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La Rebelión Silenciosa

Alaric Stormwind había regresado a Oftalmolecusamp, y su corazón estaba lleno de determinación. Tras presenciar la destrucción de los imperios dominitianos y tihuahenses, sabía que debía actuar. Reunió a varios voluntarios, hombres y mujeres de diferentes culturas, decididos a luchar no solo por su propia supervivencia, sino también por la protección de los indígenas que habían sufrido a manos de la codicia imperial.

—No podemos quedarnos de brazos cruzados mientras el virreinato oprime a aquellos que sólo querían vivir en paz —declaró Alaric en una reunión clandestina en el puerto, rodeado de rostros decididos. Entre ellos estaban Yameses, guerreros de piel bronceada, Tarkos, que habían viajado desde las tierras del norte, y varios Sodalitas, Atripewos, y Vorómadas. Todos tenían un propósito común: proteger a los pueblos indígenas de la explotación que traería la colonización.

La atmósfera en la habitación era tensa, pero la determinación era palpable. Mytravael y Zulikiga estaban presentes, su presencia significaba mucho para los guerreros de sus respectivos pueblos.

—La explotación minera ya ha comenzado en las tierras de nuestros amigos —dijo Zulikiga, mirando a los presentes con seriedad—. No solo están destruyendo la naturaleza, están aniquilando sus hogares y su cultura.

—Debemos unir fuerzas, y no solo contra los hombres del virreinato, sino también contra la avaricia que los impulsa —añadió Mytravael—. Si no actuamos ahora, lo que queda de nuestras civilizaciones será solo un recuerdo.

Con un asentimiento general, Alaric tomó la palabra nuevamente.

—Formaremos una alianza. No solo seremos guerreros, seremos defensores de la verdad. A partir de hoy, lucharemos no solo por nosotros, sino por aquellos que no tienen voz —declaró, sus ojos brillando con fervor—. Lucharemos para proteger a los indígenas y preservar su forma de vida.

Los murmullos de aprobación resonaron entre los asistentes, y uno de los Sodalitas, un joven llamado Kiran, levantó la mano.

—¿Cómo planeamos hacer esto? No somos suficientes para enfrentarnos a un virreinato.

—Es cierto, pero no necesitamos ser muchos —respondió Alaric, con una sonrisa estratégica—. Necesitamos ser astutos. Atacaremos sus rutas de suministro, sabotearemos sus operaciones mineras y difundiremos el mensaje entre los pueblos indígenas para que sepan que no están solos. Necesitamos crear una resistencia en cada rincón del continente.

A medida que los planes se desarrollaban, la noche se extendía. Alaric y sus aliados discutieron tácticas y estrategias, diseñando mapas y discutiendo las posiciones de las minas. Se sentía el eco de la historia, el peso de las decisiones pasadas.

Un mes después

El virreinato había establecido un control más fuerte en el nuevo continente, y la explotación minera había comenzado a afectar gravemente a las comunidades indígenas. Pero en la oscuridad, la resistencia crecía.

Una noche, Mytravael y Zulikiga se reunieron con Alaric en un claro en el bosque, donde se ocultaban entre las sombras.

—Los informes indican que una de las minas está a solo un día de distancia —dijo Mytravael, sosteniendo un mapa que habían robado de un oficial virreinal—. Este es el lugar donde planean expandirse y devastar más tierras.

—Es hora de actuar —afirmó Alaric—. Nos dividiremos en grupos. Algunos irán a sabotear la mina, mientras que otros dispersarán el mensaje a las aldeas cercanas. Necesitamos que sepan que pueden luchar, que hay quienes están dispuestos a defender sus tierras.

Zulikiga asintió, su mirada firme.

—Haré que los tihuahenses se unan a esta causa. No permitiré que sus tierras sean arrasadas.

La determinación en sus ojos era contagiosa, y todos los presentes sintieron que la esperanza renacía en ellos. Con un grito de guerra, el grupo se disolvió en la oscuridad, listos para luchar por la libertad de aquellos que habían sufrido tanto.

La Noche del Sabotaje

En la oscuridad de la noche, los grupos de Alaric, Mytravael, Zulikiga y los demás voluntarios se movieron silenciosamente hacia la mina. Las antorchas parpadeaban en la distancia, iluminando el camino hacia la destrucción.

Alaric, con un grupo de guerreros atripewos, se acercó sigilosamente al campamento de la mina.

—Recuerden, nuestro objetivo no es causar daño innecesario, solo interrumpir su operación —susurró Alaric—. Lo que queremos es hacerles sentir el miedo de no estar a salvo aquí.

Al llegar a la entrada de la mina, se encontraron con dos guardias desatentos. Sin hacer ruido, Alaric y su grupo los neutralizaron rápidamente, asegurándose de no ser escuchados.

—Vamos, tenemos que sabotear las maquinarias —ordenó Alaric, mientras avanzaban hacia el interior, encontrando grandes máquinas de minería listas para ser utilizadas.

Mytravael y un grupo de Sodalitas se unieron a ellos. Con destreza, comenzaron a desactivar las máquinas, cortando los cables y derribando los mecanismos que podrían usarse contra las aldeas indígenas.

—¡Acelera! —gritó Mytravael, mientras el grupo trabajaba con rapidez y determinación. La adrenalina corría por sus venas, y cada uno sabía que estaban luchando por una causa más grande que ellos mismos.

Mientras el grupo de Alaric continuaba su tarea, Zulikiga y otros guerreros se movieron hacia las áreas de almacenamiento, donde se guardaban explosivos y suministros.

—¡Estos serán perfectos para crear distracción! —exclamó Zulikiga, mientras llenaba su bolsa con explosivos.

El Estruendo de la Libertad

Finalmente, mientras los guerreros terminaban su misión, el grupo de Alaric se reunió en la salida. Alaric miró a sus aliados, el sudor resbalando por sus frentes, la determinación aún ardiendo en sus ojos.

—¡Ahora, a salir! —gritó Alaric, y con un estallido de energía, el grupo se retiró rápidamente de la mina.

En ese momento, una explosión retumbó detrás de ellos, iluminando la noche y haciendo temblar la tierra bajo sus pies. Alaric se detuvo, mirando hacia atrás mientras la mina estallaba en llamas, un símbolo de la resistencia que habían creado.

El sonido de los guardias gritando y el caos que se desató detrás de ellos fue un eco de victoria. El mensaje estaba claro: no se rendirían.

Mientras se alejaban, el grupo se sintió eufórico, sabiendo que habían dado un paso importante hacia la liberación no solo de los indígenas, sino de todos los pueblos que habían sido sometidos bajo la ambición insaciable de un virreinato.

—Esta es solo la primera batalla —dijo Alaric, aliviado, pero consciente de que su lucha apenas comenzaba—. Debemos prepararnos, porque vendrán más desafíos.

Así, los guerreros se adentraron en la noche, listos para enfrentar lo que viniera, unidos en su propósito de lucha y libertad.

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