso deberían decir ustedes?

—Queda bajo arresto por los múltiples asesinatos que se han cometido en la zona.

—...No sé de qué habla—objetó con cinismo.

—Hace dos noches usted mató a una mujer y la dejó en un callejón—Carl agravió su expresión—y esa fue la última.

—Oh... ¿enserio? —musitó con suavidad y sonrió con locura—¿cómo saben que fue la última?

Carl tuvo un mal presentimiento y disparó casi por reflejo. La mujer gritó al oír el disparo y la bala cayó justo en el hombro del hombre, arruinando su delicado traje azul.

Él soltó a la mujer de mala gana, quién corrió temblando mientras sostenía su vestido. Con la mirada gacha y un aura espeluznante el hombre se giró y se paró frente a ellos.

—Si no me dejan en paz tendré que matarlos—amenazó con voz profunda y molesta—y créanme, no será lindo morir en mis manos.

—Levanta las manos y deja de hablar—gritó Carl sin bajar su arma.

—Les romperé el cuello bastardos...—levantó la vista y dejó al descubierto sus malévolos ojos, que tenían un brillo sangriento.

Y justo cuando iba a arrojarse sobre ellos sintió un escalofrío, movió la cabeza a un lado y esquivó un veloz cuchillo, que siguió su curso y se estrelló en un poste de madera, al otro lado de la calle.

—Aiden...—John pronunció su nombre con tanto resentimiento que se le veía salir por sus ojos.

La expresión del hombre rubio, ahora conocido como Aiden cambió, sus ojos azulados se suavizaron y su sonrisa malvada se tornó dulce.

—John, que gusto verte, hace mucho que quería hablar contigo y...

—Cállate, pedazo de mierda—metió sus manos dentro de su saco y dejó al descubierto su pecho y torso, cubierto de armas de todo tipo. Sacó dos cuchillos y caminó hacia él.

—E-Espera, sé que estás molesto amorcito, pero déjame explicarte—rogó frotando sus manos.

—Tuviste ciento veintitrés años para explicarte—recalcó aún más molesto y con un movimiento rápido arrojó otro cuchillo.

—Pensé que te calmarías después de todo este tiempo, sabes que no se puede hablar contigo cuando estás enojado—se excusó y evitó el arma—necesitas calmarte primero.

—Pues no me hubieras hecho enojar en primer lugar—corrió hacia él, dispuesto a clavar el cuchillo en su pecho—ahora enfrenta las consecuencias, Aiden Van Doren.

Aiden se asustó y tomó el brazo que sostenía el arma, pero John, con su otra mano lo golpeó en el rostro. Aiden se vio afectado y retrocedió, se limpió la sangre del labio y exclamó:

—Apuesto a qué ni siquiera recuerdas porqué estás enojado.

—...Lo recuerdo.

—D-De acuerdo, verás, yo dejé esos cuerpos por ahí a propósito para que me encontrarás, en verdad te extraño John—dijo con suavidad mientras extendía las manos.

Pero en cuánto John escuchó eso su rostro se llenó de furia y con todas sus fuerzas lo pateó contra la pared.

—Esa es una de las razones principales por la cual estoy molesto—sacó un rifle recortado de su cintura, con detalles plateados a los lados, la apuntó a su rostro y añadió—bebiste de esa sangre...

—Tenía hambre, ¿qué más podía hacer?

—Si no hubieras hecho lo que hiciste no tendrías que hacerlo—sentenció—y ya no gastes saliva, hoy vas a morir de una vez por todas, maldito hijo de...

—E-Espero John—sentía que en cualquier momento iba a disparar, así que rápidamente exclamó—Al menos déjame decir mis últimas palabras, debo decirte algo importante antes de morir ¿está bien?

—...Habla—suavizó un poco sus cejas y se dispuso a escucharlo, junto con una expresión seria.

—¿Puedo escucharte gemir una última vez?

John se sonrojó ligeramente, lleno de ira y con las cejas crispadas jaló del gatillo.

Por suerte su mano tembló por la rabia y el tiró se desvío, aprovechando eso Aiden lo esquivó y se alejó de él con agilidad.

—Sólo estaba jugando cariño, no seas tan serio—dijo con diversión y sacó su lengua—perdóname ¿sí?

—¡Jamás! —gritó con furia y lo persiguió—vuelve aquí, no huyas cobarde de mierda...

Mientras tanto, Carl y Marco, quienes vieron todo eso sin entender aún se encontraban en shock, analizando lo que acababa de pasar.

—Carl, ¿qué haremos ahora? Tenemos que resolver el caso y...

—...Diremos que fue un perro salvaje—guardó su arma y suspiró—ya vámonos de aquí.

Avanzó y ambos salieron de la calle, Marco lo siguió y dijo:

—Pero ¿y la mujer? ella vio todo eso.

—Ya hablaré con ella, la encontraré mañana—sacó un cigarro de su saco y tanteó el encendedor de su bolsillo—Ahora, vamos.

—¿A dónde?

—Al bosque—dio una calada con tristeza y exhaló—necesitamos un perro salvaje...