Como cualquier otro invitado, Alix entró al hotel con pasos seguros. Majestad estaba en sus brazos, mirando curiosamente a su alrededor con ojos brillantes.
El portero del hotel no pudo evitar reírse del lindo gato que tenía una expresión extraña en su cara que se parecía a una sonrisa.
—Bienvenida a Torres Mandarin, invitada —la saludó a Alix.
Alix le sonrió y respondió. Mientras seguía adentro, saludaba a los empleados que encontraba en el camino hasta que entró en el ascensor que la llevó al sexagésimo piso del hotel.
Con inocencia en sus ojos, le pidió a una de las recepcionistas allí indicaciones para el restaurante exclusivo. En el restaurante, pidió la mejor mesa que tenían.
Esa mesa estaba reservada y le dieron otra, una mesa junto a la ventana con vista al centro de la ciudad. Era una vista hermosa, pero no era la razón por la que estaba allí, así que no se molestó en admirarla. Educadamente, pidió cinco comidas diferentes, todas para llevar.
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